Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

The Pretenders en el Teatro Real


Está por una parte lo del rock en el Teatro Real, que no es nuevo, pero sí sigue sorprendiendo; y luego la misma Chrissie Hynde, que a sus casi 66 años sigue estando en plena forma.




Lo de un espacio clásico para el rock tiene sus defensores y sus detractores. Un profesional de la radio, y antaño crítico pop del ABC, Tomás Cuesta, afirmaba días atrás que no lo veía muy bien, aunque este tipo de conciertos en el Real –subrayaba- son los únicos que le inyectan jugo económico. Salen rentables. La ópera y los conciertos clásicos, si no hay subvención y dinero estatal, palmarían, sentenció el mentado Cuesta. Así que tal y como están los tiempos, pues siempre viene bien una ayudita económica, aunque sea mediante ese bicho fiero del rock.




Personalmente pienso que no es su lugar. Que el rock tiene sus espacios y sus liturgias, y no es precisamente en un teatro de estas características donde mejor pueden desarrollarse esas ceremonias, más en España donde esa tradición americana de atar a un rockero a una butaca de un teatro o a una silla en un gran estadio no está muy arraigada. Aunque, claro está, depende del grupo, y de la misma música que se interprete. Y también, como ya no se fuma ni en uno ni en otro lugar…, pues como que da igual; ¡ay¡, el humo y el olor a brebajes de todo tipo, consustanciales antaño al ruido de guitarras!


Y en este escenario, la Hynde y sus numerosas vidas. Casi sesenta y seis años y hecha una jabata, enfundadada en ese traje de chica mala de toda la vida y luciendo su poderío y su gran voz, entre sensible y dura, como si Sandie Shaw y los Pistols formaran parte de su aura. Me remito al DVD grabado en Londres en 2010, con unos Pretenders eufóricos y una Hynde con el maquillaje chorreándole por la cara, como símbolo de su garra rockera.


Si la cosa del Real fue por los derroteros de ese DVD, que parece que sí a tenor de las crónicas, no me extraña que las críticas hayan sido tan halagüeñas. Personalmente fue uno de mis grupos favoritos de aquella fructífera new wave de finales de los setenta y primeros ochenta. Soberbio disco el primero –'Pretenders' (1980)- con aquel 'Stop Your Sobbing' de Ray Davies, que ella no conocía personalmente y que, cosas del destino, luego sería su primer marido y padre de su primera hija (después, repetiría con otro músico, Jim Kerr, de Simple Minds) y otras piezas memorables –'Precious', 'Brass In Pocket', 'The Phone Call', 'Tattooed Love', 'The Wait'…- que convirtieron al álbum –dos millones de copias vendidas- en una de las piezas angulares de la new wave. El Rolling Sone proclamó a Pretenders como el mejor grupo del año 80 y sus adorados Rolling lo eligieron para su gira de aquel año.


Camino abierto a la fama mundial. Mas a punto estuvo de truncarse: el segundo álbum –'Pretenders II' (1981)- aflojó el pistón del ingenio, enfatizando más la rabia (llegando al alarido vocal) y la batería pero malogrando las piezas –a Hynde ni le gustó la portada-, lo que –sin ser un mal disco- le hizo caer en ventas. Y a renglón seguido, dos de sus integrantes morían de sobredosis. El bajista Peter Fardon se marchó, despechado por el genio huraño de la chica de cuero (la que le montó a Ángel Casas en 'Musical Express' por parearla con Devo por el simple hecho de haber nacido ambos en Akron, la ciudad del caucho). Un año más tarde, moría. Sorprendentemente, al día siguiente de la salida de Fardon, el guitarrista y puntal del grupo, James Honeyman-Scott, cayó también, víctima de la hipodérmica.


¿Qué he hecho yo para merecer esto?, parecía preguntarse la geñuda Hynde (otra: un periodista madrileño la comparó con Debbie Harry y saltó como una tigresa: “No jodamos, que yo tenga delantera y trasero como la Harry no quiere decir nada…”), después de lo que le había costado conseguir su objetivo mayor, cual era formar un grupo de rock propio: trabajó de camarera, dibujó escudos de armas, dejó la universidad de su Akron natal para en 1973 –obsesionada con Bowie, Iggy Pop y Lou Reed- buscar aventuras rockeras en Londres, donde las pasó canutas, viviendo en un cuchitril junto a una lesbiana española, saltando los tornos del metro para no pagar, vendiendo bolsos en un mercadillo o intentándolo (no colocó ninguno), fabricando marcos para puertas, trabajando de recadera en un despacho de arquitectos, teniéndoselas tiesas en más de una ocasión con 'asquerosos babosos y pervertidos', como cuenta en sus memorias ('A todo riesgo'/Malpaso. 2016), haciendo autostop, y hasta –sin tener ni idea, como ella reconoció, pero dando leña con sus 'majaderías pseudofilosóficas' que enervaban a los fans- ejerciendo durante un año el periodismo musical en el New Musical Express de la mano de Nick Kent, más tarde su loco maltratador. Luego entró de dependienta en la tienda de ropa de Malcolm McLaren y Viviente Westwood, o lo que es lo mismo en las entrañas de la explosión punk. De París, a donde se trasladó después, escapó huyendo de la heroína y de la imposibilidad de montar un grupo con los 'caóticos franceses', todos intentando imitar a Keith Richards.


¿Y ahora que hago, con medio grupo en la cuneta? Sacó fuerzas de flaqueza, reorganizó el cuarteto y partió, como quien dice de nuevo, de cero. No extraña el título del álbum de su reaparición en el 84: 'Aprendiendo a gatear' ('Learning To Crawl'). Pretenders dan de nuevo en la diana con otro gran álbum. Diana que se repite con otro excelente disco: 'Get Close' (1986) con la penetrante 'Don't Get Me Wrong' y especialmente con una de las grandes baladas feministas de la historia 'Hymn To Her'. Y luego una trayectoria en zigzag, con aciertos, rupturas, largas ausencias, vida artística en solitario…, pero siempre con su devoción impoluta por el rock.


Su último disco, 'Alone', se publicó a finales del pasado año, coincidiendo con sus memorias, y es el motivo que le ha traído de gira a España y pisar insólitamente las tablas del Real. Un álbum más calmado, con órgano de terciopelo, baladas y pedal steel (como ya hizo en el DVD londinense), pero también con dureza y con las esencias guerreras de Hynde: voz en plena forma, un timbre robusto y a la vez sensible de veinteañera, sensualidad a lo Rita Hayworth, agradables melodías… Y, ya digo, va a cumplir los sesenta y seis el 7 de septiembre próximo. Pese a lo que ha circulado de venenoso por su cuerpo (como ella relata en sus memorias), una rockera de raza, una cantante excepcional, un ejemplo modélico, como el de Patti Smith, Springsteen, Neil Young, Dylan o los Rolling (sí), en camino paralelo a los viejos bluesmen, de envejecer con una dignidad rockera a prueba de bombas y de géneros juveniles de moda pero de una estulticia suprema. El Real la enaltece.




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