Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Bosnia, 20 años después

Sarajevo 38
Sarajevo 38

Wikipedia dice que la guerra de Bosnia-Herzegovina finalizó un día como mañana de hace 20 años con la firma de los Acuerdos de Dayton en París. Aquel 14 de diciembre de 1995 el bosnio-musulmán Alija Izetbegovic, el serbio Slobodan Milosevic y el croata Franjo Tudjman aceptaron un protocolo que ponía fin a tres años y media de guerra que provocó 100.000 muertos, casi dos millones de desplazados y refugiados, un 40% de la población bosnia, decenas de miles de mujeres violadas, el cerco salvaje de ciudades, incluida la capital Sarajevo.


BIENVENIDO AL INFIERNOSarajevo está cubierto de sangre y desesperación. Un ejército profesional acosa la ciudad sin respiro y aplica una receta impecable: el bombardeo sistemático. No se puede romper un cerco infernal formado por varios anillos de aprovisionamiento. La gran avenida de siete kilómetros que une el aeropuerto con el centro neurálgico de la ciudad es hoy la más desértica del mundo. Se le conoce como la avenida de los francotiradores.Fotografía de Gervasio Sánchez




¿Pero acabó la guerra hace 20 años? A primera vista sí. Las armas se silenciaron, los sitiados pudieron salir de sus escondrijos, los niños acudieron a los colegios sin el temor de ser alcanzados por los francotiradores o las esquirlas de los proyectiles. A las pocas semanas los mercados ya ofrecían todo tipo de productos a precios lógicos. Aunque la inmensa mayoría no tenía dinero para comprar.


Los depósitos de cadáveres empezaron a recibir otro tipo de víctimas: ajustes de cuentas entre mafiosos que se habían enriquecido durante la guerra, muertos de accidentes de tráfico o de explosiones de minas antipersonas.


LA BIBLIOTECA NACIONALLa Biblioteca Nacional fue destruida en agosto de 1992. Construida a finales del siglo XIX en estilo hispano-morisco para albergar el gobierno municipal, se convirtió en 1946 en una de las bibliotecas más importantes de Yugoslavia. La sala principal es un caos de hierros retorcidos y montañas de escombros. En las estanterías las cenizas de los libros resisten las embestidas de las corrientes de aire que circulan por la sala. Es sólo apariencia pues al tocarlos se desmoronan para siempre.Fotografía de Gervasio Sánchez


La biblioteca de Sarajevo, destruida por bombas incendiarias durante agosto de 1992, sufrió varias restauraciones. La última concluyó en junio de 2014, a tiempo para conmemorar el primer centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial. Desde el edificio, que entonces realizaba la función de ayuntamiento, salió el 28 de junio de 1914 Francisco Fernando, el príncipe heredero del imperio austro-húngaro, unos minutos antes de morir en un atentado que propició el inicio de las hostilidades.


En realidad, la guerra de Bosnia todavía no ha acabado. Las fronteras establecidas entre los antiguos enemigos siguen ejerciendo de fría demarcación entre los que quieren una república independiente, los bosnios musulmanes, y los que desean pertenecer a Serbia o a Croacia, las potencias limítrofes.


EL DISPARO CERTEROEL cadáver yace abandonado en la avenida de los francotiradores desde hace horas. Los coches pasan a toda velocidad. Ninguna ambulancia se ha atrevido a recogerlo. Temen los disparos de los francotiradores. El registro servirá para conocer su identidad. El día es más peligroso que la noche. La población confía en la repentina calma y sale a comprar lo poco que queda en los mercados. Los sitiadores no entienden de intervalos, de tiempos muertos.Fotografía de Gervasio Sánchez


Una guerra no acaba por imposición diplomática. Si fuera así, el mundo en que vivimos estaría más cerca de la paz eterna que de la guerra diaria. Desde hace 20 años se buscan a los desaparecidos, se exhuman los restos, se guardan durante años en bodegas  y se entregan a los familiares después de la identificación.


En Bosnia se empezó a enterrar a las víctimas en 2003, hace ya 12 años. En el cementerio de Potoçari, muy cerca de Srebrenica, ya hay 6.377 restos enterrados. El conteo de las víctimas sigue año tras año. Quizá la guerra acabe el día que no haya más restos que enterrar, dentro de diez o quince años. Quizá.


