Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

músicA

Paul Weller, grande entre cuerdas y guitarras

El padre del renacimiento mod de los 80 se rodea de una orquesta en un nuevo disco, con dos CD’s y un DVD o tres LP’s+DVD.

Paul Weller
Colección de vinilos de alto gramaje de Paul Weller Other Aspects Live at the Royal Festival Hall.
paulweller.com

En el año 2000, Paul Weller publicaba uno de los mejores álbumes de su carrera en solitario, Heliocentric, un muestrario de apacibles melodías pop que revestía de arreglos sutiles y densos, con especial presencia de las cuerdas, a cargo del mismo orquestador de Nick Drake. No era una gran noticia de que esto fuera así, de que el ‘modfather’ tuviera en los escaparates un excelente disco, después de haber puesto otras perlas como Wild Wood (1993), Stanley Road (1995) o Heavy Soul (1997), por no hoyar en las fructíferas minas de The Jam y The Style Council.

La noticia, lo llamativo era que entonces, con 42 años, vivía obsesionado con el envejecimiento, con cumplir años en un negocio que él siempre había considerado propio de jóvenes airados. Tenía miedo a caer en el patetismo. Y como su consigna que le ha guiado a lo largo de su vida musical –tal como recordó en su visita a Zaragoza durante los fastos de la Expo- ha sido tomarse la música de forma muy seria, debido a haber hecho realidad su sueño infantil de un día tener un grupo, tocar, grabar discos…, es decir, profesar un gran respeto a él mismo y al público, el miedo a decepcionar, a ser barrido, le atenazaba. Ningún temor: “puede andar tranquilo porque aún le quedan muchas facultades para templar discos al fuego del pop y no quemarse”, le profetizaba uno en la crítica que firmaba del mentado Heliocentric en el HERALDO. El tiempo, que quita y da razones, como diría García, me las da: Weller, uno de los nombres sacrosantos del pop británico y quizá sin los galardones públicos que se merece, no solo ha aumentado su cuenta discográfica en solitario, que ya camina por la veintena de álbumes, incluida una banda sonora y varios directos, sino que sigue tan diáfana, explorativa y carnosa como siempre, midiendo sus discos, pensándolos, subiéndose a la cuerda del riesgo y la variedad y reelaborándolos hasta la neurosis. Todo un grandísimo profesional, se diría.

Y como nueva muestra de lo dicho, el doble CD que acaba de poner en el escaparate en el que espolvorea un buen puñado de canciones de su largo repertorio (no las más familiares) con violines y metales, es decir, con una orquesta y una sección de vientos más su grupo, pintando el reverso de lo que fue en 2001 Days Of Speed, en el que hizo lo mismo de ahora, solo que de forma cruda, con guitarra, bien acústica, bien eléctrica.

Este nuevo disco, que ya por anticipado recomiendo fervientemente, en realidad responde al editado en 2008 como 22 Dreams y sobre todo al del año pasado, True Meanings, donde las cuerdas y el sinfonismo, brotaron de forma liviana pero más que evidente. De hecho, Other Aspects, Live At The Royal Festival Hall, que así se llama el nuevo álbum, es una consecuencia de True Meanings, de llevar más lejos los intentos sinfonizantes de aquel trabajo. Para lo cual reunió a una orquesta básicamente femenina, directora incluida, y a su propio grupo y en octubre pasado realizó solo dos conciertos (el proyecto era muy caro) de los que ha salido este doble CD más un DVD que recoge las imágenes de las 25 canciones que integran el disco. Hay también versión en vinilo.

Solo la apertura con One Bright Star que recupera de su álbum 22 Dreams, es para temblar de gusto: ahí es nada, un bolero a toda orquesta con piano y trompeta, que solo Nick Cave o el mismo Bunbury podrían emular. A partir de ahí, un abrasivo viaje de sensibilidad y atmósferas sonoras variadas que responden ineludiblemente al variado y largo trayecto musical de Paul Weller, desde The Jam (de quienes se incluyen Private Hell, Boy About Town, y Tales From The Riverbank) a Style Council, con Have You Ever Had It Blue y A Man Of Great Promise, y sus discos en solitario, que lo mismo han recalado estilísticamente en el pop que en el rock, el soul, el folk, la bossa, el jazz o el mismo ‘croonismo’. Soberbias, por no cargar en exceso unas piezas sobre otras, son las reencarnaciones de Aspects, de su anterior disco, o la recuperación de Strange Museum, de su primer álbum en solitario, con cierto eco a Steve Winwood y Traffic. Y todo ello, dentro de un concepto de sinfonismo nada ‘invasor’ sino de acompañante medido, prudente, para no herir, pese al nuevo traje, el espíritu primigenio de las canciones.

Cuando uno escucha discos como este y a artistas como Paul Weller, todavía joven y dandi, pese a sus ocho hijos y haber pisado ya la sesentena, y luego radios comerciales y hasta progres así como televisiones triunfitas taladran las neuronas del personal con la basura que sale por ellas o tipos pretendidamente intelectuales pregonan papanatadas intragables (“Miguel Bosé es el gran genio de la música pop de las últimas décadas”, ha soltado sin pudor alguno, es decir, desde la ignorancia musical supina, Juan Manuel de Prada en La Sexta poco antes de que se redacten estas líneas) a uno se le inundan las arterias de nutritivas sustancias emocionales, las endorfinas circulan torrencialmente por el cerebro. Gran fiesta y grande Paul Weller.

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