Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Ella Baila Sola, 25 años después

Inesperadamente, tras una rabiosa enemistad personal, Marta Botía y Marilia Andrés han echado pelillos a la mar y han vuelto a los escenarios en una de las giras más prometedoras de esta actual ¿España pospandémica?

Ella Baila Sola en la presentación en Bilbao de su vuelta a los escenarios
Ella Baila Sola en la presentación en Bilbao de su vuelta a los escenarios
Luis Tejido. EFE

¿Dinero? ¿Reconciliación? ¿Cura de heridas? ¿Nostalgia?... ¿Qué mueve a los grupos musicales a retomar guitarras y voces al cabo de años de separación? Pueden barajarse muchas hipótesis y realidades, pero me temo que hay una que rige esencialmente esta actitud de vuelta: el dinero. Caso muy cercano: Héroes del Silencio. Mantuve y mantengo que el vil metal, o sea, una golosa cantidad, fue básicamente el combustible que puso en marcha su efímero retorno en 2007.

¿Es el caso ahora del dúo femenino Ella Baila Sola, que, al cabo de veinte años de rabiosa enemistad, ha regresado a los escenarios? Huele a que también la cosa va por ahí, aunque desconozco las tripas de este reencuentro. Las declaraciones recientes del que fuera su mánager, productor y descubridor, Gonzalo Benavides, invitan a pensar en ello. Volver y debutar al poco, tras la gira de televisiones y periódicos explicando la vuelta, en un festival masivo como el Starlite, por 30.000 euros es algo que, al exmánager, con el que no han contado, no le ha gustado. No es actuar por sentimiento sino por dinero, ha venido a censurar Benavides en una entrevista publicada por Vanity Fair. Y en las redes sociales, ni qué decir: prima el dinero como gasoil del retorno.

Vista atrás, especialmente para los más jóvenes. Ella Baila Sola, con Marta Botía y Marilia Andrés al frente, se erigió, en un insólito chispazo de popularidad, como una de las grandes atracciones musicales de los noventa, materializando comercialmente aquel breve renacimiento de los cantautores, a veces, con más publicidad que miga: Javier Álvarez, Tontxu, Pedro Guerra, Rosana… Se conocieron estudiando COU y comenzaron a hacer canciones juntas y a cantar —para ellas era como una obsesión— allá donde se les dejara desenfundar sus guitarras: en el instituto, en la calle, en el metro, en pubs, en bares... y en el Retiro, donde se les apareció, como a Javier Alvarez, su hada madrina, el citado Gonzalo Benavides, productor y cazatalentos, y exídolo adolescente, que las llevó al estudio de grabación después de convencerlas para que dejaran el grupo en el que hacían coros y se dedicaran a sus propias canciones. Para entonces ya habían adoptado el nombre de Ella Baila Sola, en alusión a la pieza de Sting They Dance Alone.

Y para finales del año 1996 salía a la calle su debú discográfico, sin título, solo el nombre del dúo: once atractivas canciones sobre temas cotidianos, engaños y desengaños, sexo rápido, racismo y amores artificiales que llevaban por título Cuando los sapos bailen flamenco, Mejor sin ti, Lo echamos a suertes o Amores de barra. Eran comerciales, sí, pero con sustancia, con letras muy pegadas al momento, juveniles, nocturnas, y unas melodías adhesivas y especialmente con un empaste preciso y un rutilante color de voces, en línea con los grandes dúos artesanos del género, desde Simon & Garfunkel a Everly Brothers o Vainica Doble. Y todas ellas, moviéndose con solvencia en estilos dispares, desde el pop al reggae, el funk…. Tenían árnica para ganarse a la audiencia más popular pero también a la más exigente.

No tardó en llegar el éxito. Apenas un suspiro, y del cuarto de estar a los pabellones deportivos. Marta y Marilia tenían entonces 21 años. Apenas varios meses antes eran unas completas desconocidas y entonces se consolidaban como el dúo de mayor éxito en España. La venta de más de medio millón de copias despachadas de su primer CD en tan solo cinco meses, amén de otro buen pellizco en Latinoamérica, era la prueba fehaciente de su éxito masivo y de lo que quedaba por venir.