Hace un cuarto de siglo, Yugoslavia era un país subdesarrollado con un pie muy cerca de la Europa comunitaria. Su capital humano y sus estructuras económicas estaban preparadas para hacer un cómodo tránsito de una economía autogestionaria a una de mercado. Tenía una ventaja añadida: estaba más cerca de Alemania, la locomotora económica, que la había reconvertido en su patio trasero.  Centenares de miles de yugoslavos vivían en Alemania y mandaban remesas económicas a sus familias. La mano de obra barata yugoslava también era utilizada en su propio territorio.


LA ÚNICA COMIDANiños, mujeres y ancianos se sitúan cada mañana en la cola del Edificio de la Cruz Roja Internacional. Reciben la única comida caliente del día. Los bombardeos, las temperaturas de hasta 15 grados bajo cero y las largas esperas no son obstáculos para que miles de ciudadanos hambrientos se arriesguen a salir a la calle en busca de una comida. El cerco ha equilibrado la economía doméstica de toda la población. La alternativa es morir de inanición.Fotografía de Gervasio Sánchez


Hoy Yugoslavia no existe y, en su lugar, han fructificado siete países después de cinco guerras afectados por problemas estructurales muy profundos. Las guerras acabaron pero las inversiones nunca llegaron. Cuando se transita por la amplia extensión de Bosnia pero también de Serbia, Macedonia, Montenegro o Kosovo es como si el tiempo se hubiera paralizado hace tres décadas. Eslovenia y Croacia se han beneficiado de grandes inversiones europeas y han conseguido recomponer una imagen apoyándose en el turismo.


La guerra de Bosnia espoleó la imagen del Sarajevo épico durante los horrendos años del cerco salvaje gracias a la valentía de sus resistentes, los civiles que no aceptaron abandonarla durante los 44 meses que duró. Más de 10.000 resistentes murieron , otros 50.000 fueron heridos. Uno de cada seis muertos fue un niño. Pero los centenares de miles de bombas que fueron lanzadas sobre sus habitantes  no consiguieron su objetivo: la claudicación.


TUMBA DE UNA FAMILIALos cinco miembros de esta familia han muerto en la explosión de una misma granada que ha destrozado su casa. Mirela y Mirza tenían cinco y tres años cuando murieron. La dotación del cañón o del mortero consiguió una buena cosecha de muerte. Verdugos y víctimas están separados por una larga distancia que les impide verse las caras. Miles de personas murieron en Sarajevo en los nueve meses de 1992, el primer año del cerco que duró tres años y medio hasta diciembre de 1995.Fotografía de Gervasio Sánchez


Muchos habitantes se enfrentaron a las bombas con sus mejores vestidos. “Si me matan que me pille con las ropas del domingo”, se decía a menudo. Las dificultades para conseguir agua para lavarse eran mastodónticas. Pero, al mismo tiempo, algunas personas, incluidos los más pequeñines, pasaban horas haciendo cola para llenar una botella o una cazuela en fuentes bombardeadas con regularidad. En los meses que pasé viviendo en casas particulares nunca me faltó el agua para lavarme. Aunque protestaba nunca me hacían caso y, al llegar a casa, siempre tenía un balde de agua caliente.


Hubo personas que no salieron de su casa durante el cerco. Pasaron tres años y medio entre las cuatro paredes de la habitación más segura, quemando los muebles para calentarse, releyendo los periódicos amarillos y fumando como carreteros. Otros muchos salieron lo justo a la calle. A recoger la ayuda humanitaria o conseguir  leña para calentar la casa.


JUEGOS DE NIÑOSUn 51% de los niños encuestados por UNICEF afirma haber presenciado la muerte de una persona. Un 81% ha pensado en algún momento que lo iban a matar. Un 72% ha sido testigo del bombardeo de su casa. Mueren niños porque son niños los que hacen la cola del pan, llenan los depósitos de agua o trajinan durante horas por las calles de la ciudad más peligrosa del mundo. Mueren porque deben atravesar puentes batidos por los francotiradores para acudir a los pocos colegios que permanecen abiertos.Fotografía de Gervasio Sánchez


La muerte de la madre de la traductora Alma ocurrió en diciembre de 1992. Aquella mañana no llegó a su cita con los periodistas en el hotel Holiday Inn.  Los reporteros acudieron a su casa y ella gritó mientras corría hacia la calle: “mi madre ha muerto. Tengo que conseguir un ataúd”. Su madre pasó gran parte de la mañana tirada en el suelo de la habitación. Por suerte tapada por un sábana. Pero ella consiguió la madera necesaria para enterrarla. Fue su grito de dignidad, el antídoto contra la desesperación.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión