Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

La casa de atrás

DSC_8441
DSC_8441

70 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (8)


Ámsterdam (Holanda)


La casa de atrás es la vivienda más visitada de Ámsterdam. Las colas de horas pueden girar varias calles en temporada alta y es imposible abstraerte en su interior porque el laberinto de pasillos y habitaciones obliga a caminar tropezándote con el que va delante o sintiendo la impaciencia del que te sigue.


Pero es la casa donde vivió escondida dos años Annelies Marie Frank Hollander, más conocida como Ana Frank, la niña judía más famosa del mundo, autora de un memorable diario a pesar de que lo empezó con 13 años, y que murió de tifus sin haber cumplido los 16 en el campo de concentración alemán de Bergen Belsen, un mes antes de que fuese liberado por tropas británicas.


Retratos de Ana Frank en el Museo de Ámsterdam. Fotografía de Gervasio Sánchez


Tras la ascensión de Hitler al poder en 1933 empezaron las medidas discriminatorias contra los judíos en Alemania, la expulsión de funcionarios y maestros de sus puestos de trabajos y los insultos contra los niños en los colegios


Otto Frank, padre de Ana, decidió abandonar Alemania con su familia ese mismo año. En Ámsterdam fundó dos empresas, una de condimentos para carnes y otra que vendía una gelatina para mermeladas, en una calle céntrica al borde de uno de los múltiples canales de la ciudad.


Durante seis años la vida de Ana y de su hermana Margot, tres años mayor que ella, transcurrió con placidez en la capital holandesa tal como demuestra un álbum fotográfico familiar que recoge imágenes de muchos de los acontecimientos de sus vidas. La familia Frank no era muy religiosa: acudía a la sinagoga de vez en cuando y celebraba las principales fiestas judías.


En mayo de 1940, el ejército alemán ocupó Holanda y la vida de los judíos empezó a cambiar drásticamente al ser obligados a registrarse, señalar donde vivían, llevar una estrella de David de color amarillo, “entregar sus bicicletas, no desplazarse en tranvía o en coche particular, hacer la compra entre tres y cinco de la tarde y no salir a la calle después de las ocho de la noche”.


Ana empezó a registrar todos los sucesos en un cuaderno que su padre le había regalado un mes antes al cumplir los 13 años. El 5 de julio de 1942 el cartero trajo una citación para su hermana Margot con la orden de presentarse ante las autoridades alemanas para ser enviada a trabajar a Alemania.


Otto Frank decidió utilizar la parte de atrás de su empresa como vivienda, habilitó algunos despachos como habitaciones y pidió a varios de sus trabajadores que les protegiesen y les ayudasen a abastecerse.


El traslado fue cómico tal como Ana lo recoge en su diario: “Nos pusimos un montón de ropa como si tuviésemos que pasar la noche en un frigorífico, pero era para poder llevarnos más prendas. A ningún judío se le hubiera ocurrido salir de casa con una maleta llena de ropa. Estando todavía en casa ya empecé a asfixiarme, pero no había más remedio”.


Esta estantería camuflaba la entrada en la llamada casa de atrás. Fotografía de Gervasio Sánchez


Durante dos años ocho personas, los cuatro miembros de la familia Frank, otra familia de tres miembros de apellido Van Pels y un dentista judío, vivieron escondidos en la casa de atrás a la que se accedía por una puerta falsa y camuflada tras una estantería.


La lectura, el estudio y la radio fueron la única distracción. Ana soñaba con el día en que acabaría la guerra y volverían “a ser personas y no solamente judíos”. Un día relató un escarceó amoroso e inocente con Peter, el hijo de la otra familia judía escondida: “Se me acercó, yo lo abracé a la altura del cuello y le di un beso en la mejilla. Después mi boca se topó con la suya y nos dimos un beso allí. Embriagados, nos apretamos el uno contra otro, una y otra vez, hasta nunca acabar, ¡ay!”.


Decoró su habitación con imágenes de estrellas del cine al principio y luego con pinturas o personajes históricos. Durante el día debían utilizar el retrete y el grifo lo menos posible para no llamar la atención de los trabajadores de las empresas. El 9 de octubre de 1942 describió su confusión al escuchar en la radio que los judíos eran asesinados en cámaras de gas.


El diario de Ana, que ocupa diferentes cuadernos, se interrumpió el 1 de agosto, tres días antes de que la policía asaltase la casa y detuviese a los ocho tras una delación. La identidad del delator nunca ha sido descubierta. También fueron detenidos los dos protectores varones. Una de las protectoras encontró los diarios de Ana desparramados por el suelo y los guardó.


