Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Las razones de un proyecto llamado Vidas Minadas

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Mis primeros pasos con las víctimas civiles de las minas antipersonales coincidió con una nueva etapa de mi vida profesional hace ahora 20 años. En 1995 estaba cansado de fotografiar a moribundos anónimos a los que ni siquiera se les pregunta el nombre.


La muerte de un ciudadano occidental repercute más que la de miles de africanos, asiáticos o latinoamericanos. Ni siquiera hay una numeración ordenada y correlativa de esos muertos. Todos sabemos que las víctimas del Tercer Mundo siempre se suman de miles en miles.


Niño herido por una mina en Kabul (Afganistán) en agosto de 1996. Fotografía de Gervasio Sánchez


Mi intención no era solo ilustrar y documentar sino provocar el remordimiento. Mi trabajo quería ser un alegato contra el cinismo y la desidia de la clase política, la deshumanización reinante y la superficialidad con que los medios de comunicación presentan los problemas que afectan al Tercer Mundo.


Pensaba que no se puede vivir en una cultura de la banalidad que diluye cualquier toma de conciencia. Quería creer a Albert Camus cuando dice: “Debemos comprender que no podemos escapar del dolor común, y que nuestra justificación, si hay alguna, es hablar mientras podamos, en nombre de los que no pueden.


En 1991, un grupo de seis organizaciones humanitarias no gubernamentales (ONGs) encabezadas por la Fundación de Veteranos de Vietnam, creó la Campaña Internacional contra las minas. En 1994, ocho ONGs españolas lanzaron la campaña conjunta “Eliminemos las minas”.


Mujeres angoleñas víctimas de minas antipersonas en el Centro Ortopédico de la Cruz Roja Internacional en Huambo en abril de 1997. Fotografía de Gervasio Sánchez


El Parlamento Europeo aprobó el 29 de julio de 1995 una resolución por la que se solicitó a los países miembros que prohibiesen la fabricación, el uso y la exportación de minas antipersonas. En febrero de 1997, el Congreso de los Diputados español aprobó una resolución parecida.


Entre el 1 y el 17 de septiembre de 1997, se celebró la Conferencia de Oslo encargada de redactar el texto definitivo que se firmó en Ottawa (Canadá) el 3 de diciembre de 1997 por 122 estados. Entre las principales ausencias destacó China, India y Rusia. Estados Unidos, liderado por el presidente Bill Clinton, se retiró de la Conferencia sin apoyar el texto.


El 10 de octubre de 1997, la Campaña Internacional contra las minas y su coordinadora, Jody Williams, recibieron el Premio Nobel de la Paz.


Cuando empecé el proyecto Vidas Minadas hace 20 años las víctimas más jóvenes tenían 13 años y varias historias que contar: la de sus propias vidas como mutilados, la de las guerras que habían sufrido, la de los sueños destruidos por la mala hora que habían vivido.


Mi trabajo tendría un enfoque documental y seguiría la senda del periodismo puro. Los protagonistas deberían convertirse en los símbolos de un drama universal. Pensaba que ya que no éramos capaces de acabar con los conflictos, al menos deberíamos respetar a los que sufren sus consecuencias.


Decenas de víctimas de minas camboyanas esperan el alta en el Centro Ortopédico de la Cruz Roja en Batambang el último día del año 1996. Fotografía de Gervasio Sánchez


La clave para que este proyecto funcionase debía residir en la paciencia. Habría que regresar una vez tras otra a los lugares originales para mostrar como crecen las víctimas infantiles o envejecen las adultas.


Debía convertir a los protagonistas en parte de mi familia. Sentirme como el padre de los más pequeños y el amigo íntimo de los mayores. Conseguir que mi presencia no condicionase su cotidianidad y alterase su forma de ser. No convertir la cámara en un simple ladrón de sufrimientos ajenos.


Todos los protagonistas de Vidas Minadas tienen nombre y apellido porque cualquier ser humano, independientemente de su situación, su color o su nacionalidad, tiene una gran historia personal que contar aunque la tendencia perniciosa de la mayoría de los medios de comunicación es amontonar a las víctimas en cifras anodinas. Se habla de morir en masa cuando el Hombre, como decía Ryszard Kapuscisnki, siempre sufre o “muere solo”.


Aquellos niños son hoy adultos que se han casado y han tenido hijos. Algunos de los protagonistas adultos tenían hijos recién nacidos cuando los conocí. Hoy algunos ya están en la universidad.


El número de víctimas y de países implicados en el comercio de minas ha descendido en las últimas dos décadas. Pero los países más avanzados no han cumplido con sus compromisos económicos y apenas han donado un 10% de lo prometido.


Una cantidad insuficiente para ayudar a personas mutiladas que necesitan atención completa durante el resto de su vida, que incluye intervención médica de urgencia, rehabilitación física y apoyo psicológico para reinsertase social y laboralmente.


Un especialista de la ONU da una clase sobre los peligros de las minas a niños de Kabul en agosto de 1996. Fotografía de Gervasio Sánchez


España firmó el Tratado de Ottawa en diciembre de 1997 y lo ratificó en enero de 1999. En enero de 1998, el presidente José María Aznar destruyó la primera mina en un acto simbólico que tuvo lugar en el Hoyo del Manzanares. Unos 800.000 artefactos fueron catalogados y destruidos en tres años, uno menos de lo que exigía el acuerdo internacional.


