Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Dylan, Nobel de Literatura

Ha entrado un elefante en una sacristía. Caen los solemnes objetos de las estanterías, se remueven las tacitas de porcelana, arden los cirios, se rompen los cálices sagrados, el mundo se derrumba. Un poeta del rock ha profanado el sagrado templo de las Letras. Bob Dylan es, por fin, Nobel de Literatura. A su lado, nuestro Echegaray, que tanta filfa provocó, es Dios.


Los bufidos de la tribu se oyen planetariamente. ¿Un rockero, Nobel? ¿A tal extremo de degradación ha llegado la Academia Sueca? Dejemos a la tribu bufar… Aunque lo mejor sería que, antes de darse al enloquecido chamanismo purgatorio, abriese algún libro de textos dylanianos y hasta algún disco, pongamos, de su época mercurial. Un poco de atención, aunque sean diez minutos, para observar esos textos surrealistas, kilométricos, simbolistas, prietos entre melodías celestes. Un deleite.


Escribir una letra y embotellarla en música es un arte que el hombre, como bien ha recordado la secretaria de la Academia Sueca, ha practicado desde tiempos inmemoriales. Es un arte difícil, que requiere una inspiración e inteligencia superiores. Expresar emociones vitales, plasmar el tiempo, contar historias, protestar contra el poder, cantar al amor, rebelarse… y emparedar todo ello en músicas henchidas de ritmo y belleza, despertando sentimientos endorfinados, es tarea ardua, compleja, agotadora. Bien lo saben quienes se enfrentan al folio y a las seis cuerdas de una guitarra.


Dylan, aunque lleva una larga temporada desconectado de esa creación, nutriéndose, no se sabe si por cansancio o por delectación, de temarios ajenos, es lo que ha hecho toda su vida, siguiendo el caudaloso río de sus discos y de sus letras, desde aquellos cuatro primeros álbumes acústicos, en la estela de Woody Guthrie y los poetas beat, al surrealismo de su etapa mercurial, su conversión cristiana, su avistamiento a las praderas del country, el dolor de la ruptura matrimonial o la reciente recuperación de las raíces profundas del cancionero americano. Toda su obra está plagada de prosa poética. Contracultural, sí, pero enormemente bella, aunque hoy le pese a la tribu planetaria.


El flamante Nobel ha cambiado el curso de la historia, ha retratado en ácidas canciones el mundo del último medio siglo XX y ha guiado a todos los poetas de la música pop. Nadie hasta que él llegó ha removido las entrañas de algo tan frívolo pero tan emocional como el rock. Han tenido que pasar siglos hasta que el noble arte de hacer canciones ha sido reconocido por la entidad mayor del mundo de las ciencias y el pensamiento. Nunca es tarde, aunque los bufidos de la tribu atruenen.


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