Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

El paisaje del caos

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70 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL ( y 13)


Bleiburg (Austria)


La pregunta ¿cuándo acabó la Segunda Guerra Mundial? la hice hace dos semanas al final de la introducción de este serial que finaliza hoy. En mayo de 1945 sería la respuesta obvia. ¿Seguro?, pregunté de nuevo. Porque millones de ciudadanos europeos murieron o fueron asesinados en los años siguientes.


Conclusión: una guerra no acaba según el calendario diplomático y político. No acaba porque  se firme un documento que exige la capitulación al perdedor o le impone la paz. Podría acabar cuando todo vuelva a parecerse a lo que había antes de que se iniciase. Pero cuando una guerra sacude a un país nada vuelve a ser igual. Una guerra se acaba cuando las consecuencias se superan. Es una forma de buscar un atajo para no tener que explicar lo que es imposible predecir.


El legado infernal de la Segunda Guerra Mundial duró decenios. O dura decenios. Todavía hoy los gobernantes deben medir las palabras en las conmemoraciones para no humillar a los antiguos enemigos. Los testimonios de los sobrevivientes de los campos de exterminio se vuelven a desgranar en cada nuevo juicio contra un antiguo nazi como pasa hoy en Alemania con Oskar Gröning, considerado el contable de Auschwitz. Los libertadores, jóvenes soviéticos, estadounidenses, británicos, son homenajeados, pero qué ocurre con las violaciones masivas que ellos mismos realizaron o estimularon.


Víctimas de desplazamiento forzoso al concluir la Segunda Guerra Mundial


Tony Judt recuerda en su libro Postguerra. Una historia de Europa después de 1945 que Estados Unidos, Unión Soviética y Gran Bretaña, las tres grandes potencias aliadas contra el régimen criminal nazi, acordaron en la conferencia de Postdam en el verano de 1945 que “deberían transferirse a Alemania las poblaciones alemanas, o parte de las mismas, que todavía quedaban en Polonia, Checoslovaquia y Hungría” olvidando que muchos vivían en esos países desde hacía siglos.


En los dos siguientes años el paisaje del caos se extendió por toda Europa. El presidente de Checoslovaquia, Edvard Benes, no esperó el acuerdo. Doce días después de la capitulación, declaró: “Hemos decidido eliminar el problema alemán de nuestra república de una vez por todas”.


Y lo hizo de un plumazo. Expropiando sus tierras y propiedades y quitándoles la ciudadanía. En el año y medio siguiente, tres millones de alemanes fueron expulsados. 267.000 fueron asesinados por el camino.   Otro millón y medio fue expulsado de Polonia, un millón de Yugoslavia, 630.000 de Hungría, 786.000 de Rumania y varios millones más de otros territorios orientales. Hasta 13 millones de alemanes fueron víctimas de esta evacuación masiva y dos millones murieron por actos de venganza, según cuenta el propio historiador.


La venganza se convirtió en una razón perenne de la convivencia de aquellos años. El número de soldados soviéticos muertos superaba los ocho millones. Unos tres millones y medio habían sido condenados a morir deliberadamente de hambre y de frio en los campos de concentración. Otros 16 millones de civiles de la Unión Soviética habían muerto en la guerra.


Colaboracionistas ejecutados en Austria


Los alemanes aplicaron el llamado Plan Hambre que consistía en matar de hambre a los soviéticos y otros pueblos eslavos “para proporcionar más espacio vital y víveres a su propio pueblo”, como cuenta Ian Buruma en su libro Año cero. Historia de 1945.


Los soldados soviéticos, incluidos centenares de miles de niños, recibieron la orden de arrasar, violar, matar, hacer el mayor daño posible a la población alemana. En 1945 y 1946 nacieron en la zona alemana ocupada por su ejército entre 150.000 y 200.000 “niños rusos” debido a las  violaciones masivas. El riesgo para una alemana de ser violada aún existía en 1947, dos años después de terminar la guerra.


Sólo en Viena, según recoge Judt en su libro, los médicos y los hospitales informaron de 87.000 casos de mujeres violadas por soldados soviéticos en las primeras tres semanas de la ocupación. Un número ligeramente superior se produjo en Berlín en la semana entre el suicidio de Hitler y la firma de la capitulación alemana.


