Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Amaral y Alejandro Sanz, en la civilización del descerebramiento

En cuestión de pocos días se han producido dos hechos musicales no iguales pero quizá con un fondo de similitud muy cercano y con materia para el análisis. En el teatro Barceló de Madrid Amaral actuaba dentro de la fiesta aniversario de Radio 3 Extra cuando en el silencio entre una canción y otra se oyó a un mastuerzo gritarle ¡zorra!, al parecer por la minifalda y el generoso escote que lucía Eva.


Pocos días más tarde, en un concierto de Alejandro Sanz en México, un hombre acosaba a una mujer, sobándola contra su voluntad e incluso pegándole. El cantante se percató desde el escenario del incidente y ni corto ni perezoso se desentendió de la actuación, bajó del escenario, se encaró con el individuo e hizo que lo expulsaran de la sala. Luego, después de confesar en el escenario que no aguantaba que se maltrate a alguien y menos a una mujer, siguió actuando ante los aplausos del público.


Dos actuaciones, la del mastuerzo y la del maltratador, absolutamente repugnantes que, sin embargo, tuvieron desenlaces diferentes, cuando quizá debieron haber acabado de la misma manera, e incluso penalizadas. Eva no tuvo, o no quiso tener, en el instante mismo del insulto, recursos para encararse con el mastuerzo y prosiguió el recital, si bien a los dos días, más en frío, se calentó y en Instagram puso a caldo al insultador, llamándole cobarde, machista y sabandija. ¡Qué menos! Alejandro Sanz tiró por el camino más directo, desalojando a un tipo execrable que no tiene cabida en una sociedad civilizada.


Ya digo, actos repugnantes ambos, que en el caso de Amaral quizá debería haberse aventado de forma más contundente, parando el concierto y dejando en evidencia al energúmeno. Hey, tú, ¿qué dices? Sube aquí y dime a la cara lo que acabas de gritarme, dame argumentos... ¿No? Seguridad, este tío a la calle… Tendría que haber sido la resolución drástica. Como hizo Sanz. En caliente, exponer ante el público al patán de turno, afearle su conducta y, subiendo algunos peldaños más de reprobación, darle a probar su misma medicina antes de largarlo de la sala. Después, subiendo aún más la escala de mala leche ante insulto tan procaz y vejatorio en un acto público, irse al juzgado (Código penal, artículos 208 y 209).


No es la primera vez que se ha parado un concierto. Morrissey es maestro en el desalojo de mastuerzos que incomodan en sus recitales, incluso les suelta patadas. Los Rolling Stones fueron protagonistas del acto más salvaje y delictivo ocurrido en una actuación. Ya se sabe, en Altamont, en 1969, los Ángeles del Infierno asesinaron a un joven negro de 18 años que se encontraba en las primeras filas del concierto. Los Stones pararon el recital aunque luego prosiguió no sin nerviosismo, escenas que recogió la película 'Gimme Shelter'. No es lo habitual, ni se ha producido con demasía (afortunadamente) este tipo de incidentes, pero hay que encararlos con valentía y medidas drásticas.


Se trate de un concierto de rock o de un partido de pádel, debe acabarse con este tipo de energúmenos. Si hay que parar una actuación en seco, se para. Y se toman medidas. Aun a riesgo de que el altercado sea mayor, que no debiera, pues resulta difícil imaginar al resto del público poniéndose de parte del mastuerzo de Madrid o del agresor machista de México.


Vivimos unos tiempos de excitación altamente preocupantes. Por la sociedad misma, por las vicisitudes que acontecen en cada época y por una educación que se está yendo por los sumideros de la basura. Para colmo, a estos tiempos agitados se ha venido a unir ese ágora pública de Internet, maravilloso invento para mil cosas, pero también peligrosa herramienta que mal usada lleva a la jungla del disparate, la vulgaridad, el insulto, la coacción y hasta la agresión. Un montón de mastuerzos que asoman la jeta de forma anónima por las redes sociales, foros, blogs, periódicos digitales… han llegado a confundir el ordenador o el móvil con la realidad pura y creen que las mismas mamarrachadas, cuando no exabruptos o insultos, que se pueden escribir con un teclado se pueden espetar en la calle o en un concierto como el de Amaral o no hace mucho en los aledaños del campo de fútbol del Valencia, con medio centenar de hooligans llamando de todo a los futbolistas de su 'amado' equipo por haber perdido 7-0 ante el Barcelona.


No es la civilización del espectáculo, que diría Vargas Llosa, en la que vivimos, es la del descerebramiento. Gentuza que pulula por calles, barrios, canchas deportivas, actos políticos, salas musicales, radios, televisiones… y no digamos Internet, soltando bilis y veneno. De una forma u otra deben tener su merecido, multa o cárcel incluida si así lo dicta la justicia. Bravo por Alejandro Sanz y que tome nota Amaral, por si acaso vuelve a ocurrir lo de Madrid. El artista, podrá no gustar, pero merece los máximos respetos personales cuando sale a un escenario.


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