Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Siete noches de oro de Miles Davis en el festival de jazz de Newport

Noviembre, mes jazzístico por excelencia. Tiempo de festivales como el de Zaragoza, recién finalizado, que no obedecen a un santoral o tradición del género sino a un cambio político: la llegada del PSOE al gobierno en las históricas elecciones de 1982. Un tiempo de transformación en todos los sentidos que afectó al jazz. Los socialistas, aún embadurnados en idealismo y buenos propósitos, abrieron el concepto de cultura a las clases populares, despojándolo de elitismos y manteniendo un listón de calidad y de arte formativo que lamentablemente hace ya muchos años se cayó de sus programas como un globo en caída libre. También un golpe de suerte, porque aquella idea de traer a España a grandes figuras del jazz y extenderlas por algunas de las capitales más importantes del país, pese a dificultades contractuales y agoreros, cuajó de inmediato, y todavía, con mejor o peor fortuna, se mantiene.


Es cierto e irremediable, treinta años después ya es imposible probar aquellos bocados de oro de la historia del jazz que los aficionados, gracias a aquella nueva política y a aquella invención, pudieron degustar en los 80-90 en el asombroso festín que vivió Zaragoza: una noche, Oscar Peterson, otra Dizzy Gillespie, otra el Modern Jazz Quartet, otra Lionel Hampton, otra Art Blakey, otra Miles Davis... Un desfile de leyendas por la ciudad, básicamente por el Teatro Principal, que jamás volverá a repetirse: todas han desaparecido. Aunque afortunadamente quedan los discos. No solo los conocidos en la larga historia del género sino los que la industria rebaña en la actualidad en sus archivos de aquellas leyendas y va sirviendo en estimulantes dosis. Ejemplo más reciente: un cuádruple cedé editado por Columbia (Sony) que recoge los pasos de Miles Davis por el festival de Newport entre 1955 y 1975, una panorámica resumida del jazz moderno y a la vez de su carrera. Una edición soberbia que muestra los pasos de gigante del mítico trompetista.


Newport es una pequeña localidad costera de poco más de veinte mil habitantes perteneciente al estado de Rhode Island, a casi 300 kilómetros al norte de Nueva York. Celebrada por sus once mansiones –hay rutas turísticas-, con un nivel de renta altísimo y con una alta burguesía de lo más selecta de Estados Unidos, acoge, pese a la oposición inicial de aquella burguesía y no pocos incidentes, dos de los festivales más legendarios de la historia: el de folk, donde Dylan se hizo eléctrico, y el de jazz, por el Miles Davis pasó en siete ocasiones.


La primera vez lo hizo en la segunda edición, en la de 1955. Llegó invitado por el productor del festival, George Wein, previamente presionando por el genio arrogante del trompetista. “No hay festival de Newport sin mí”, le dijo una noche de invierno en un club de Nueva York. Wein aceptó la observación de buen grado y en verano Miles ya estaba allí, limpio de heroína y modelado por el gimnasio y el boxeo, después de haber superado un largo periodo de yonqui.




Había grabado un puñado de discos ya, pero aún no era una figura destacada, o dicho más suburbialmente por él mismo en sus memorias: “Mi nombre era todavía mierda en los clubs”. Newport, sin embargo, le puso en la rampa de lanzamiento a la celebridad. El solo de trompeta que se marcó en 'Round Midnight' al lado de Thelonious Monk fue determinante. El público aplaudió a rabiar su intervención, la crítica, que andaba a zurriagazos con él, se rindió, la Columbia fue en su busca con el machete en la boca y la billetera abierta y el solo, merced a la emisión radiofónica en directo de La Voz de América, trascendió fuera del festival durante meses y años hasta convertirse en un hito de la historia del jazz. Luego, según sus protagonistas, no fue para tanto. De hecho, camino de Nueva York, Monk le espetó a Miles que no lo había tocado correctamente, lo mismo que él pensaba de cómo había tocado el pianista. Ambos montaron una gresca que acabó con Monk bajándose del coche y con Davis dejándolo tirado en la carretera.


La Columbia, en cualquier caso, ha puesto a disposición de los aficionados aquella legendaria grabación en este cuádruple álbum de sonido esplendoroso y con más alma jazzística que tres grandes big bands juntas. ¡Qué prodigio de limpieza sonora, pese al medio siglo transcurrido, y qué grandes lecciones de jazz mayúsculo y renovador en siete noches. Aquella misma del 'Round Midnight', el quinteto interpretó un 'Now's The Time' arrollador en honor del recién fallecido Charlie Parker mientras Miles Davis pasaba tres días en la cárcel por no pagarle la pensión a su exmujer Irene, lo que le jorobó mucho, aún siendo reacio a estos actos, por no poder asistir al funeral de su ídolo.


