Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

El nido de las bestias nazis

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70 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (6)


Múnich (Alemania)


Un abstemio llamado Adolf Hitler inició su fulgurante carrera política en los bares de Múnich, la capital cervecera de Alemania, convertida en la cuna del nazismo, “el nido de las bestias nazis”, como la denominó Dwight Eisenhower, comandante supremo de las fuerzas aliadas.


Con 30 años recién cumplidos Hitler se convirtió en septiembre de 1919 en el miembro 58 del Partido Obrero Alemán, una pequeña formación que había nacido diez meses antes y que pasaría a la historia por convertirse en el embrión o el huevo de la serpiente nazi.


Había llegado desde Viena, la capital de Austria, su país natal, sin oficio ni beneficio y había sobrevivido vendiendo dibujos y acuarelas. Nombrado jefe de propaganda, se ganó en pocos meses la fama de orador impulsivo que utilizaba el griterío ensordecedor y la demagogia.


Cervecería Hofbräuhaus donde Hitler anunció en febrero de 1920 la creación de su partido totalitario. Fotografía de Gervasio Sánchez




El 24 de febrero de 1920 se dirigió a 2.000 personas en la cervecería Hofbräuhaus, presentó un programa de 25 puntos y cambió el nombre del partido. Nacía así el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán, al que se sumaría millones de alemanes en las dos siguientes décadas.


El momento culminante de aquel acto fue cuando Hitler reclamó la revocación de los tratados de paz de Versalles, suscritos al final de la Primera Guerra Mundial, considerados deshonrosos por la mayoría de alemanes, anunció la fundación de un imperio pangermánico y exigió la marginación de los judíos y de los no alemanes del estado y la sociedad.


Es difícil hacerse una idea de lo que pasó aquel día cuando hoy observas los enormes salones de la cervecería repletos de turistas (hasta 35.000 visitantes cada día) esperando que los camareros les sirvan gigantescas jarras de cerveza y platos de salchichas muniquesas mientras un cuarteto sinfónico ameniza el gran festín culinario.


Hitler dedicó aquellos primeros años a perfeccionar sus discursos ante el público de tabernas, tascas y cervecerías y se presentó como “tamborilero y salvador”. Sus consignas difamatorias contra judíos e izquierdistas eran saludadas por atronadores aplausos.


Un testigo de aquella época describe lo que ocurría en 1923 durante uno de sus discursos: “Salía la saliva disparada de su bigote cuando hablaba. Sabía cómo entusiasmar a esa gente apiñada y aletargada por las emanaciones del tabaco y las salchichas. No con argumentos sino con el fanatismo de su actitud, con los rugidos y los gritos unidos a sus enfáticas frases de hombre herido. Conseguía que las personas entrasen en trance como lo hace un curandero de una tribu salvaje. Sólo que esa gente no eran salvajes sino pequeños burgueses trastornados que habían perdido los estribos por culpa del desmoronamiento de sus valores tradicionales”.


Caricatura de El Muniqués, el pequeño burgués seguidor de Hitler


Ese mismo año la revista satírica Simplicissimus publicó El Muniqués, una caricatura de un seguidor de Hitler. Era un calvo bigotudo cuyas pupilas se habían convertido en cruces gamadas y que bramaba en bávaro bajo los efectos del alcohol:” A mí que me dejen tranquilo y que me den una revolución. Orden y progromos contra los judíos. Lo que necesitamos es un dictador que nos muestre cómo se construye Alemania”. El dibujante había conseguido resumir la mezcla de agresividad, decepción nacional y ambiente antisemita que Hitler inculcaba a sus partidarios.


El diario ABC publicó el seis de abril de 1923 una entrevista en exclusiva con Hitler firmada por Antonio Aspeítua. “Su programa es una extraña mezcla de nacionalismo intransigente y dictadura revolucionaria que tiene muchos puntos de contacto con los soviéticos”, escribió el periodista sobre el político al que presentaba como “el jefe del fascismo bávaro”. El futuro dictador eligió un tono mitinero para responder a alguna pregunta: “Con el rostro congestionado y los puños que golpean a enemigos invisibles, evoca el momento de la guerra contra los que se le opongan. Las enormes ventanas de su nariz parecen oler ya la sangre”.


