Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

Nacimiento, desarrollo y evolución de la música en las fiestas del Pilar

Alcaldes y concejales democráticos se afanaron por romper el modelo elitista del franquismo: con mayor o menor acierto, y con la música popular como eje, cambiaron la cara a Zaragoza.

Tina Turner en concierto. 9 de octubre de 1990
Tina Turner en concierto. 9 de octubre de 1990
Guillermo Mestre

Sacudirse la caspa y la modorra, el oficialismo y el clasismo burgués, de las fiestas del antiguo régimen franquista en La Lonja e incluso de la misma Transición, donde las ferias y los toros eran los únicos actos paganos en los que el pueblo llano podía encontrar diversión, fue la tarea que alcaldes y concejales democráticos se marcaron nada más estrenar sus sillones en los despachos de la Zaragoza constitucional. Ramón Sainz de Varanda fue el primero y el principal impulsor del modelo por el que posteriormente se han regido las Fiestas del Pilar, el mismo, que con cambios más o menos sustanciales, sumando o restando, evolucionando musicalmente de forma negativa, ha acabado por despeñarse este año por los duros daños pandémicos.

Don Ramón presidió la fiesta durante siete años. Su primer mensaje a “vecinos y foranos”, en 1979, a través del programa oficial, era que tenía que ser “en nuestras calles de todos los días y de todos los problemas donde tendrá que surgir una fiesta de todos”, un deseo que más tarde sería una constante normal pero que entonces era una mera utopía, tras el destrozo popular del franquismo. No extraña que afirmara que veía aquellas primeras fiestas democráticas como “un reto a nuestra imaginación, a nuestra capacidad de crear” y que, dos años más tarde, cuando pabellones y espacios festivos habían empezado a asentarse, exclamara jubiloso: “Ahora ya podemos decir que no existen fiestas oficialistas ni aquellas fiestas para el sector dominante, en la Lonja o en tal o cual club de pseudolujo”, aunque reconocía que había mucho que mejorar. Isabel Pérez Grasa, concejala del PCE, en el primer año y a continuación Luís García Nieto, del mismo PSOE, fueron los ediles encargados de dirigir y dar forma a las fiestas. Plácido Serrano, el encargado de programar.

En el 83 proclamaba también un Sainz de Varanda alborozado que “nuestras fiestas son ya de todos y para todos”, algo que llevaban reclamando los rockeros desde el mismo primer año democrático, desde 1979. No se cumplía al completo la proclama, pues el rock y el pop seguían escaseando, pese a la simbólica irrupción de Miguel Ríos y Burning en La Romareda, en 1980, y hasta se le proscribió cual demonio enviado a las tinieblas por los altercados ocurridos en el 81, cuando un tropel de espectadores invadieron el césped para acercarse al lejano escenario ubicado frente al graderío de la antigua Feria de Muestras (actual Auditorio) para seguir de cerca a Kevin Ayers, Lone Star y Los Rápidos, pero en aquel 83 ya se pudo contar con la primera figura internacional: Spandau Ballet.

Luis García Nieto se unía a la proclama del alcalde añadiendo en su salutación del programa del 83: “Hemos preparado un programa que pretende ir más allá del mero conglomerado de actos para convertir las fiestas en un instrumento eficaz, capaz de llevar el espíritu cultural, el sentido lúdico y el ambiente festivo a todos los rincones de la ciudad, a todos los sectores sociales y al mayor número de ciudadanos posible”. Aún faltaban unos años para que se carnalizaran realmente las palabras de Nieto. De hecho, aún se le disparaban dardos de disconformidad con el programa musical, marcado por cantautores y festivales latinoamericanos en La Romareda.

En algo llevaba, eso sí, mucha razón el concejal: en el cambio producido. Por lo que en el 85 sentenciaba: “Decir que las Fiestas del Pilar han experimentado en los últimos años un cambio radical, tanto cualitativo como cuantitativo, es algo así como descubrir el Mediterráneo”. Bastaba con darle una ojeada al programa: Miguel Ríos, Alaska, Gabinete Caligari, Bluebells, Level 42 eran las figuras de los tres días de La Romareda. Pero había música clásica, desfiles de moda, cabaret, teatro, música en las plazas, folklore, títeres, copla… y Labordeta arrancaba ya sus asiduas actuaciones en la plaza del Pilar. La programación musical de las fiestas entraba en su era de máximo esplendor y aciertos.

En enero de 1986, moría Ramón Sainz de Varanda. El modelo de fiestas estaba ya inventado y asentado. Su continuador, Antonio González Triviño, insistía en el mismo mensaje de su antecesor y mentor: “Solo una categoría puede verse autoexcluida, los que sean tan serios como para pensar que la vida no merece, al menos una vez al año, una ruptura con la rutina diaria”. Su inseparable mozo de espadas desde entonces, Luis García Nieto, se desmelenaba literariamente y festivamente, y hasta citaba a Einstein: “Quien no se sorprende por nada, está ya muerto”.

