Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

Más música clásica, por favor

Un recientísimo triple CD muestra el impacto de Bach, Mozart o Beethoven en no pocas canciones de Los Beatles, Pink Floyd, Bowie o Frank Zappa.

Los Beatles jugaron constantemente con la melodía y el arreglo.
Los Beatles construyeron muchas de sus grandes piezas a partir del repertorio clásico. 
Famosa portada del disco 'Abbey Road' de The Beatles.

Música clásica: obsoleta, aburrida, para viejos, sin marcha, elitista, subvencionada, incomprensible, tostonazo, para tirarse del puente… Y más descalificativos y desdeños de gente joven, y no tan joven, para rechazar el mundo de las sinfonías, las cantatas, las misas, las arias, las óperas… y todo ese maravilloso caudal de géneros y sensibilidades que una música como la clásica ha traído al mundo desde que, en 1607, Monteverdi, por no remontarse al madrigalismo y la polifonía medieval, estrenó la primera ópera de la historia, La fábula de Orfeo o simplemente El Orfeo. Un mundo apasionante y bello que lamentablemente mucha gente, incluidos melómanos de pro, no digamos el vulgo y hasta afamados críticos pop, desdeñan, desconocen, fustigan. Uno de ellos llegó a confesar, hace unos años, su escaso interés en ella, ignorándola y con apenas una muy breve representación en su descomunal depósito de vinilos.

Una pena. La música clásica es un valladar contra el mal gusto, la ignorancia, el feísmo musical. Difícil establecer una correspondencia biunívoca entre, pongamos por caso, un rapero o un reguetonero con Bach y Mozart. Una mediana formación en las artes clásicas es, sin duda, un freno para poner los pies en esas malévolas tierras movedizas del pop y el rock. Alguien que se emociona con el aria de La reina de la noche de La flauta mágica es difícil, por no decir imposible, que incluya en su ‘play list’ a Maluma, Beret o Don Patricio. Polos sensitivos que se repelen.

Pero lo curioso es que no pocas piezas pop de la historia, muchas de ellas famosas, nacieron de la placenta de la música clásica. Síiii. Las tópicas: Con su blanca palidez (Procol Harum), Oh Lord Why Lord (Pop Tops) y Rain & Tears (Aphrodite’s Child), Concierto para enamorados (The Toys/Karina), Aranjuez mon amour (Richard Anthony), Así habló Zarathustra (Eumir Deodato) o Himno a la alegría (Miguel Ríos). ¿Quién no reconoce detrás de ellas a Bach, Pachelbel, Christian Petzold, el maestro Rodrigo, Richard Straus y Beethoven, respectivamente? No digamos aquellos aguerridos rockeros de los primeros setenta incursos en la fusión de rock y música clásica en álbumes enteros (John Lord, Deep Purple, Procol Harum) y hasta osados aventureros en traspasar a las guitarras eléctricas obras clásicas como Pictures At An Exhibition (Mussorgsky) que atacaron (y nunca mejor dicho) Emerson, Lake & Palmer.

Pero hay un subfondo mayor, desconocido por el gran público y me atrevería a afirmar que incluso por devotos y coleccionistas irredentos de los mismos Beatles, Zappa, Pink Floyd, Scott Walker o Nick Drake. Las pruebas inapelables: el recientísimo triple CD editado por el prestigioso sello británico Cherry Red Records con el título de I’d Love To Turn You On – Classical and Avant-Garde Music That Inspired The Counter-Culture. Un suculento volumen para escuchar con sosiego y jugar comparativamente a la búsqueda de los muchos chasquidos clásicos que inspiraron las piezas de algunos grupos de pop y rock, sobre todo de Los Beatles.

Portada del disco I'd Love To Turn You.
Portada del disco I'd Love To Turn You.
Classical and Avant-Garde Music That Inspired The Counter-Culture.

Cómo no, Los Beatles. En 1966 se cansaron de actuar en directo, básicamente por el ruidismo fanático y porque cada vez eran más conscientes de que, dado el sofisticado rumbo que habían tomado algunas de sus canciones, no podían reproducirlas en los escenarios. Detrás de todo ello, claro, estaba George Martin, el orfebre, el detallista, el hombre culto que les llevó más allá del simplismo del pop. Así que resulta natural y obligado que todo el primer CD y parte del segundo se dedique a rastrear al cuarteto de Liverpool y afloren los pigmentos clásicos que dieron color y hasta forma a muchas de sus canciones. De Bach, del allegro de su Concierto de Branderburgo número 2, de su Bourree, de Two-part invention no. 8 y de la Suite número 3, nacieron o tomaron trazas, respectivamente, Penny Lane, Black Bird, All You Need Is Love y Yellow Submarine. De Beethoven, del adagio de su Sonata para piano número 14, brotó Because. De la Sinfonía número 7, de Sibelius, y del Williams Mix, de John Cage, Revolution 9. De La soiree dans grenade from estampes, de Debussy, Day Tripper… y así unas cuantas más beatlenianas. Martin era un fogoso e infatigable devoto del mundo clásico, el puente que unió a Los Beatles con el pasado y la vanguardia.

El impacto clásico en los Pink Floyd de Syd Barret, en Bowie y Zappa se revela en el segundo CD, en tanto que el tercero bucea en los motivos musicales del mundo clásico que influyeron en diversas piezas de Soft Machine, Scott Walker, Nick Drake o los brasileños Antonio Carlos Jobim y Joao Gilberto. No faltan los juegos de espejo, reflejos, copias y hasta se diría que usurpaciones que los muy pillinos pop-rockeros nos colaron, o intentaron colarnos, como temas propios cuando detrás estaban los clásicos. Cosa por otra parte nada reprochable, porque las artes, desde la pintura al cine o la escultura, han sido a lo largo de la historia anchos vasos comunicantes.

En cualquier caso, fluyan o no fluyan los viejos pelucones de la música clásica en el mundo del pop, o lo hagan con mayor o menor intensidad, lo que resulta reconfortante es bañarse con frecuencia en sus grandes obras sinfónicas, en su mundo lírico, en las Cantatas de Bach, en las decenas de conciertos para violín, piano, flauta o clarinete que alumbraron Mozart y toda su estirpe y en los miles de piezas de este fascinante mundo llamado clásico para salir limpio de oídos y de piel, y sobre todo de cerebro, y no dejarse embaucar por las músicas comerciales, cuando no feístas y vulgares, que envuelven estos tiempos leguleyos, falsarios, del mundo pop.

Un movimiento, por ejemplo, tan exquisito como el tercero, el adagio, de la Novena Sinfonía de Beethoven, por no rebuscar mucho, es un perfecto antídoto contra estas aberraciones, contra la sensibilidad y el buen gusto. Uno lleva tomando estas aguas desde la infancia y, aparte de no haberse infectado de vulgaridades, es el inmenso placer que le sigue todavía produciendo oír a los clásicos y sus sinfonías, conciertos y arias. Lo que, por cierto, para mentes reducidas, no está reñido con el pop, el rock, el jazz, el blues… y tantos y tantos exquisitos nutrientes como alimentan el espíritu musical y cultural de la humanidad. Música clásica, por favor, que diría uno emulando a Aute y el cine. Haced un esfuerzo si no lo habéis hecho ya: habrá recompensa.

El disco, por cierto, que cito arriba no está disponible en Spotify, pero en esta plataforma he elaborado un archivo con piezas clásicas que influyeron en el pop, muchas de ellas presentes en el mentado triple CD. Una buena escucha para en plan sabueso rastrear pistas de las ‘usurpaciones’ de rockeros y poperos.

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