Al terminar la entrevista Hitler se ofreció a llevarlo “donde se proponga”, pero “debo advertirle que a mi lado se corre algún peligro”. El periodista se preguntó durante el trayecto: “¿Cuál es el grado de influencia que este hombre ejerce y dónde?”


Seis meses después, en noviembre de 1923, aquel hombre dirigía el llamado Putsch de Múnich o de la Cervecería, un fallido intento de golpe de Estado que le condujo a un juicio sumarísimo, en el que fue tratado con guante de blanco por un tribunal que simpatizaba con su causa, cuando lo lógico hubiese sido que se le condenase a muerte por alta traición o al menos se le expulsase del país por extranjero.


Hitler en la calle el día del Putsch o intento de golpe de Estado en 1923


Sólo cumplió nueve meses de los cinco años de su condena impuesta durante la farsa judicial y los aprovechó para escribir Mein Kampf (Mi lucha) cuya primera parte se publicó en 1925. A partir de la glorificación de su propia biografía, Hitler expresó su idea del mundo, sus teorías históricas-raciales y su odio fanático a los judíos, formuló sus futuros objetivos políticos y anunció ofensivas militares contra Francia y la Unión Soviética.


Hasta finales del Tercer Reich se publicaron más de diez millones de ejemplares y fue traducido a 16 idiomas. A partir de 1936 cada pareja de recién casados recibía como regalo un ejemplar de este libro en lugar de una Biblia.


Prohibido en 1945, el gobierno de Baviera anunció hace un par de meses que “Mi lucha” se volverá a publicar después de 70 años con miles de comentarios desparramados por 2.000 páginas con el objetivo de desmitificar la obra que Benito Mussolini describió como “un libro aburrido que nunca he sido capaz de leer”.


En 1930 el partido nazi era el más influyente después del socialdemócrata. Muchos alemanes ya veían a Hitler como el hombre fuerte que sacaría al país de la crisis. En 1932 se presentó a las elecciones presidenciales. Su adversario Paul von Hindenburg las ganó pero sin mayoría absoluta. Y enero de 1933 designó a Hitler como canciller.


El incendio del Parlamento provocó la suspensión de los derechos fundamentales dos meses después. La nueva situación permitió a Hitler incrementar sus decisiones autoritarias y sacarse de la manga una ley que concentraba todos los poderes del Estado en el Fünrer. Fue la puntilla a la República de Weimar y el inicio de la dictadura hitleriana.


El partido nazi apostó como ninguna otra fuerza política por el poder de la simbología. A partir de 1933, año de la ascensión al poder de Hitler, las cruces gamadas, las banderas y los uniformes inundaron todos los escenarios públicos y los espacios privados. La obligación de izar la bandera con la esvástica y la de hacer el saludo nazi se convirtieron en actos obligatorios en la vida de los alemanes.


El abogado Michael Siegel fue el primer judío en ser humillado públicamente en Múnich en marzo de 1933


El abogado Michael Siegel fue el primer judío en ser humillado públicamente en Múnich en marzo de 1933. Miembros de las SS le obligaron a abandonar la comisaría donde había acudido a reclamar la liberación de un cliente y a recorrer las calles del centro de la ciudad descalzo, con los pantalones recortados y un cártel colgado de su cuello donde se comprometía a no quejarse nunca más ante la policía.  Consiguió salvar a su vida al emigrar a Perú en 1940 y perder todas sus propiedades.


Múnich ha utilizado los antiguos almacenes, “los más modernos y populares” de los años treinta, cuyo dueño era un judío de prominente familia, para organizar su museo de la ciudad. Una permanente exhibición explica el periodo de constitución y destrucción del movimiento nazi en el cuarto de siglo que duró.

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