Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

La tercera vuelta de Miguel Ríos

El cantante granadino regresa a los discos una década después de su retirada, afortunadamente, frustrada: Un largo tiempo es un álbum tan novedoso como único en el panorama nacional

Miguel Ríos
Miguel Ríos en imagen promocional de su último disco
Hook Management

No es que se marchara, sino que el mercado y el fin de la era de los primeros rockers, o sea, la de Mike Ríos, lo dejó en la cuneta. Difícil ponerse al ritmo del nuevo tiempo en el ecuador bullente de los conjuntos de los sesenta. Por lo pronto, colgó definitivamente el traje del nombrecito ‘Mike’, que le endosaron en la Philips, y después de un intento final con esta casa, saltó a la arena con un elocuente Ahora que he vuelto, que, en 1966, relampagueó en los anuncios de la tele más que el baño de Fraga en Palomares, como cuenta Miguel en sus memorias. Lamentablemente, pese a la publicidad, y debido a que la compañía Sonoplay, en la que se editó el disco con Hermanos en la cara B, era un artefacto extraño para unos propietarios que venían del mundo del cine, y tras editar otro antiproductivo single con La guitarra / Antimusical, Miguel se fue de nuevo a pique.

(Atención: la portada que reproduce este vídeo no se corresponde con la canción Ahora que he vuelto: tanto en Youtube como en Spotify se ha producido un error que ha trastocado título y canción en el primer single con Sonoplay y con el segundo)

O como él dice se quedó en tierra de nadie. Pero en el rock, aunque no se crea, hay más hadas o magos de lo que se cree. Y al granadino se le apareció uno muy grande e hiperfamoso, no en vano era el alma mater de Los Brincos, Fernando Arbex. Este escribió para él El rio y Miguel añadió uno de cosecha propia, Vuelvo a Granada. Pelotazo monumental. El impagable y fértil tándem Trabuchelli-Waldo de los Ríos dejó niqueladas las dos canciones y el disco llegaba en 1968 al número 1 nacional en un pispás. Nunca se había visto tan alto discográficamente. Y lo que era más prometedor: aquello le abría, a todo abrir, las puertas de Hispavox, donde grabó álbumes excepcionales, dígase Mira hacia ti, aupándose a la fama internacional con aquel majestuoso y eterno Himno a la alegría.

Una de las grandísimas canciones que incluía el álbum Mira hacia ti, Contra el cristal

Segundo retorno. Miguel estaba de vuelta a los discos a lo grande y a su ciudad con aquel emotivo canto a su tierra, Granada. Qué bien que no tiró la toalla, como en más de un momento se le pasó por la cabeza. Otro ejemplo de empeño en el trabajo y en el éxito, de mucha tenacidad y creencia en lo suyo, que para eso le vendió su alma a Satán, convirtiéndose en uno de sus pipas eternos. Después, ya se sabe, una nueva carrera y mucha carretera. Una vida musical, aunque con los consabidos altibajos, de primera división. A lo largo de cuatro décadas, Miguel se confirmó como la gran voz masculina del rock español y como la gran figura del género. Un icono del pasado, del presente y para los tiempos venideros.

Por si necesitas, perteneciente al álbum Memorias de un ser humano, primero de la áurea trilogía de vanguardia de los 70 junto a La huerta atómica y Al-Andalus

Mas como este, el del rock, es oficio en el alambre y sin red de protección, volvió a caer. Cierto que a finales de los noventa llegaron discos algo renqueantes, pero fue el tiempo y los nuevos modos industriales que trajo el siglo XXI y su tecnologización digital lo que le apartó de nuevo del éxito, llevándole a la decisión de colgar las cuerdas vocales para los discos y las giras. ¡No podía ser! Mick Jagger, por señalar al más emblemático, le sacaba unas cuantas cuartas en años y allí estaba, y sigue estando, gatuneando por discos y escenarios. Y él, con 66 años, ¿decía adiós? Lo tengo grabadísimo en los oídos y en las retinas: aquel Rock de la cárcel y aquel Johnny B. Goode que, en mayo de 2016, con 70 años, se marcó con los Seven el día de la presentación de mi libro Zaragoza60’s en el Centro Cultural Delicias, fue apoteósico. ¡Cómo estaba de voz, de físico y de actitud!