Los judíos continuaron siendo perseguidos en Polonia tras su liberación de los campos de exterminio. Cuatro de cada diez murieron en las semanas posteriores de enfermedades contraídas durante su extenuante encierro. Unos 1.200 judíos fueron asesinados en el año posterior al fin de la guerra en ese país. Algunos habían regresado a sus casas y las habían encontrado ocupadas.


Un niño desplazado en un campo de refugiados tras la guerra.


El miedo se hizo tan extensible que entre julio y septiembre de 1946 más de 63.000 judíos llegaron a Alemania procedentes de Polonia como refugiados y perseguidos y fueron alojados en algunos de los centenares de campos de UNRRA (Administración de las Naciones Unidas para el socorro y la rehabilitación).


Los prejuicios contra los judíos duraron muchos años en países como Holanda, Francia, Italia o Bélgica. La presencia de supervivientes provocaba el remordimiento entre la población que no se había enfrentado a los nazis o se había mostrado pasiva ante las deportaciones masivas.


En los Balcanes los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial no ocultaron la propia guerra civil interna que fue “particularmente homicida”. El estado títere pronazi organizado por los croatas ustachas persiguió, recluyó y asesinó en el campo de concentración de Jasenovac a centenares de miles de serbios. Los ultranacionalistas serbios también asesinaron a musulmanes. Decenas de miles de musulmanes se integraron en divisiones de las SS que persiguieron y asesinaron a los civiles serbios,


Cuando la guerra estaba a punto de concluir decenas de miles ustachas huyeron con sus familias a Austria para entregarse a las tropas británicas en la localidad de Bleiburg y no caer en manos de los partisanos de Josip Broz Tito. Les acompañaban  miles de ultranacionalistas serbios, montenegrinos y musulmanes bosnios.


Las fuerzas británicas rechazaron la rendición de las fuerzas fascistas y pactaron una entrega incondicional con los partisanos para que fueran repatriados a su país como prisioneros de guerra. En las dos semanas siguientes decenas de miles de soldados y civiles fueron asesinados durante una orgía de sangre descomunal. Las cifras son confusas ya que muchos de los restos nunca han sido encontrados. Algunos historiadores aseguran que la matanza tuvo que ser conocida por el propio Tito.


Monumento en Bleiburg (Austria) en memoria de las decenas de miles de ustachas croatas y musulmanes bosnios asesinados por los partisanos de Tito. Fotografía de Gervasio Sánchez


En los últimos años se han ido abriendo algunas de las 600 fosas, según la fiscalía de Croacia, donde se encuentran los restos de aquellos ejecutados. En 2009 se encontraron centenares de cuerpos momificados en una de las cuevas de la localidad de Huda Jama. Según los investigadores, las víctimas fueron llevadas vivas a la cueva, asesinadas con armas blancas y recubiertas con cal. La cueva fue sellada por una capa de hormigón  que ocultó la matanza durante décadas con el beneplácito del gobierno de Tito.




Los aliados establecieron procesos de desnazificación en Alemania y en países ocupados por las huestes de Hitler. La anexión de Austria por Alemania fue vivida con entusiasmo por la mayoría de la población austriaca. Más de un millón de austriacos de siete millones de habitantes perteneció al partido nazi y un millón doscientos mil sirvieron en las fuerzas armadas alemanas.


Las SS y la administración de los campos de concentración tenían un número desproporcionado de originarios de este país. 45 de los 117 miembros de la Orquesta Filarmónica de Viena eran nazis mientras sólo 8 de los 110 lo eran en la de Berlín.


Según el historiador Judt, 130.000 austriacos fueron investigados por crímenes de guerra de los que 23.000 fueron juzgados y 13.600 condenados aunque sólo fueron ejecutados treinta de los 43 sentenciados a la pena de muerte.


En Alemania hubo unas 5.000 personas condenadas por crímenes de guerra y de lesa humanidad de los que 800 fueron sentenciados a muerte y 486 ejecutados, los últimos en 1951, seis después de finalizar la guerra. A principio de los años cincuenta el 94% de los jueces alemanes eran antiguos nazis igual que el 43% del cuerpo diplomático.


La opinión de que “el nazismo era en sí una buena idea, pero mal llevada a la práctica” fue mayoritaria en Alemania hasta finales de los años cuarenta. En 1952, uno de cada cuatro alemanes no escondía su buena opinión sobre Adolf Hitler.

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