Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

la voz de mi amo

Dylan y Scorsese se unen en la farsa

El documental recientemente estrenado por Netflix sobre la gira The Rolling Thunder Revue es engañoso, cansino e irrespetuoso con los habitantes del planeta ‘dylanita’.

Concierto de Bob Dylan en Zaragoza en 1995.
Concierto de Bob Dylan en Zaragoza en 1995.
HERALDO

Padre Martin Scorsese que estás en la tierra, santificado sea tu nombre y benditas tus películas, desde Taxi Driver a Uno de los nuestros, Casino, El lobo de Wall Street… y los documentales pop sobre Woodstock, El último vals, los Rolling, Harrison, Dylan, el blues…, pero vaya tostonazo que nos has endilgado en tu nuevo encuentro con Dylan. O sea, ese documental sobre la Rolling Thunder Revue, de 1975-1976, estrenado por Netflix, que ha acabado agotándome.

Ya se sabe, padre Dylan es un bidón de hierro y hermetismo, pero tú que ya lo has tenido a mano en el opulento No Direction Home, enriquecido diez años después con la revisión de 2016, que aquí le saques vaguedades y algún que otro soplamocos a un promotor, en un encuentro de entrevistador-alfombra no es de recibo. ¡Hombre! Un poco más de nervio, audacia y hasta de impertinencia que haga que el bidón reviente, o al menos que esa estatua callejera en la que Dylan se convierte ante la cámara se agite un poco más, que exude vida y memoria, que hable de verdad y no camine por la intrascendencia, y lo que es detestable, por la ficción (al espectador, ni en broma ni en serio, no se le engaña nunca, ni arriba ni abajo del escenario).

Aunque grave, esto no es lo peor, pues al menos vemos a un dios carnal que habla y luce un bonito cordón en el cuello, pero el documental en sí y en conjunto no pasa de ser una suma de pegotes de aquí y de allá que al final acaban por exasperarte. Maldito el inventor del documental, muy propio del mundo angloamericano, hecho a base de pompas de jabón que flotan y revientan en el aire sin rumbo, de retazos inconexos, sin hilazón, sin un minuto siquiera de charla tranquila y continuada, metiendo voces como relámpagos, celéricamente una detrás de otra, cada cual con su historia, discursos en este caso de Nixon sin venir a cuento, o sea, sin enmarcar políticamente canciones o hechos de Dylan, y no digamos sin apenas espacio para reproducir piezas enteras, que a fin de cuentas son el sustento de un documental musical, y más en este caso donde se trata de mostrar al mundo las imágenes de aquellos alocados conciertos de gira tan circense y disparatada, imitando a las viejas troupes medievales de comediantes que Bergman retrató magistralmente en El séptimo sello o las giras callejeras de los comediógrafos italianos del Renacimiento, como fue la Rolling Thunder Revue, con una bullanga de invitados que se subían y se bajaban del autobús cuando les daba la gana sin pagar billete, mucho hippismo deluxe, mucha cocaína y un maestro de ceremonias completamente perdido, huyendo de sí mismo, de su papel de héroe contracultural en que lo convirtió la nueva izquierda americana y sobre todo de un reciente divorcio de su esposa Sara, con sus máscaras y su pasotismo, que lo mismo conducía el autobús que se agazapaba en un rincón, o se subía al escenario apretando la mandíbula o carcajeándose cuando un espectador, hasta las narices, le pedía que cantara “canciones de protesta”, metiendo la mano en la herida, rescoldando en el viejo lío de Newport.

Todo para algo muy lícito y seguramente cierto que Dylan pronuncia: “La vida trata de encontrarse a si mismo constantemente”. Pero, al final, poco se saca en limpio y ni menos se disfruta. No hay historia, no hay concierto, no cristaliza esta aventurera pseudoinvención dylaniana y del mismo formato del show bussiness rockero, hay solo caos visual y mucha verborrea, relleno, muermo, desmadre artificioso, improductivo. Hay que ser muy ‘dylanita’ para merendarse las casi dos horas y media que dura el documental.

También es verdad que aquel no era el mejor Dylan en vivo de la historia. En el 74 hubo un doble LP con The Band donde la electricidad se combinaba con el folk en una simbiosis de caramelo. Y en el 79 llegaba el gran punto culminante con At Budokan y la primera exhibición de cómo transformar en vivo, delicadamente e inteligentemente, un repertorio ya olímpico (¡ay, si un día salen a la luz los vídeos de aquellos concierto japoneses!). Pero en medio, en 1976, quedó el extracto de aquellos conciertos de la Rolling Thunder Revue, Hard Rain, un LP que, cuando salió al mercado, recuerdo que me produjo desasosiego e indiferencia, si no cabreo, tal era el marasmo sonoro, la bulla de gente y el mal sonido que emitía. Entonces, el viejo vinilo no permitía muchas alharacas, con sus ruidos, sus fritangas, sus prensajes de taller cutre y sus ecualizaciones descompensadas, lo que unido a la bulla del escenario agravó la escucha. Y el mosqueo.

Para colmo San Dylan y San Scorsese se descojonan ahora de la parroquia, y perdón por la expresión y por el spoiler, injertando historias y personajes falsos, desde una Sharon Stone jovencita, que poco menos era el ojito derecho del bardo, a un promotor o un realizador cinematográfico de la gira, ambos inexistentes. O el engañoso injerto de la magnífica Venus, de Shocking Blue. Por no esquinar la gran majadería de la aparición de Kiss porque, ¡como cuenta el mismo Dylan!, Scarlet Rivera era la novia del líder del grupo. ¡Todo mentira! Farsa.

Una alegoría si se quiere y como ya sugiere el mismo inicio del documental con un añejo truco de magia, sacado del cine mudo, de escapismo a lo Houdine, de estos tiempos de las famosas fake news, pero maldita la gracia, máxime si no se sabe nada al respecto y luego se descubre la tomadura de pelo que Scorsese y Dylan, en perfecta complicidad contemporánea, idearon amparándose en la tradición kabuki del antiguo teatro japonés o en los arcanos y populares 'medicine shows'…, con lo cual al final se cae en un lío de incertidumbre, qué es verdad o qué es mentira. ¡Hala, a hacer gárgaras!

Sí, es cierto, hay momentos reales y reveladores, como ver a la enigmática Scarlet Rivera, a la que Dylan descubrió en la calle, añadiendo una nueva sonoridad con el violín a las canciones del héroe contracultural, sonoridad que estallaría en el gran álbum que vino a continuación Desire; o la lunática mala leche con que canta la magistral Isis y la misma A Hard Rain’s A-Gonna Fall, o el minuto confidencial de él y Joan Baez expiando ambos sus culpas por sus respectivos matrimonios cuando parecía que en los primeros sesenta el matrimonio perfecto eran ellos dos y no lo consumaron…

Pero todo esto, Padre Scorsese, no es suficiente. Todo esto, que en realidad es un pretexto para mostrar viejos retazos visuales, obviamente de mala calidad técnica, procedentes de las cinco horas de la fallida Renaldo y Clara, es un bluff en toda regla. Una estratagema comercialoide no se sabe para qué, si para ensalzar a la mayor plataforma televisiva de consumo por Internet y para que esta suba sus precios, como acaba de hacer, o para llenarse los bolsillos ambos. En todo caso, una condenada afrenta a quienes hemos vivido, y vivimos, tantos años inmersos en el planeta dylanita.

En algo, no obstante, han acertado sus creadores: como los ‘vendepócimas’ de los viejos ‘medicine shows’ nos han dado gato por liebre.

Lista de Spotify: The Rolling Thunder Revue: 'The 1975 Live Recordings'

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