Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

35 años después regreso a Sofía

VIAJE EN COCHE DESDE ZARAGOZA A GRECIA ATRAVESANDO LOS BALCANES (6)


Sofía (Bulgaria)


En septiembre de 1980, con 21 años recién cumplidos, salí por primera vez de España. Con Pedro y Tano, dos de mis amigos y compañeros de trabajo en el restaurante Fina de la Playa del Milagro de Tarragona, llegamos a Madrid por la mañana. Antes de irnos al aeropuerto nos dimos un banquetazo en un asador uruguayo. Era el cumpleaños de Tano.


Dos meses antes, al poco de empezar, la temporada estival como camareros de playa, habíamos decidido viajar juntos al terminar nuestro periplo laboral. Le dimos vueltas a varias posibilidades y al final elegimos irnos a Turquía y Grecia, dos países muy interesantes que eran poco visitados por los españoles que apenas viajaban por aquellos tiempos.


La mejor combinación que encontramos fue con la Balkan, la línea oficial de Bulgaria, un país comunista. Llegábamos a Sofia, pasábamos una noche y un día pagado por la compañía, antes de volar a Estambul. La vuelta la haríamos desde Atenas. El resto del viaje lo organizamos por nuestra cuenta.


Una semana antes de empezar nuestro viaje, el 12 de octubre de 1980, se produjo un golpe de Estado en Turquía,  el llamado  golpe de los generales. Mis compañeros plantearon la posibilidad de suspender el viaje.


Los golpistas depusieron el gobierno, disolvieron la Asamblea Nacional, suprimieron las libertades, se prohibieron los partidos políticos y sindicatos, se clausuraron periódicos y se aplicó la ley marcial. El resultado fue la detención de 150.000 opositores en las siguientes semanas y meses y el asesinato o la desaparición forzosa de centenares de ciudadanos.


Yo me las ingenie para convencerlos de que el viaje era seguro. De hecho, la situación era muy tranquila en todo el país salvo en Estambul donde decenas de miles de soldados con las caras pintadas patrullaban de día y de noche y había intercambios de disparos por las noches.


El primer sello de mi primer pasaporte pertenece a la Bulgaria comunista. La compañía nos trasladó a un hotel céntrico, un mamotreto de edificio comunista con habitaciones poco luminosas. Pero a caballo regalado no le mires el diente.


Después de una cena olvidable decidimos salir a dar una vuelta. Buscábamos algún lugar para tomar una copa. En un bar donde ponían una música indescifrable para nosotros que veníamos del Oeste, conocimos a un periodista búlgaro que nos invitó a tomar la última copa en su casa. Había acabado mi primer curso de la carrera de Periodismo en la Autónoma en Barcelona y me pareció muy exótico conocer a un periodista del bloque comunista que, además, hablaba francés.


Ni recuerdo su nombre, algo que me fastidia, porque me pareció un tipo muy integro, poco cercano al régimen, que, además, había visitado Salou (donde nosotros íbamos a bailar a las discos desde que éramos adolescentes) un año antes y tenía una postal del lugar colgada en su cuarto de trabajo. Fue la primera vez que tomé rakia, el aguardiente balcánico por antonomasia.


A las cuatro de la mañana abandonamos su casa bastante alegres y nos dirigimos a nuestro hotel por calles y avenidas desiertas hasta que nos topamos con una patrulla policial. Tuvimos que enseñar nuestros pasaportes y pedirles que nos indicaran cómo localizar nuestro hotel. Con caras de pocos amigos nos acompañaron hasta la recepción y nos regañaron por estar en la calle a horas tan poco formales.


Al día siguiente nos dimos una vuelta por una ciudad que nos pareció horrible, vimos el cambio de guardia delante de la sede del gobierno, visitamos un museo y antes del anochecer nos llevaron al aeropuerto para continuar nuestro viaje a Turquía.


35 años después, Sofía me parece una ciudad muy agradable de poco más de un millón de habitantes. El centro ha sido peatonalizado y decenas de terrazas se extienden por sus calles principales. Hay algunos excelentes restaurantes. Aunque es miembro de la Comunidad Europea, el lev es la moneda común que se sigue utilizando en los pagos corrientes. Rara vez te dicen el precio en euros salvo en los hoteles de la capital.


En apenas mil metros de distancia se puede visitar una catedral ortodoxa tradicional búlgara con ricos murales de estilo bizantino, una mezquita con un alminar de ladrillo rojo, una sinagoga de arquitectura morisca cuyo interior está decorado con una araña de latón de más de dos toneladas de peso, una iglesia rusa de cúpulas doradas, un diminuto templo construido en el siglo IV y destruido por los hunos en el siglo VI y vuelto a reconstruir siglos después que aloja murales del siglo XIV, la iglesia de Santa Sofia, la más antigua de la ciudad cuyos subterráneos muestras antiguas tumbas paleocristianas y mosaicos del siglo V y se cree que puede haber restos de construcciones de la época de Constantino el Grande, el primer emperador cristiano, que nació en la actual Serbia, fundó varias ciudades en el este de Europa y refundó la antigua Bizancio convirtiéndola en Constantinopla, la actual Estambul, y por fin la iglesia monumento de Alexander Nevski, construida en estilo neobizantino en homenaje a los 200.000 soldados rusos que murieron luchando por la independencia búlgara contra los otomanos en el último cuarto del siglo XIX.


A unos kilómetros del centro, en el barrio de Boyana, donde vivían los líderes comunistas y hoy viven los nuevos ricos, hay una pequeña iglesia del mismo nombre, una joya considerada Patrimonio Mundial de la Unesco, que se puede visitar en tandas de diez minutos y ocho personas como máximo. Sus noventa murales del siglo XIII son excepcionales. Una maravilla del arte medieval búlgaro.

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