Cogida su gran cuota de poder, es decir, pasando a Urbanismo, García Nieto cedía los trastos fiesteros al concejal del CDS, Rafael de Miguel, en 1987. Entró el nuevo concejal con ímpetu y unas ganas locas por gestionar la fiesta al máximo nivel. “No es una tarea para tomársela a broma”, escribía en el programa, por lo que no solo se entregó a configurar una programación lo más amplia y de nivel que se pudo, sino que hasta se salió del guión y fue el primer concejal en traer, fuera de las fiestas, a la primera gran figura internacional que vino a Zaragoza: a Sting. Dentro de ellas, se hizo con Tina Turner y James Brown.

Lástima. Rafael de Miguel no pudo renovar la concejalía tras la debacle del CDS. Carmen Solano, con Triviño de capitán, cogió el timón. Empezaba el declive y el cambio de modelo: la calle por las grandes figuras. Las fiestas no encallaron porque el barco ya caminaba solo, y hasta tuvo suerte Solano de encontrase con Héroes en pleno ascenso y a Dire Straits despidiéndose de los escenarios mundiales (en Zaragoza dieron su último recital), pero tan mal se puso la cosa que la cesaron y tuvo que entrar Antonio Piazuelo a oxigenar una concejalía de Cultura y Festejos que se moría de inanición.

Potenció Piazuelo la venida de grandes figuras fuera de fiestas (Aerosmith, Iggy Pop…) pero, aun inaugurando la Multiusos con Spin Doctor y Status Quo, falló estrepitosamente, pergeñando en el 94 un programa musical muy pobre: no solo recortó espacios, sino que en el pabellón municipal de Fiestas, Manolo Escobar y Sara Montiel eran las estrellas mientras que las grandes figuras, en el último año de Romareda, eran Ana Belén y Víctor Manuel. En su alocución ciudadana, tras citar a Bernard Shaw, manifestaba que había una cita fiestera a la que no debía faltar nadie, concluyendo: “Más que un ruego… es una orden”. Sonaba a sarcasmo ante semejante panorama.

No obstante, el entusiasmo ‘castrense’ de Piazuelo sirvió para que de nuevo las calles de Zaragoza fueran una llamarada de gentío. La ineficacia en la gestión festiva y sobre todo la corrupción municipal y las polémicas obras del dúo Triviño-Nieto hincaron el estoque al PSOE que, en el 95, sería desalojado del Ayuntamiento por el PP. Allí estaba Luisa Fernanda Rudi y el luego convertido en el ‘concejal de las estrellas’, Juan Bolea, impulsor de los conciertos de Michael Jackson, Van Morrison, The Cure, Prince, Oasis, Bowie, Dylan o Bruce Springsteen (¡cuánto se le echó y se le sigue echando de menos!).

Con la derecha, se ampliaron los actos y los escenarios y la calle adquirió mayor protagonismo, algo que aún amplificarían Atarés y su concejala de Cultura Verónica Lope, pero se perdieron las grandes figuras y se modificó el modelo de los ochenta, bajando la calidad de las actuaciones hasta extremos paupérrimos. Desde entonces, desde Piazuelo y Atarés, las fiestas del Pilar, en lo musical, se nutrieron de figuras trilladas cuando no de medianías, algo que incomprensiblemente atizó el PSOE, desde 2003, cuando con Belloch recuperó el mando, con Michel Zarzuela y Jerónimo Blasco al frente de Cultura.

Para colmo, el Ayuntamiento socialista, defensor a capa y espada de lo público, en un contradiós ofensivo, entregó plenamente la programación musical a la iniciativa privada, con lo que el nivel descendió alarmantemente. Obvio, los promotores privados no son ONGs sino empresas con objetivos económicos y el mayor caladero para obtener rentabilidad es acudir naturalmente a las figuras más populares, al margen de la calidad de cada cual. Resultado: chabacanería.

La estocada definitiva la dio el conglomerado de izquierdas ZEC, con un Fernando Rivarés bifronte, que lo mismo dirigió Cultura como Economía entre 2015 y 2019, y la música de alta gama y el modelo de fiestas de los 80 se convirtió en un bello recuerdo para los que vivieron aquellos años de esplendor y novedades tanto nacionales como internacionales que trajeron los 80 y primeros 90. Rivarés hundió musicalmente las fiestas.

El actual Ayuntamiento de Jorge Azcón y su vicepresidenta y concejala de Cultura Sara Fernández, nacido del tripartito PP-Ciudadanos-Vox, poco hizo y pudo hacer en su primer año de mandato, en 2019, y menos en este pandémico y nefasto 2020, pero tal y como vienen los tiempos de negros, poco puede esperarse. Habrán de pasar unos cuantos años para que el brillo musical vuelva al Pilar. O sea, un milagro. Entretanto no está mal raspar en el cerebro para revivir, no como acto de nostalgia sino de memoria social, lo que en el pasado se vivió musicalmente en fiestas en Zaragoza. Que fue mucho, pese a los baches.

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