Un mes más tarde, los ocho fueron trasladados al campo de extermino de Auschwitz-Birkenau en Polonia. Otto sería el único que sobreviviese. Ana y Margot fueron trasladadas un mes más tarde al campo de Bergen-Belsen.


Rosa de Winter, una sobreviviente, recuerda el momento en que ambas hermanas son separadas de su madre Edith: “Permanecieron allí desnudas y rapadas. Ana nos miró a los ojos y luego desaparecieron. Ya no pudimos ver lo que sucedía detrás de los reflectores. La señora Frank exclamó: ¡Las niñas! ¡Ay, Dios mío!”.


Otra sobreviviente, Janny Brille-slijper describió el viaje de tres días y la llegada a Bergen- Belsen: “Nos esperaban soldados de las SS con las bayonetas caladas en los fusiles. A las muertas teníamos que dejarlas en el interior del tren”.


Unos meses después las dos hermanas estaban muy debilitadas. “Ana estaba envuelta en una manta. Ya no podía llorar. Decía que le daban mucho asco los bichos que llevaba en la ropa y que por eso la había tirado toda. Era pleno invierno e iba envuelta apenas en una manta”, recordó Rosa de Winter


Ana y Margot contrajeron el tifus exantemático transmitido por los piojos y ambas fallecieron en marzo de 1945. “La primera que se cayó de la cama al suelo de piedra fue Margot. Fue incapaz de incorporarse. Ana falleció al otro día”, contó Janny.


Una estela funeraria recuerda la muerte de Ana Frank y su hermana Margot en el campo de concentración de Bergen Belsen. Fotografía de Gervasio Sánchez


Sus cuerpos acabaron en una gran pila de cadáveres. Una estela judía recuerda hoy en el antiguo campo de concentración el lugar de la fosa común donde presumiblemente fueron enterradas ambas hermanas.


“Quiero seguir viviendo, aun después de muerta”, escribió Ana el 5 de abril de 1944 en su diario. Su mayor deseo era ser periodista y escritora.


Otto Frank transcribió el diario de su hija después de la guerra y lo tradujo al alemán. Tenía dudas sobre su publicación. La niña había escrito “comentarios despiadados sobre su madre” aunque también reconocía que “los enfrentamientos eran culpa suya”.


La búsqueda de un editor no fue fácil. La guerra había concluido hacía poco y muchos querían olvidarse del horror vivido. Le entregó el diario a Jan Romein, un historiador holandés conocido, que quedó conmocionado y escribió un artículo que influyó decisivamente en su publicación en holandés dos años después con el título Het Achterhuis (La casa de atrás), tal como había imaginado la pequeña.


En abril de 1955 la editorial Garbo publicó la primera traducción al español titulada Las habitaciones de atrás. En países como Israel, Estados Unidos y Gran Bretaña permaneció semanas como número uno en las listas de libros más vendidos. Ha sido traducido a setenta idiomas y ha vendido 30 millones de ejemplares.


En 1960 se inauguró el Museo de Ana Frank en el edificio-refugio porque “es preciso conocer el pasado para construir un futuro”, tal como explicó Otto Frank, que murió en 1980 a los 91 años después de luchar el resto de sus vida contra la discriminación y los prejuicios y contestar las miles de cartas de personas que escribían conmocionadas después de leer el libro de su hija. El número de visitantes pasó de unas decenas de miles al millón por año en la actualidad, cifra que ya se superó en 2007.


Otto Frank, padre de Ana y único superviviente de su familia, visita la casa de atrás horas antes de que se inaugure como museo en 1960


Algunas personas se han mostrado críticas con la excesiva atención prestada a una niña que formó parte de un ejército de más de un millón de menores aniquilados por los nazis. Una sobreviviente de un campo de exterminio ha llegado a llamarlo “culto a la personalidad”.


El gran escritor Primo Levi, que sobrevivió igual que Otto Frank a un campo subalterno de Auschwitz, dijo en uno de sus libros: “Una sola Ana Frank nos conmueve más que las innumerables personas que sufrieron igual que ella, pero cuyas imágenes permanecen en la sombra”. Y concluyó: “Y así quizá haya de ser: si debiésemos y pudiésemos compartir los sufrimientos de todos, no podríamos seguir viviendo”.






Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión