Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

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Telebasura musical en TVE: los premios Odeón

La televisión pública ofreció el pasado lunes un bochornoso espectáculo, cuajado de fallos técnicos, mediocres cantantes y galardones infumables.

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Rosalía, la gran derrotada de los premios Odeón.
Agencias

¡Madre del amor hermoso, si esta es la música española de primera línea, que no venga Dios y la oiga! Apaguemos radios, televisiones, reproductores, spotifies… y salgamos corriendo lo más rápido posible a una isla desierta, donde el silencio purifique los oídos y apague el escarnio de semejante panorama. La noche del lunes pasado, TVE mostró el catálogo sonoro hispano más desolador de todos los tiempos. Bien es verdad que la música pop española ha sido, en general, renqueante, pero en estos últimos tiempos, con la irrupción del reguetón, el rap, la electrónica machacante de los DJs y otras malas hierbas se ha contaminado hasta extremos venenosos, bien palpables en la emisión televisiva del lunes. ‘Enemigos del lunes’, se diría parafraseando un añejo programa de la tele pública.

Hacía tiempo que uno no recibía castigo auditivo y emotivo tan duro, abochornado por la vulgaridad que emanaba de la pantalla, unas veces por el desfile de mediocridades y otras por el caos organizativo, con micros que no se oían, con artistas, aun estando todo precocinado, que no tenían fono delante para echar sus insulsas canoridades, cuando no la ausencia de presentaciones de nominados, que sonaban a desprecio para los demás aspirantes. Y no digamos con el presidente del desaguisado, con la ya cansina cantinela jeremiaca, implorando árnica a las instituciones y hablando de cultura en el desierto ante un parvulario infestado de analfabetismo, mal gusto e incapacidad musical. También haciendo una defensa leonina de los productores, a los que endosó buena parte del éxito de las figuritas de hoy, es decir, revelando sin rubor que son las manos que mueven los hilos en la trastienda. No, hombre, no, los productores, que le pregunten a Spector, Martin, Meek o Lanois, son otra cosa bien distinta y distante. ¡Qué tiempos tan gaseosos corren para la música y el ocio! Ya ni líquidos, que diría Zygmunt Bauman.

Sorprendentemente, y pese a lo esperado, Rosalía, convertida en estrella musical de manera celérica y bendecida masivamente en los medios y en las plataformas digitales y proyectada internacionalmente, fue la gran derrotada (de seis nominaciones, solo se impuso en la de vídeo). También es verdad que a uno le resultó ‘inverosímil e intransitable’, que decía con sorna un viejo colega, o sea, como si nadara o remase. Indiferencia absoluta. Esta Rosalía, no aquella yeyé de los sesenta, le produce ardor, por no escribir palabra más escatológica. Estamos ante uno de los grandes blufs musicales de la historia. La Rosalía de este milenio se apoya en el flamenco, en el pop y en la electrónica, pero ni es flamenca, ni pop, ni electrónica. Es un mix sin aptitudes para las tres cosas: ni tiene voz ni potencia flamenca, menos aún rajo; ni cuadra con la electrónica inteligente, sino con la más vulgar y chabacana imitación; ni tiene melodía ni trazas pop lúcidas. Y sin físico, cargada de kilos, ahí está, con en el pudor en el guardorropa, subida a la plataforma internacional intentando lucir tipo y gesticulando como las insoportables divas norteamericanas que tan ignominiosamente han invadido el planeta musical en este milenio. No es para llorar su derrota.

Tampoco para los que le acompañaron en la estocada, como tampoco para aplaudir a los que ganaron. El revoltijo fue un asesinato artístico en masa. Ya solo con ver el listado de nominados era para salir corriendo a buscar refugio. Listado innombrable de extriunfitos, reguetoneros, melódicos de pacotilla y demás faramalla, de la que se salvaban, en todo caso, Sabina, que con buen criterio se quedó en casa, o el dúo Amaral, al que la cámara acariciaba constantemente, tal vez buscando en él unas gotas de salvación. Algo lógico, lo del infumable listado, habida cuenta de que estos premios recién nacidos han sido gestados en el abdomen de las tres multinacionales del disco que quedan y otras mínimas dedicadas al menudeo y al triunfo fácil, sin rubor para desde dentro proponer los nominados al 50% con las votaciones en la web del engendro (¿creíble?). Fuera se quedaron el indie, los sellos pequeños y el mismo ‘do-it-yourself’, sectores que no es que anden muy boyantes, pero algo más novedoso e interesante podrían haber aportado al listado de nominados y premiados, todos, prácticamente, chapoteando en la charca de la música comercial, Perales incluido; aunque, quién lo diría, el conquense se hizo grande ante la estulticia de nominados e invitados.

TVE, de nuevo, con Sánchez y sin Sánchez, se ha unido a la telebasura musical, dando una imagen de la música española que, si es real, que me temo que sí, resulta bochornosa, y si es irreal, que algo hay (¡ay, Morgan!), es para apuntar otro nuevo trampantojo a este nuevo gobierno ‘progresista’ de boquilla, ministro de Cultura y presidenta de las Cortes presentes en la ominosa gala. Ministro, por cierto, que oyendo y viendo lo que vio igual se planteó la posibilidad de dimitir del cargo, salvo que tenga el corazón de acero: otra como la del lunes, y con el segundo apellido que lleva, no la resiste. En fin. ¿Algún día llegará el seso y la cultura de verdad a la TVE? Por lo menos, que no llegue de nuevo un bodrio como este. ¡Cuánta indignidad!    

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