Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Joe Cocker, se fue la voz de acero

La putada es que esta vez no va a tener manos amigas que le rescaten ni canción que le devuelva a los escenarios. Joe Cocker se ha despedido definitivamente de la vida y, por tanto, de su oficio de gran cantante de rock y baladas. En la génesis de su fama estuvo aquella majestuosa transformación que hizo en 1968 de una de las naderías de los Beatles, 'With A Little Help From My Friends', en un tremendo himno de soul blanco.


Precisamente ayer, en esas maratonianas e insoportables tardes de radio futbolística, en las que como alternativa, mientras hago alguna labor cotidiana, escuché la canción en Rock FM: se me volvieron a poner los pelos de punta. Esa dualidad casi a la par de voz masculina aullante y coros femeninos estratosféricos no se ha escuchado jamás en canción alguna, más en una simple canción venida del pop. Woodstock le puso la sal y la pimienta para encumbrarle en 1969 como uno de los grandes rockeros de la época.


Luego fueron llegando piezas magistrales, todas ellas con sustrato soul, 'Hitchcock Railway', 'Marjorine', 'Delta Lady', 'Feeling Alright'…, compendiadas en un disco, 'Cocker Happy' (1971), que compré en uno de los muchos viajes a Andorra para abastecerme de vinilos que aquí no llegaban y que escucho ahora mismo mientras escribo. Fue el disco que me enganchó por completo en aquellos primeros años setenta al exfontanero de Sheffield, toda vez que los dos primeros, los que le dieron fama, aún tardaron bastante en llegar a España: hubo que esperar a la primera remesa de 'Coleccionistas', en 1980.


Aunque la canción que realmente me hizo temblar de verdad, oyéndola en las sinfonolas, machacándola en el tocadiscos, pinchándola y bailándola en las discotecas, fue 'Hight Time We Went', que compré también en Andorra, en 1972, en edición single francesa, y que en aquella España discotequera y progre de los inicios de los setenta salió exclusivamente en single, oyéndose casi tanto, exagerando un poco, como los payasos de la tele. Un bombazo.


Pero aquello se disipó pronto. Al de Sheffield se le agotó el acero en la garganta y en el cuerpo mientras el alcohol, sin embargo, le inundaba las arterias. La segunda mitad de los setenta fue un auténtico calvario para él. Toda una desoladora imagen de la derrota física y personal. “Lo putean y le roban el dinero como a un crío”, me comentaba un manager, a raíz de su primera visita a Madrid, en 1981, aquella en que Leonard Cohen se lo encontró en un club tan borracho y desorientado que se le acercó y, dándole una palmada en la espalda, le dijo: “Chaval, cuídate', no puedes seguir así”. Cocker era entonces un auténtico guiñapo, apenas articulaba dos frases seguidas, no sabía ni dónde le llevaban a cantar ni cuánto iba a cobrar, si cobraba, cuando no se perdía y no aparecía en las actuaciones.


Mas, como si fuera un presagio de la canción que le encumbró, Joe Cocker siempre encontró una mano amiga que lo sacara del pozo. Si en los mismos inicios de los setenta fue Leon Russell quien le echó un gran capote cuando se quedó sin grupo en Estados Unidos y le montó una macrobanda de 40 músicos con la que recorrió los USA de costa a costa, saliendo de la gira una película y uno de los grandes discos en directo del rock, 'Mad Dogs & Englismen', en los primeros 80 fue el jefazo del sello Island, Chris Blackwell, el que le ofreció la oportunidad de grabar uno de sus mejores discos, 'Sheffield Steel', al que siguió 'Up Where We Belong', la de 'Oficial y caballero', y luego, dos años más tarde, el pelotazo de 'You Can Leave Your Hat On', el del striptease más erótico de la historia del cine protagonizado por la exuberante Kim Basinger.


Desde entonces, había un nuevo Joe Cocker, otra vez triunfante y vencedor del alcohol y la autodestrucción. Musicalmente, un artista que, versionando todo lo que se le ponía de por medio (desde Dylan a Leonard Cohen, Harrison, Ray Charles…) y grabando un torrente de discos, siempre de manera cálida y correcta, y, por supuesto, con la marca de la casa, con esa voz rota que aún oxidó más sus excesos con el alcohol, volvió a hacerse con el favor del público. Los discos eran apacibles y agradables, sin más, pero siempre confortables y motivadores para salir de gira. Le vi en el Rockódromo de Madrid con The Waterboys como teloneros; luego en Zaragoza, en el 88, en el Pabellón Francés de la antigua Feria de Muestras; después en Huesca en los primeros noventa, y años después en el Príncipe Felipe... Siempre airoso, con la voz cazallosa y enorme, y todavía aquellos ademanes espasmódicos y aquellos gestos que patentó en Wooodstock tocando la guitarra de aire…


Lástima, ahora ya no hay resurrección posible, ni mano amiga que valga. Tenía 70 años y hoy mi intención era hacer una entrada en el blog con un villancico de felicitación navideña, pero me he encontrado con la noticia del veterano Cocker abandonando este perro mundo. Me duele, porque nada se sabía de que estuviera enfermo de cáncer de pulmón, y porque alegró mucho mi juventud musical, especialmente con aquella canción que tanto puse en las cabinas y tanto bailé en las discotecas, 'High Time We Went' o 'Ya es hora de irse', como se la tradujo aquí, y que no viene a cuento para nada (por el título y por el momento), pero es la vida. Se fue la voz de acero.


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