El trompetista volvió tres años más tarde al festival, en 1958. ¡Y cómo volvió! Ensalzado y famoso, y con un quinteto de oro -John Coltrane al saxo tenor, Cannonbal Adderley al alto, Bill Evans al piano, Paul Chambers al bajo y Jimmy Cobb a la batería-, eso es, exactamente el mismo combo que unos meses después grabaría 'Kind Of Blue', uno de los grandes 'ochomiles' del jazz. En el escenario el quinteto junto a Miles se mostró como una verdadera locomotora, sobre todo cuando afrontó cortes de hard-bop como 'Ah-Leu-Cha' o 'Two Bass Hit', pero también delicado y sedoso en piezas como 'Fran-Dance', que acababan de grabar, o en la burbujeante y clásica 'Bye Bye Blackbird'. La grabación parcial de aquel concierto se editó en disco en 1964, obviamente en vinilo. Sobra decir cómo suena ahora tras el correspondiente limpiado de cintas.


Una tromba de jazz frenético y tempestuoso cayó en los años 66 y 67 en que Miles Davis volvió a Newport, en ambos años, con otro combo que luego, por separado, llenaría buena parte de los setenta y años posteriores, o sea, el llamado jazz-rock. Junto al trompetista, ahí es nada, se presentó un cuarteto que, con levísimas variaciones, ya venía trabajando con él desde los primeros sesenta: Wayne Shorter, Ron Carter, Herbie Hancock y Tony Williams. Sonó 'So What' y, cómo no, 'Round Midnight', pero sometidas a un centrifugado de frenético hard-bop, free y experimentación que aturde, sobre todo si compara con la famosa versión de 1955, un anuncio de que el jazz en su concepto más clásico se estaba acabando.


La siguiente aparición de Miles Davis en Newport se produjo en 1969, o sea, a las mismas puertas del despegue del jazz-rock, que allí mismo se estaba inventando con el añadido de instrumentos eléctricos. Entonces, los escuderos eran Chick Corea, David Holland, Jack DeJohnette y Wayne Shorter. En ediciones anteriores, Miles llegaba en ferry con el tiempo justo y se iba nada más acabar su actuación, pero en aquella edición del 69, abierta por primera y única vez al rock –hasta Zappa, Led Zeppelin, Jethro Tull y Ten Years After figuraron en el cartel-, se quedó a pie de escenario todos los días, atento a lo que ocurría arriba y abajo, estudiando la respuesta del público y lo que se tocaba arriba. Si aquellos tipos, se preguntaba, que no sabían ni leer una partitura, eran capaces de congregar a tanta gente (cien mil personas), ¿por qué no podía hacerlo él que tenía más técnica, sabiduría y argumentos musicales? En su cabeza bullía el acercamiento al género que entonces deslumbraba a miles de jóvenes: estaba incubando el jazz-rock. De hecho, ya interpretó dos piezas -'Sanctuary' y 'Miles Runs The Voodoo Down'- que un año más tarde formarían parte de esa catedral del género que es 'Bitches Brew'.


La primera piedra discográfica con la que carnalizó aquel pensamiento y en aquel mismo año fue 'In A Silent Way', otro de los 'ochomiles' del jazz, que aún subiría, un año después, unos centímetros más con el citado e histórico 'Bitches Brew'. Otra nueva revolución en el mundo del jazz acababa de empezar. El hijo del dentista de St. Louis estaba de nuevo a la cabeza de otra de las grandes y cruciales transformaciones del género.


Enfundado en el mono sonoro del jazz-rock y el funk, volvió en 1973 al festival de Newport, pero entonces convertido en festival ambulante por diversas ciudades de Europa. La presencia de 1969 y la del 73 en Berlín, junto a una sola pieza del 75 en Nueva York, alimentan el tercer disco de la serie, reservando el cuarto a uno de los dos conciertos que ofreció en Dietikon (Suiza) dentro de aquel festival ambulante. Una genialidad que se proyectó en grupos posteriores como, por ejemplo, la maravillosa Mahavishnu Orchestra.


Para entonces, sin embargo, estaba enfermo y hastiado del negocio y hasta del estado incierto de su música, lo más importante de su vida. Cual diablo maligno y receloso desapareció, enfermo y envuelto de nuevo en las tinieblas de las drogas. Durante seis años vivió en un auténtico basurero en que convirtió su casa, casi en la demencia, consumiendo alcohol, coca y heroína a quintales, abandonado de sí mismo y de sus músicos. Atrás quedaban muchas noches de gloria jazzística, entre ellas, las que recoge este valioso cofre publicado por Sony con el título de 'Miles Davis. Newport 1955-1975'. Cinco horas de jazz de alto nivel, de las que cuatro (oficialmente) permanecían inéditas. Una excelente compañía para este noviembre jazzístico por excelencia.

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