Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Deseos para la música y la cultura

Aunque no se crea, y dadas las posibilidades tecnológicas y los medios de este tiempo que vivimos, los artistas nuevos cada vez lo tienen más difícil para asomar el pescuezo en el panorama nacional, los veteranos tampoco es que anden muy holgados, las músicas que llegan tanto de unos como de otros no son, a mi modo de ver, todo lo estimulantes que desearía y que en otros tiempos fueron, el público no ayuda mucho, la cultura en general y la música en particular, como tantas cosas, viven momentos de zozobra...


Pero mientras hay futuro hay esperanza, y, por ello, dado que nos encontramos ante un año triplemente electoral y que la crisis, según dice Rajoy, ya es agua pasada, le he puesto unas miajas de optimismo al año que acaba de empezar y, tras hacer unas reflexiones previas sobre lo difícil que resulta hacerse artista en España en estos tiempos, lo poco estimulante que ofrecen los nuevos e incluso los consagrados, el papel del público o la mediocridad que nos rodea, he apuntado a continuación algunas cosas que si al menos en un tanto por ciento discreto se cumplen, me sentiría muy satisfecho dentro de doce meses. Es mi consabida carta de deseos para 2015.


Semanas atrás, el pintor Eduardo Arroyo confesaba que, si ahora tuviera veinte años, no se le ocurriría ser artista. Y lo dice quien ha triunfado y hasta se ha hecho millonario con su ácido 'pop-art' hispano. No importa. Pese a esta acumulación de dinero y fama a barba regada, Arroyo insistía en que no se le ocurriría vivir en “este horrible circo”, donde todo el mundo es artista, todos quieren estar en los museos, todos son fotógrafos con sus móviles. Malos tiempos para pasar de simple capea a consagrado matador. No le faltan motivos al pintor madrileño para expresarse así.


Salir hoy al ruedo artístico es meterse en terreno minado. Es posible que el aspirante traiga ideas y valores que mostrar, ¿pero cómo escapar de ese circo y llegar al Escaparate de la Verdad? Ortega y Gasset, en 'La rebelión de las masas', hablaba del hecho de la aglomeración, del “lleno”. “Las ciudades –escribía a finales de los felices y prósperos años 20- están llenas de gente. Las casas, llenas de inquilinos. Los hoteles, llenos de huéspedes. Los trenes, llenos de viajeros. Los cafés, llenos de consumidores. Los paseos, llenos de transeúntes. Las salas de los médicos famosos, llenas de enfermos. Los espectáculos, como no sean muy extemporáneos, llenos de espectadores. Las playas, llenas de bañistas. Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio”.


Ahí está el quid. ¿Cómo encontrar sitio artístico desde la abundancia en la España de hoy? Una pregunta en apariencia banal cuando los medios, la riqueza y la tecnología son grandes aliados de los tiempos modernos. Puro espejismo. La larga crisis, la saturación, los embelecos de la política y la cultura han dejado desnudo al nuevo artista. Mecenas, promotores, galeristas, productores cinematográficos, teatrales… están prácticamente en retirada, no digamos, en el caso de la música, con las discográficas hundidas y las actuaciones menguadas. Cierto: Internet se presenta como el túnel para la gran evasión del anonimato, pero tampoco ofrece tantos caminos de salida como aparenta. Es una jungla espesa, “llena”, con muchos aspirantes, aunque muy pocos artísticamente musculados, y con escasa gente esperándoles. ¿Quién va a perder el tiempo ante lo profundo en la era del facilismo y lo rápido, en la de los 140 caracteres mal escritos?


Tampoco digamos que el público, pese a esas torrenteras tontunas que de repente se desatan ante tal o cual ídolo, ayude mucho. La crisis azota, los bolsillos están maltrechos, la mediocridad en muchos escenarios es ofensiva, la exigencia de la gente está bajo mínimos, el desinterés por el hecho cultural acuciante y, ay, la malvada guadaña que degüella el espectáculo: la piratería. Consecuencia: salas de conciertos medio vacías, cines en familia, libros sin lectores, discos que no compra nadie…




Un panorama hostil, en efecto, para el desarrollo de la cultura y del arte. Pero, ojo, que esa hostilidad no es exógena. El enemigo no está fuera, también dentro. ¿Qué ofrece el nuevo artista e incluso el ya coronado para interesar a la clientela? Se diría, generalizando, que no mucho, o nada. Basta con mirar, en el caso de la música pop, a las listas de ventas: melendis, bosés, alboranes, fitipaldis… Desolador. Y si es al archipiélago 'indie', tampoco el panorama es para batir palmas: montonadas de sellos, autoproducción a granel, artistas y discos a caño abierto, pero solo cuatro potables, y quizá se exagere la cifra. Mucho ruido de fondo, poca nitidez. Un magma disperso que lejos de generar nuevas tendencias y obras con aspiración de perdurar ha generado desconcierto y público minoritario.


Vivimos, como diría Vargas Llosa, en la civilización del espectáculo, en la banalidad mayor de las artes, en el todo vale. Grupos mediocres, cantantes infumables, exposiciones que no entiende ni dios, ídolos de medio pelo, novelistas por doquier sin nada que contar por más que se les emperifolle en los suplementos literarios, 'torrentes' cinematográficos, un insoportable aluvión futbolero en la radio, telebasura, chismorreos, sálvames, granhermanos… Todo eso es lo que básicamente nos rodea. Vulgaridad y simpleza. Un gran cáncer cultural en un tiempo en el que ya se piensa más con las yemas de los dedos que con el cerebro.


Es urgente, si no sanar, sí prevenir este cáncer. ¿Cómo? Sin ánimo de pontificaciones de sumo sacerdote, solo unas ideas a voleo: hay que potenciar la cultura, no recortarla; hay que aspirar a unos medios de comunicación generosos con la cultura pero críticos con ella; conciencia social y sobre todo de los mismos artistas de sus limitaciones; incentivos, no subvenciones; regeneración de la televisión pública y no digmamos d ela privada; creación de infraestructuras y acceso libre a las existentes (¿qué pasa con los centros cívicos en Zaragoza?); productos culturales con el mismo tratamiento fiscal que las medicinas (ay, ese sangrante IVA del 21%); centros educativos y además culturales, con las puertas abiertas toda la semana ofreciendo actividades… y, sobre todo, educación de la sensibilidad y el buen gusto desde la más tierna infancia, empezando por la música clásica, la madre de todas las sensibilidades. La cultura tiene que sufrir un vuelco para que este país drene fango y suciedad. De lo contrario, habrá que darle la razón a Arroyo. El año que ha empezado es electoral: ¿veremos algún programa culturalmente esperanzador?


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