Blog - Los desastres de la guerra
por Gervasio Sánchez
Las fotografías del horror

70 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (11)
Bergen Belsen (Alemania)
El horror que se muestra de un conflicto es apenas una minúscula parte de su totalidad. Las historias publicadas en los medios tienen una extensión limitada. Algunas decenas de líneas, unos miles de caracteres, un puñado de imágenes, una crónica de un minuto o una cola en un telediario, a veces un documental en profundidad. Tendríamos que pasar horas, días, semanas, meses o años asistiendo cotidianamente a ese tipo de visiones o lecturas para acercarnos a la verdadera conmoción que provoca en sus protagonistas.
El horror de los campos de exterminio nazis adquiere proporciones apocalípticas, pero ni sumando todas las imágenes, los informes, la literatura judicial, los relatos escritos por los supervivientes, nos acercamos mínimamente a lo que ocurrió en realidad.
Necesitaríamos conocer los testimonios diarios de los millones de asesinados que nunca hablaron, de aquellos que murieron poco después de ser deportados o de los que murieron cuando la luz de la libertad se acercaba. Los miles de testimonios acumulados, aun siendo muchos, son una mínima parte de los que pudieron ser.
Los periodistas que trabajamos en esa frontera infernal donde el mal se desarrolla sin oposición y destruye la esencia de la vida con una facilidad banal somos conscientes de nuestra incapacidad para explicar lo que vemos. Aunque, a veces, se describa con agudeza o se consiga la imagen icónica nos solemos quedar en la más pura superficialidad. Cuando el ser humano desarrolla su capacidad más depredadora y su pasión por la muerte en las zonas más oscuras, es muy raro que permita que alguien foráneo a su actividad criminal actúe como testigo.
El fotógrafo y prisionero Francisco Boix en Mauthausen (Austria)
Por eso es admirable lo que hizo el barcelonés Francisco Boix en Mauthausen: realizar bien su trabajo como fotógrafo que mostraba la brutal cotidianidad en el campo de concentración, documentar las visitas de altos jerarcas nazis y, sobre todo, esconder miles de estas imágenes para que sirviesen como pruebas de cargo en los procesos abiertos contra los criminales al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
Francisco Boix fue el único español que actúo como testigo en los juicios de Núremberg contra la cúpula dirigente del III Reich y en los procesos de Dachau contra 61 acusados de los crímenes de Mauthausen. En el magnífico libro de Benito Bermejo Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen, publicado en 2002 y que acaba de ser reeditado, se recoge los interrogatorios de los fiscales y los abogados durante los juicios.
Los robé, respondió a la pregunta de cómo había conseguido salvar los negativos. Me dieron la orden de destruirlos en 1943 y, cuando fue posible, yo me quedaba esos negativos, y los escondimos durante dos años, contesta Boix.
Boix testifica en Núremberg el 28 y el 29 de enero de 1946 a petición del fiscal francés. Varias de las imágenes tomadas por los fotógrafos nazis, y salvadas por él, mostraban los cuerpos de prisioneros asesinados o que se habían suicidado. Uno de los cadáveres estaba entre bloques de granito. El fallecido había sido lanzado desde lo que se conocía como el muro de los paracaidistas y se había estrellado contra el suelo después de una caída de setenta metros.
Heinrich Himmler y Ernst Kaltenbrunner, los dos principales responsables de llevar a cabo a solución final contra los judíos ordenada por Hitler, visitaron ese mismo día Mauthausen. Kaltenbrunner, que era desde enero de 1943 el jefe de la Oficina de Seguridad del Reich, negó en Núremberg conocer lo que estaba pasando en los campos de exterminio a pesar de que la política de terror dependía de su oficina.
En el libro El camino al lago desierto, de Franz Kain, se recoge el testimonio de un superviviente de Mauthausen . Un día Kaltenbrunner se enfureció al ver marearse y vomitar a uno de sus oficiales detrás del horno crematorio. Gritó que trajesen coñac, brindó en la sala de los cadáveres y llamó al oficial cagón y calzonazos. Las fotografías escondidas por Boix demostraron que había estado en el campo de exterminio y el tribunal lo condenó a morir en la horca.
