“Cada uno de sus besos creaba jurisprudencia” (P. 177)

Carmen, 50 años, divorciada, sin hijos, honrada y atractiva, fiscal jefe de la Audiencia de Zaragoza, descubre que su padre, franquista por conveniencia con el que ella nunca se llevó bien, había escondido y preservado para ella los documentos de su abuelo, maestro de la República depurado por la dictadura al que la nieta no llegó a conocer y del que apenas sabía dos anécdotas: vidas silenciadas de los perdedores, vidas amputadas hasta, como le pasa a Carmen, la tercera generación, que ha perdido el hilo –esencial– de la memoria y la verdad: Carmen flota en el vacío sin historia, en el vaho de un tiempo incompleto porque le faltan piezas.

Al menos su padre supo conservar un cajón lleno de papeles y algunos objetos de su abuelo Santiago: su pluma, cartas de amor y pedagogía, tantas ilusiones, las llaves del colegio del que le desterraron...

“Su abuelo resumía en su propia vida la historia de muchos, la triste crónica de un triste país” (P. 63).

Carmen recurre a un profesor de historia para que le ayude a desentrañar los legajos que encuentra en el cajón de vinos de Cariñena que atesora el legado de su abuelo, que fue director del colegio que hoy es Joaquín Costa: público, obligatorio y gratuito, un oasis en medio de un país analfabeto.

La ciudad, Zaragoza, refulge espléndida en los días ávidos de la narración mientras Carmen descubre su pasado y obtiene la llave para mejorar su futuro. La subida a las terrazas del Pablo Serrano, el anacrónico local de la asociación de Torrero, Independencia, la calle Alfonso… Las terrazas del Pablo Serrano que discurrió José Manuel Pérez Latorre ya no podrán visitarse sin evocar esta novela, que las explica y las vincula a una tradición, a una aspiración de civilidad y democracia.

Los personajes están más vivos que quien los lee porque traen algo con ellos además de sus vidas: ideas, memoria dolorida y sepultada de un tiempo fugaz de luces y de esperanza.

Memoria inesperada es novela pedagógica en tres sentidos o más: primero, muestra la historia escamoteada que, como esos difuntos sin sepultura, aún nos atormenta; segundo, profesa amor por la enseñanza como vía para la civilización, el progreso y la prosperidad (y previene su uso como herramienta para el adoctrinamiento y sumisión); tercero, su lectura gozosa ejemplifica y sirve de modelo para verificar que la máxima aprende disfrutando funciona: la novela fluye suave con prosa clara y contundente y al final ocurre el milagro de la forma más natural cuando Carmen, una vez colmado el enigma de su origen, se puede permitir algo que siempre se le ha resistido un poco, aspirar a la felicidad, un empeño que exige el conocimiento y la memoria.

Esta solución es de un realismo abrumador y misterioso: a veces ocurre que una revelación acerca de los antepasados propicia un cambio en el presente, un salto de escala, otra vida. Hacer sencillo ese prodigio y aclarar el turbio pasado es el milagro de esta narración.

La edición, de Sibirana, es perfecta.

El kit de Víctor Juan Borroy para estos días se completa, de momento, con un cuento precioso en la revista Rolde y el libro, compendio de entrevistas publicadas en Heraldo de Aragón a treinta docentes aragoneses, La pequeñez de los días (también editado por Rolde), que es el mejor manual para aprender a enseñar y a aprender desde la vocación y el corazón.

Víctor Juan, maestro arrocero que vive en Twitter, donde ha empollado una familia modélica, es profesor de la Universidad de Zaragoza y dirige el Museo Pedagógico de Aragón. En esta web está todo, incluyendo la caja de música de Ramón Acín y mil millones de cosas más. Memoria Inesperada, que vindica la honradez, el amor y la memoria, es su quinta novela.