No, imposible que por el peso de los 66 años y porque el éxito pretérito no le acompañase en igual medida, se hubiera ido a la cuneta. País troglodita, por no decir de crueldad goyesca o rubensiana, con ese metafórico Saturno devorando a sus hijos, cuando fuera reina un silogismo inapelable: a más años, más idolatría y respecto. Dylan, Johnny Hallyday, Neil Young, Leonard Cohen, Springsteen…, y claro, los Rolling, ¿no?

Mas, afortunadamente, había algo que no había muerto en absoluto en Miguel: su hambre de música, su regusto por cantar, su resolución a subirse a un escenario allá donde lo llamaran, fuese la causa que fuese. El oficio le gusaneaba por todo el cuerpo. Y, ¡zas!, en la efímera, pero exitosa gira sinfónica de 2010-2011 dio con José Nortes, productor y músico de alta calidad y sensibilidad, y con él y con su grupo, The Black Betty Trío, se ha producido el tercer retorno. ¡Albricias! Miguel no solo sigue en el mundo de los vivos musicales sino sirviendo discos maravillosos, sorprendentes, novedosos en su carrera como es este disco de nueva resurrección: Un largo tiempo.

Mira que no hay artista español con tantas metamorfosis en su piel artística y de emprendedor como Miguel Ríos: rocker, twister, soulman, sinfónico, arábigo, progresivo, rockero, kurtweilliano… Pero una piel minimalista, acústica, de cantautor, imposible de imaginar en él... Pues ¡leñe!, sorprendentemente, es en esta piel en la que se mete en este tercer retorno. ¡Y qué bien le sienta! Cierto que un disco así solo se puede defender con una buena voz, y como de eso Miguel Ríos va sobrado, da quince y raya a todos —nunca me cansaré de repetir que es la mejor voz masculina que ha dado el rock en español— pues prueba superada con holgura. Y éxito artístico inapelable. Más, con el apoyo de Nortes y su trío; escueto, pero riquísimo en tímbricas y paleta estilística. El disco es un placentero y reconfortante paseo por las mismas raíces del rock y de la música popular contemporánea del siglo pasado y de este: el blues, el country, el folk céltico, el swing, el hillbilly, las baladas…

Ocho canciones originales y dos versiones insólitas o inesperadas, difíciles de asociar al escritorio de Miguel: una, de Stephen Sodheim (Que salgan los clowns); y otra, del líder de Pearl Jam, Eddie Vedder (Viene y luego va). Y todas ellas envolviendo musicalmente unos magníficos e inspirados textos de hoy y de ayer: su lanzamiento al ruedo musical desde aquellos almacenes Olmedo granadinos a la jungla madrileña, la pandemia como castigo y efecto secular del malvado Caín, la venta de su alma al diablo como el legendario Robert Johnson, su resistencia a evaporarse artísticamente asido al amor, las mínimas pensiones para muchos jubilados de hoy, el imaginario del cine épico de vaqueros…, y ese amoroso tinte de las baladas, con una grandiosa Por San Juan, que hay que añadir a la estirpe de Santa Lucía en sensibilidad y melodía (¡lo que hubiera dado de sí caso de haberse instrumentado en cinemascope y tecnicolor sonoro!).

En definitiva, uno de los mejores álbumes de Miguel en su densa carrera. Novedoso (no hay disco similar en el hábitat nacional y diría que en el internacional), sorprendente, inesperado, único, hecho con una dignidad humana y profesional suprema; y, eso, de una calidad musical y literaria ‘king size’. Un valladar perfecto para guarecerse de esta nefasta era de La Gran Morralla, que nos arrasa. Tercera vuelta. Bienvenido, Miguel.

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