Deportados muertos en el campo de concentración de Bergen Belsen (Alemania)
Las imágenes más conocidas pertenecen a los campos de concentración que existían en Alemania y Austria, los últimos en ser liberados días antes de finalizar la guerra. Pero desde julio de 1944 los soldados soviéticos se habían topado con la violencia total en los campos de exterminio que los nazis construyeron en Polonia.
Majdanek fue la primera gran prueba de la devastación. Aunque las imágenes tomadas no eran sobresalientes, fueron lo suficientemente contundentes para que pocos meses después ya existiese un impresionante documental. Antes de finalizar ese mismo año, los responsables de haber asesinado a 300.000 deportados en menos de tres años de actividad, fueron juzgados y ahorcados. Una exposición de 152 fotografia se inauguró en diciembre de 1944 en Lublin, la ciudad polaca situada a cuatro kilómetros del campo de extermino.
Los campos liberados por americanos y británicos tuvieron una mayor cobertura de prensa. Buchenwald y Dachau recibieron múltiples visitas oficiales en las siguientes semanas y los propios prisioneros esqueléticos eran los guías. Los visitantes pudieron ver las pilas de cadáveres amontonados antes de ser enterrados porque la mortalidad diaria siguió siendo muy alta en las semanas posteriores.
Las imágenes tomadas por los corresponsales sirvieron como pruebas de cargo contra los nazis en los juicios y también fueron usadas para mostrar las atrocidades cometidas a la población alemana. Las revistas estadounidenses ofrecieron reportajes estremecedores de aquella catástrofe que se empezaba a conocer. Un año antes, la inmensa mayoría de los ciudadanos estadounidenses y británicos creían que los crímenes nazis eran una invención.
Cadáveres amontonados en el campo de concentración en Buchenwald (Alemania).
Los primeros fotógrafos que documentaron los campos de concentración quedaron muy conmocionados. Margaret Bourke-White entró en Buchenwald con los primeros soldados estadounidenses que lo liberaron. Sus estremecedoras imágenes aparecieron en la revista Life. Entre ellas, impactantes imágenes de alemanes que vivían cerca del campo y que aseguraban que no conocían lo que ocurría.
Años después comentaría: Algunas veces me alejaba con dolor de lo que estaba fotografiando. Aquellos rostros que sufrían grabados tan agudamente en mi mente como en mis negativos. Pero volvía porque sentía que mi sitio estaba allí. La verdad total era esencial y eso es lo que me movía cuando miraba a través de la cámara.
Las fotos de Lee Miller fueron publicadas en la revista de moda Vogue. Entró en el campo de Dachau el mismo día de su liberación y mandó un mensaje a la central de la revista en Estados Unidos: Os imploro que creías que estas imágenes son verdad.
Esa misma noche, todavía turbada por lo que había visto, llegó a Múnich, se alojó en el apartamento que Hitler tenía en la ciudad desde hacía 20 años y se metió en su bañera para lavarse por primera vez en semanas.
Años después recordaría ese día, la víspera del suicidio de Hitler: Durante todos esos años había sido una máquina diabólica y monstruosa hasta que visité los lugares que él hizo famosos, hablé con las gente que lo conocía, recogí los chismorreos que se decían de él y comí y dormí en su casa. Se convirtió en alguien menos fantástico, y por tanto, más terrible.
Sobrevivientes en el campo de concentración en Buchenwald (Alemania)
Quizá el fotógrafo que resultó más traumatizado fue Georges Rodger, que años después fundaría la agencia Magnum con Robert Capa y Henri Cartier-Bresson. En Bergen Belsen encontró el último nivel de degradación humana.
Fue el momento más espeluznante de toda la guerra y su visión marcaría toda su vida: Los cadáveres se apilaban bajo los pinos, no se trataba de unas decenas sino de miles. Los vivos les robaban la ropa a los muertos para encender fuego sobre los que preparaban sopa de agujas de pino y de raíces. Los niños descansaban la cabeza sobre los cadáveres de sus madres y morían llorando.
Rodger nunca más volvió a cubrir un conflicto armado.