Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

La voz de mi amo

La Banda del Canal, aquellos pillastres que agitaron las fiestas y la cultura zaragozana

La Banda dixie de Torrero celebra sus 40 años de vida con un documental, un pen-libro y el rescate de una vieja canción del Berlín de 1933.

La Banda del Canal en una imagen reciente.
La Banda del Canal en una imagen reciente.
Guillermo Mestre

Ayer, lunes, se estrenó en el cine Palafox un documental sobre La Banda del Canal, grupo de dixie-jazz, pero sobre todo agitador de conciencias políticas desde el año 1977 en que salió a las calles zaragozanas a meterle estopa a los nuevos regidores municipales para que reconvirtieran las fiestas del Pilar y el mismo concepto de cultura popular. Con su empuje y con el de otros muchos colectivos, especialmente los musicales, no fue poco lo que se logró, dándole la vuelta a la ciudad, que del negro del franquismo saltó al colorín de la democracia, de la sumisión a la libertad. Esta fue –según un texto que he escrito para el pen-libro que se editará en fechas próximas, conteniendo el documental citado, con guión del admirado Agustín Sánchez Vidal y dirección de José Luis García Sánchez, y una nueva versión en la voz de Serrat de una canción alemana, La noche de Zaragoza que se escuchó en el Berlín de 1933- la ciudad y el ambiente cultural en el que nacieron y revolvieron aquellos pillastres agitadores de Torrero.

Tarde o temprano la olla podrida del franquismo tenía que explotar. Tantos años con la cultura, los libros, el cine, la música…, la libertad para escribir, pensar y vivir, comprimidas en un recipiente tan opresivo dio el petardazo en fecha y forma inopinada: el día 18 de noviembre de 1976, increíblemente, las Cortes franquistas se autoinmolaron, abriendo paso a la Transición y al poco, el 15 de junio de 1977, a las primeras elecciones democráticas en 40 años. ¡Qué estallido de agitación y vida! De la olla, antes de que los jerarcas la dejaran cocer y se la zamparan, escaparon ingredientes díscolos, dispuestos a darle sabor a otro guiso más sabroso que el cocinado por el franquismo: el de la democracia.

La sociedad española, y la zaragozana en particular, empezó a ser otra. Se palpaba en las mismas calles, en fiestas y mítines, en los bares, en teatros, cines, salas, revistas…: La fiesta del PSA en San Juan de Mozarrifar, con Pedro Botero subido a un remolque de tractor y El Patito Feo, con Curro Fatás de fraile irreverente, la compañía teatral El Grifo del ácrata Dioniso Sánchez, la revista El Pollo Urbano sacando de las alcantarillas a músicos, culturetas y revolvedores, los garitos de copas y música como el BV-80, El Escaparate o El Plató recogiendo los gritos de los primeros grupos locales, heavies, rockabillies y punkis en la calle, decenas de banderas políticas de todo signo por las arterias de la ciudad, Tierno Galván en la plaza de toros amenazando con meter el bisturí al pasado aunque doliera, Felipe González atestando el coso taurino, Miguel Ríos y los Burning en La Romareda, el primer Concurso Municipal de Rock, la sátira de los Puturrú de Fuá… y la Banda del Canal. Aquella era otra Zaragoza, diametralmente muy distinta a la que se cocía unos meses antes en la olla podrida del ordeno y mando.

Una Zaragoza nueva y agitadora. En ella emergió La Banda del Canal, pandilla de jóvenes activistas de Torrero que contribuyeron a cambiar la piel de la ciudad en el tránsito de los setenta a los ochenta, sobre todo sus fiestas. No eran profesionales, ni lo pretendían, no buscaban los focos de la popularidad y el éxito, iban por libre, a divertirse y a molestar, a tocarles las narices a los jerarcas de cuello duro y bota de hierro. Se les vio en romería por la calle San Gil camino de la plaza del Pilar, portando saxos, trombones y un ataúd para meterle un sopapo moral a las fiestas aristocráticas de la Lonja, no sin llevarse a cambio algún que otro contrasopapo físico. A golpe de fanfarria querían acabar con el elitismo de las fiestas del Pilar, sacar a la calle a la gente, darle voz y diversión al pueblo. Y lo consiguieron. No solamente ellos, sí, pero haciéndose notar mucho.

Bien es verdad que la tarea del cambio no resultaba muy difícil. Tras el estallido del puchero, quedó un campo virgen y fecundo donde plantase lo que se plantase, salvo las carronchas del pasado, crecería como la hiedra sobre el muro. Hubo que pelear, no obstante, no solo con la vieja oligarquía sino incluso con el propio PSOE y el segundo concejal de festejos de la democracia, Luis García Nieto (¡ay, los ya obsoletos cantautores y los combos latinoamericanos que nos endosó!), pero acabó claudicando.

Zaragoza entró en la modernidad. Al son del dixie, mejor o peor tocado, pero con mucha intención y más ilusión por cambiar el árido paisaje de la dictadura, La Banda del Canal abrió tajaderas y soltó agua festivo-reivindicativa desde Torrero a toda la ciudad. ¡Agua va! Brotó así una de las transformaciones más notables de la historia democrática, una mutación que desde años percute con normalidad en la vida cultural y festiva de los zaragozanos: su mayor logro. La fortuna es que la Banda todavía sigue viva como símbolo de una Zaragoza resistente y rebelde a las rancias convenciones de antaño. ¡Felices 40!

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