Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Las cinco estrellas de Bowie: 'Blackstar'

Sentimiento inequívoco de la condición humana: la pena por el dolor ajeno, incluso la compasión, cuando no -pero en otro reprobable nivel- el morbo. Algo de ello ha flotado en torno a Bowie en los dos últimos años. Si antes de que sufriera un serio percance coronario, que le obligó a retirarse de los escenarios, estaba publicando excelentes discos –'Heathen' (2002), 'Reality' (2003)- que no tenían el menor reclamo mediático, desde que en 2013 reapareció con 'The Next Day', los focos no se despegaron de él.


TVE mismamente, a la que la música se la trae al pairo, ha ejercido recientemente un bombardeo sistemático en los noticiarios sobre sus discos y sus vídeos. 'Blackstar', publicado el pasado día 8 de enero, lo ha dejado bien claro… No digamos su muerte. Pero dejemos atrás consideraciones extras y, serenamente, pasado el golpe mediático de la muerte de la estrella, vayamos al grano de su último disco, 'Blackstar': asombroso.


Lo he estado masticando día tras día desde su misma aparición, sorprendiéndome a cada escucha. En el Heraldo lo recibí con cinco estrellas, y confieso que no me he dejado llevar por sensiblería alguna, sino por la calidad intrinca del disco, por la cantidad de hallazgos y detalles que propone. De hecho, confieso que estas líneas de rendición las empecé a escribir un día antes de su muerte, líneas que, al conocer la noticia, dejé a un lado para trazar su semblanza artística y su personalidad camaleónica en el periódico y en este blog.


Son solamente siete canciones, aunque algunas, como la titular, generosas en minutado, pero todas rebosantes de inventiva, con una forma de tratar el rock y el pop absolutamente novedosas. El viejo amigo y productor Tony Visconti, junto a un quinteto jazzístico, han obrado este milagro del rock actual: un saxo serpentea por las canciones dejando rastros luminosos, la guitarra suelta unos originalísimos espasmos al final de 'Lazarus', el punch del funk se mide antagónicamente con el baladismo… y en general el paño electrónico que envuelve al conjunto muestra una modernidad que magnetiza el oído.


Los diez minutos de 'Blackstar' se resuelven en una serie de dos secuencias rítmicas opuestas que se inician en terreno del jungle y acaban en manos del rock electrónico, una especie de 'Rebel Rebel' sin guitarras eléctricas. 'Lazarus' y su espinoso vídeo, que ahora puede interpretarse como una doliente despedida, se apoya en un inquietante y sugerido tempo funky. En 'Dollar Days' brotan las guitarras acústicas y el rastreo del Bowie 'espacial', sensación que se repite en la pieza más pop y alegre del álbum, armónica incluida, 'I Can't Give Everything'. Antes ha dejado sitio para tres explosiones rítmicas entre el funk y el trip hop: 'This A Pity She Was A Wore', 'Girl Loves Me' y 'Sue (Or In A Season)', esta última con apariencia de extracción de la mina de King Crimson.


Visconti ha amalgamado todo con la electrónica, el drum'n'bass, el hip-hop y el jazz en la mente –se dice que efecto de Kendrick Lamar- pero sin hacerlo excesivamente explícito, moteando estos estilos más que abriéndolos en canal y mostrándolos en carne viva. Es el gran descubrimiento sonoro de este álbum. Bowie ha vuelto a realizar otra jugada maestra de absorción y transformismo, se ha ido dejando un mensaje de renovación cuerda del rock que ni Mogwai, Flaming Lips, Godspeed You! Black Emperor, Sigur Ròs o el grupo más atrevido de hoy. No se esperaba semejante torcedura de brazo. Esta versatilidad y estas formas de expresar el sonido sin descarriarlo, sin acudir a extravagancias inaudibles, son toda una lección de agudeza e ingenio para nuevas y futuras generaciones. Desde el 8 de enero hay otro clásico en la discografía del Gran Duque.


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