A principios del 97, en concreto, el domingo 20 de abril de aquel año, actuaban en pabellón Príncipe Felipe, a rebosar. Camino a Zaragoza, desde el aeropuerto de Barcelona, me concedieron una taquicárdica entrevista, por las prisas y el ajetreo, en la que, a pesar del fogonazo de popularidad tan inmediato, manifestaban que seguían siendo “dos chicas normales”. Para lo cual, para frenar la presión que les sobrevino en un instante, afirmaban que “sobre todo, ponemos las cosas en su sitio, pensar en que la fama no es lo más importante que nos está pasando sino el poder dedicarnos a esto que nos gusta tanto, y el rato que estás sola pues acordarte que sigues siendo tú y eso aplicarlo a todas las situaciones, pues algunas son rarísimas, como hace unos minutos nos ha pasado aquí, que nos han avasallado cincuenta personas para que les firmemos autógrafos y nos hemos quedado alucinadas, pero te ríes porque tampoco es para tanto, hay que quitarle importancia a todo lo que te rodea”.

La normalidad, sin embargo, no tardó en empezar a resquebrajarse tan apenas adaptadas a aquella vaharada de fama hasta llevar a la disolución en 2001, después de dejar tres álbumes en el mercado y un montón de giras y conciertos por España y Latinoamérica. Nunca explicaron los verdaderos motivos de la separación, pero los celos y envidias mutuas, a tenor de su exmánager, fueron los grandes causantes de la ruptura. Si una firmaba más canciones que otra, había reproches. Si una aparecía en más primeros planos televisivos que la otra, bronca al canto. Celos por quién componía mejor o cantaba mejor, y celos, muchos celos, cuando la compañía elegía para single una canción de la otra. Competían incluso por ser más altas, colocándose plataformas, e incluso por la talla del sujetador. Era ya tal la enemistad que no hubo manera de juntarlas para la portada del tercer álbum, Marta y Marilia (2000); teniendo los diseñadores de EMI que recurrir al fotomontaje. Pero más estrambótica fue la contratación de un arreglista para cada una de ellas. Una situación insostenible que explotó en 2001 con la ruptura. Marta intentó reformar el dúo con el nombre de E.B.S., por cuestiones legales, y con tres compañeras consecutivas, que tampoco se acoplaron a los deseos y el carácter de la rubia cantante, cuando no chocaban con el productor Benavides. Marilia, por su parte, siguió su camino en solitario, colaborando con diversos artistas hasta que en 2013 publicó su primer disco en solitario, Subir una montaña, al que siguió, en 2017, Infinito.

Hoy ambas, con 46 años, han echado pelillos a la mar, y más maduras y más reconcentradas en aquel luminoso pasado, pero huyendo de cualquier explicación sobre la ruptura del 2001 y sin ánimo alguno de remover el anteayer más fangoso, este 2021 han puesto pie en los escenarios mientras componen canciones para un nuevo disco. El viernes pasado, día 18 de junio, iniciaron su gira de retorno, abriendo el maratoniano festival veraniego de Marbella, conocido como Starlite, con lleno pandémico absoluto y los anclajes en el pasado, cantando obviamente sus canciones más emblemáticas, sin recurrir a algún tema nuevo, que, aunque lo tienen, aún está verde.

Dos horas en el escenario y aplausos y coreos continuos auguran un retorno exitoso en una de las giras más prometedoras de la ¿España pospandémica? (ojalá) y encomendándose a la primera frase que dirigieron al público: “Los sueños se cumplen no una vez sino dos e incluso muchas más”. 

¿Por dinero? ¿Por ganas de reencontrase con ellas mismas y con el público? El tiempo dirá. Y, de hecho, quizá sea lo de menos para tantísimos fans nuevos y veteranos, cuando no simplemente nostálgicos, como siguen teniendo. Lo importante es que están frescas y vivas en el escenario y esperemos que pronto en los discos. No es poco en estos tiempos musicales tan cascarriosos y tan ansiosos de calidad y viejos mitos.

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