Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

La tumba sin lápida

70 AÑOS DEL FIN DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL (5)


Leonding (Austria)


La tumba destaca porque no tiene lápida y porque es el único pedazo de tierra aplanado a ras de suelo en el cementerio católico de Leonding, un pueblo situado a cinco kilómetros al oeste de Linz, una de las ciudades austriacas bañadas por el Danubio.


Hasta hace tres años todos los habitantes conocían que en ella estaban enterrados Alois y Klara, muertos respectivamente en 1903 y 1907, y padres de Adolf Hitler, el fundador de uno de los regímenes más sanguinarios de la historia.


Hoy también lo saben pero cuesta trabajo encontrar a una persona que la quiera mostrar. Un par de mujeres rehúyen las preguntas. Otras dos miran en dirección contraria. Al final una quinta señala con el dedo el terreno despoblado sin pararse un segundo. Como si estuviera enseñando un lugar maldito en vez de la tumba de unos padres que no fueron responsables de engendrar a un criminal modélico.


Sembrado sin lápida donde está la tumba de los padres de Hitler. Fotografía de Gervasio Sánchez


La tumba se había convertido en un lugar de romería de grupos neonazis y aparecía, a menudo, sembrada de flores y cruces gamadas. El cura decidió poner fin a aquella grotesca situación, llamó a un albañil y le ordenó quitar el túmulo. Pero los restos siguen en el mismo lugar.


Una placa, que ya no existe pero que se puede ver en internet, anunciaba que “aquí descansa el señor Alois Hitler; oficial de la imperial y real aduana y propietario” e iba acompañada de una fotografía de un hombre maduro con grandes bigotes. También estaba escrito el nombre de Klara Hitler y se mostraba su rostro en una imagen más pequeña.


Adolf Hitler nació en 1889 en el pueblo de Braunau am Inn, a unos 110 kilómetros al norte de Leonding. A los diez años se trasladó a esta localidad y estudió en la escuela de primaria. Quedó huérfano de padre y madre antes de cumplir los 18 años. La última vez que visitó la tumba de sus progenitores fue en 1938 como todopoderoso Führer. Posiblemente recordó que su padre había muerto mientras bebía un vaso de vino en un bar de los alrededores.


La película El Hundimiento, estrenada hace una década e interpretada magistralmente por el actor suizo Bruno Ganz, auténtica reencarnación de Hitler, nos relataba pormenorizadamente sus últimas horas de vida.


Había pasado los últimos meses encerrado en el bunker viendo como sus divisiones acorazadas eran reventadas en todos los frentes donde se combatía.


Tuvieron que llamar a filas ancianos y a niños para defender las últimas barricadas ante el empuje aliado. Las trincheras se llenaron de cadáveres de niños soldados incapaces de enfrentarse a militares soviéticos curtidos en años de combate. Las SS y la Gestapo continuaron reprimiendo brutalmente a la población alemana y ejecutando a los opositores.


Retrato propagandístico de Hitler


Al comprender que su régimen estaba desahuciado, el líder nazi dictó su testamento, anunció que no estaba dispuesto a firmar la capitulación y prefirió la muerte antes que la rendición. Después de despedirse de sus principales colaboradores, la pareja se encerró con su mujer Eva Braun en una de sus habitaciones privadas y puso fin a sus vidas.


Mientras él tomaba la decisión de suicidarse, algunos de sus oficiales y generales se emborrachaban y se acostaban con sus secretarias espoleados por la excitación de estar asistiendo al derrumbe de un régimen fanático que iba a durar mil años, según aseguró el propio Hitler a un periodista en 1934.


Hoy hace 70 años que el jerarca nazi se quitó la vida a las tres y media de la tarde en el bunker que le protegía de los intensos bombardeos aliados sobre Berlín. Recuerda Antony Beevor en su libro Berlín. La caída: 1945 que el chiste que más circulaba en aquel periodo tan lúgubre era: “Sé práctico: regala un ataúd”.


Pero Hitler no lo necesitó. Después de envenenarse con cianuro y pegarse un tiro, cien litros de gasolina fueron suficientes para quemar su cuerpo y el de Eva Braun, su amante durante 16 años y esposa por un día.


El antiguo bunker fue derribado y ni siquiera está señalizado hoy en Berlín. Las autoridades alemanes han evitado siempre la creación de cualquier santuario que pudiera ser instrumentalizado por los simpatizantes del nazismo.


Soldados soviéticos recuperaron los restos carbonizados de Hitler, su esposa, un pastor alemán y un cachorro cinco días después de sus muertes y los trasladaron a la zona alemana controlada por el régimen comunista donde fueron analizados por forenses con órdenes tajantes de mantener en secreto el resultado de sus análisis. Las piezas dentales de ambos cráneos se hallaban intactas y fueron comparadas con archivos dentales suministrados por una ayudante del dentista de Hitler.


Los restos de Hitler y Eva fueron enterrados en una instalación de la policía secreta soviética de la ciudad de Magdeburgo junto a los cadáveres de la familia de Josep Gobbels, el ministro de la Propaganda nazi. En 1970, el entonces primer ministro Yuri Andropov ordenó a un equipo especial del KGB deshacerse de los restos que fueron desenterrados, quemados, trituradas las cenizas y lanzadas al río.


Cartel de Hitler con una pala


No fueron los únicos cadáveres que no necesitaron ataúdes para ser enterrados en aquellos días. Miles de civiles y soldados fueron sepultados durante los intensos bombardeos sobre Berlín que aceleraron el fin de la guerra. Las excavaciones realizadas para construir nuevos edificios a principio de este siglo llegaron a sacar  la luz un promedio de mil cadáveres anuales, según ha contado el historiador Antony Beevor.


El suicidio de Hitler provocó el efecto llamada entre sus partidarios, incapaces de vivir en un mundo en el que ya no se reconocían. Al menos unos siete mil alemanes se suicidaron por temor a caer en manos del enemigo, sufrir hechos vengativos o simplemente por seguir la estela de su líder.


El hombre que consiguió dominar psicológicamente a las masas murió escondido como una rata a quince metros de profundidad. La propaganda, utilizada como arma omnipresente para atraer a nuevos adeptos, consiguió eclipsar con discursos demagógicos, violentos y racistas la tendencia racionalista de los alemanes  y su capacidad analítica y convirtió a la inmensa mayoría de la sociedad de aquella época tenebrosa en febril seguidora de un régimen criminal.


El miedo ejercido por una policía omnipresente y represora convenció a los indecisos de que oponerse era el camino más rápido hacia la muerte. El Führer fue rodeado de una aureola de leyenda invencible, embadurnada de un ultranacionalismo chauvinista y dirigida por una cohorte de incendiarios propagandistas.


En el congreso del partido nazi en Nuremberg en 1936, Hitler afirmó que "la propaganda nos ha llevado hasta el poder, nos ha permitido conservarlo y nos concederá la posibilidad de conquistar el mundo".


Hasta que se produjo el hundimiento total.

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