Pero España apenas dedicó 700.000 euros anuales hasta 2005 a la ayuda a las víctimas y al desminado. A partir de 2006, el gobierno español de José Luis Rodríguez Zapatero realizó aportaciones directas a distintos fondos internacionales y a proyectos de ayuda a supervivientes por valor de 7,2 millones de euros, diez veces más que durante el periodo político anterior.


Lamentablemente, esta actitud más generosa coincidió con el periodo más negro de la historia de España en el negocio de armas al duplicarse las ventas españolas entre 2005 y 2006 y sextuplicarse durante los ocho años de gobiernos socialistas liderados por Rodríguez Zapatero.


Cuando finalizó el gobierno de José María Aznar en 2004 vendíamos 400 millones de euros en armas y 2.400 millones de euros a finales de 2.011. Durante los años del gobierno del presidente Mariano Rajoy estas cifras se han disparado hasta los 3.900 millones de euros.


Mi trabajo me reconforta y recibo muchas compensaciones de los protagonistas de este tipo de historias. Ellos me enseñan los valores vinculados a la lucha por la supervivencia y la superación.


Frente a los desastres de las guerras es difícil ser optimista. La verdad queda oculta por el fragor de los combates y el comportamiento de los asesinos. El contacto con las víctimas permite tener esperanza e, incluso, confiar en una mejora del comportamiento humano en el futuro.


Creo con pasión en mi trabajo y considero que la obligación de un periodista es documentar los horribles hechos que se producen a lo largo y ancho de este mundo injusto, pero muchas veces he tenido serias dudas sobre si este trabajo sirve para algo. Aunque, como escribió el portugués Fernando Pessoa, “prefiero la angustia a una paz que me pudra”.


Víctimas angoleños de minas juegan al fútbol en el Centro Ortopédico de la Cruz Roja Internacional en Huambo en abril de 1997. Fotografía de Gervasio Sánchez


Los responsables de tanto sufrimiento se esconden detrás de una nebulosa de intereses o siglas. Multinacionales del petróleo, industrias armamentísticas, gobiernos indeseables. Los demonios de las crisis tienen muchas patas.


Un dato que lo explica casi todo: los cinco países con derecho a veto en el Consejo de Seguridad de la ONU son los mayores fabricantes de armamento del mundo.


En España se fabrican armas y se venden a países con conflictos internos, vecinales o guerras abiertas violando sistemáticamente nuestras propias leyes de control de armas. La rutina permite que armas vendidas a un país pacífico aparezcan en los campos de batalla de un conflicto olvidado.


El cinismo reglamenta cualquier decisión sobre el mercado de armas. No hay que criminalizar a las personas que trabajan en las fábricas armamentísticas, pero si a los gobiernos que permiten este inmoral negocio.


Todos los gobiernos españoles desde que se inicio la transición a mediados de la década de los setenta encabezados por Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez y Mariano Rajoy han permitido la vergonzosa venta de armas.


Si hubiese justicia universal quizá estos gobernantes podrían ser encausados en un tribunal internacional por su permisividad y complacencia con los negocios armamentísticos.


La tendencia de los políticos de nuestro país es gritar cuando están en la oposición y subordinarse al pragmatismo cuando alcanzan el salón del poder.


Los responsables socialistas eran muy sensibles a las peticiones que se hacían desde la sociedad civil para, al menos, ordenar el vergonzoso mercadeo de armas, en aquellos tiempos en que esperaban su turno para gobernar.


Ya en el poder lo trataron como un tema menor. Eran capaces de refugiarse en el secreto de Estado para ocultar datos a los ciudadanos mientras reivindicaban valores universales en los foros internacionales. ¿Se podía condenar la guerra y al mismo tiempo sextuplicar las ventas de armas que permitió escalar a nuestro país hasta el sexto lugar del ranking mundial? Sí se podía y así lo hicieron.


Un niño afgano víctima de una mina acompañado de su madre en el Centro Ortopédico de la Cruz Roja Internacional de Kabul en agosto de 1996. Fotografía de Gervasio Sánchez


Vidas Minadas nació con el ánimo de superar las trabas mediáticas, las modas temáticas, el esquematismo y el sensacionalismo. Cuando finalicé la primera parte en 1997 sentí mi propio agotamiento y pensé que nunca podría implicarme en la continuación de estas historias. Después presenté dos nuevas partes del proyecto cuando se cumplían cinco y diez años de la firma del Tratado de Ottawa. Ahora ya trabajo para un Vidas Minadas, 25 años que presentaré en noviembre de 2022. No me extrañaría que hiciese un Vidas Minadas, 40 o 50 años porque las guerras sólo se acaban cuando sus consecuencias se superan.


Albert Schweitzer, Premio Nobel de la Paz en 1952, dijo que “las tumbas de las guerras son las grandes predicadoras de la paz”. Me gustaría que las víctimas de las minas se convirtieran en las grandes predicadoras contra el martirio provocado por esos “soldados” metálicos o de plástico, escurridizos, insensibles y mortíferos que duermen escondidos y pueden mutilar o matar décadas después de haber sido creados.

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