Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Algunos hombres buenos

Disposiciones nazis tras la ocupación de Cracovia. Fotografía de Gervasio Sánchez
Disposiciones nazis tras la ocupación de Cracovia. Fotografía de Gervasio Sánchez

EUROPA EN GUERRAS (13)


Cracovia (Polonia)


Podríamos decir que Polonia es como un boxeador que nunca pierde un combate aunque haya estado al borde de la extenuación. Puede caer muchas veces a la lona, pero siempre se levanta y sigue combatiendo hasta la victoria.


Al estallar la Primera Guerra Mundial, el país fue invadido por Alemania, Austria y Rusia y los polacos fueron obligados a combatir en todos los ejércitos y unos contra otros en su propio territorio. La pérdida de vidas humanas y la destrucción no impidieron que Polonia consiguiera la independencia al final de la guerra.


La Segunda Guerra Mundial empezó en Gdansk (antigua Danzig), la capital polaca del Báltico. La mayoría de sus ciudades fueron arrasadas y los edificios más importantes reducidos a escombros. Seis millones de polacos murieron en la contienda.


No hubo un país con más muertos de media como Polonia, que perdió el 20% de su  población, incluidos tres millones y medio de judíos. Dos millones de polacos no judíos fueron fusilados o murieron como consecuencia de las torturas o de inanición. Otros 600.000 cayeron luchando en diferentes campos de batalla. Pero al final de la guerra Polonia había conseguido recuperar las fronteras de la Edad Media y purificado el país a partir de la expulsión de millones de alemanes que vivían en territorio polaco desde hacía siglos.


Disposiciones nazis tras la ocupación de Cracovia. Fotografía de Gervasio Sánchez


Polonia es hoy uno de los países más desarrollados del Este y camina a marchas forzadas por la senda del capitalismo puro. Las empresas estadounidenses de comida rápida han colonizado ciudades, pueblos, autopistas, carreteras.


Algunas de sus ciudades, como Cracovia, reciben ocho millones de turistas al año y, en otras como Gdansk es imposible conseguir una habitación libre durante el mes de agosto. 38 millones de polacos, entusiasmados por conocer los rincones más recónditos de su patria, convierten las carreteras, la mayoría en obras, en mortíferas trampas durante las vacaciones estivales.


Hay pocas ciudades en Europa tan bellas como Cracovia, declarada patrimonio de la Humanidad de la Unesco en 1978. La antigua capital real es un potente centro económico, cultural y deportivo del país. Fue Capital Europea de la Cultura en 2000 y este año ha sido escogida como la Ciudad Europea del Deporte. Va a ser en septiembre la sede del Campeonato Mundial de Voleibol y acogerá el Campeonato de Europa de Balonmano en 2016. Una ciudad de moda.


Es difícil imaginar hoy, paseando por su bellísimo centro histórico o por lo que queda de su barrio judío, que desde esta ciudad los nazis dirigieron el mayor exterminio de seres humanos que haya conocido la historia de la violencia protagonizada por los seres humanos.


Dos niñas judías en el gueto de Cracovia


Aquí, en Cracovia, estuvo el cuartel general nazi durante la ocupación de Polonia.  En su hermoso castillo de Wawel, residencia histórica de los reyes polacos desde el siglo XVI, se acomodó en octubre de 1939 el militar y abogado Hans Frank desde donde ejerció como Gobernador General de las fuerzas de ocupación alemanas y del régimen nazi.


Su obsesión fue purificar Polonia, reconvertirla en una provincia alemana, sin importarle el sufrimiento humano que sus brutales métodos provocaron. Fue uno de los arquitectos del exterminio judío y usó a civiles polacos como trabajadores esclavos. “Si hiciera un comunicado con los nombres de cada siete polacos que hemos matado, no habría bosques suficientes en Polonia para manufacturar todo el papel que necesitaría”, llegó a decir públicamente uno de los nazis más fanáticos.


Al final de la guerra fue capturado por soldados estadounidenses en Baviera (Alemania) y fue uno de los jerarcas nazis enjuiciados en Nuremberg. Aunque intentó suicidarse en un par de ocasiones, llegó vivo al final del histórico juicio, fue condenado a muerte por crímenes de guerra y contra la humanidad  y ejecutado.


El periodista Howard K. Smith, testigo de su ejecución, describió sus últimos minutos: “Él era el único condenado con una sonrisa. Aunque estaba nervioso y tragando saliva con frecuencia, este hombre, que se convirtió al catolicismo romano después de su detención y antes de ser ejecutado, contestó en voz baja, casi en un susurro: "Estoy agradecido por el buen tratamiento durante mi cautiverio y pido que Dios me acepte con misericordia"”.


En Cracovia vivían 65.000 judíos. Los primeros llegaron en el siglo XIV y se instalaron en el barrio de Kazimierz, entonces una localidad colindante con Cracovia con sus propias leyes. Con el paso de las décadas, los judíos se fueron concentrando en sus calles hasta formar la comunidad más importante de toda Polonia.


Recreación de un paso subterráneo entre estaciones de tren durante la ocupación de Cracovia. Fotografía de Gervasio Sánchez


El gobernador nazi Frank podía haber convertido Kazimierz en el gueto, pero no era suficiente para él. Ordenó que todos los judíos fueran confinados en el barrio obrero de Podgorze, al otro lado del Vístula, el gran río que recorre la gran meseta polaca. Para ello tuvo que expulsar a los propietarios polacos y hacinar a la población judía. Muy pocos sobrevivieron.


El director de cine Roman Polanski vivió en este gueto cuando era un niño. Su madre fue deportada y murió en Auschwitz. Sus recuerdos los incluyó en la gran película El Pianista, la historia del músico polaco de origen judío Wladyslaw Szpilman, que recoge con bastante fiabilidad lo que ocurrió en el gueto de Cracovia hasta su destrucción.


Polanski ha recordado en alguna entrevista reciente que vivió en persona la escena en la que un niño intenta acompañar a su padre cuando es detenido por la Gestapo en el gueto. “Yo corrí hacia él. Pero él me alejó diciendo: “¡Vete! ¡Vete! Por instinto yo quería mantenerme a su lado y habría usado cualquier excusa. Pero sabía lo había en juego. La muerte estaba al acecho y huí. Así es como mi padre me salvó la vida”.


El cine también recuperó la figura de Oskar Schindler, un empresario afiliado al partido nazi con relaciones en las altas esferas. Su increíble historia fue recogida en el libro El arca de Schindler, del escritor Thomas Keneally, y llevada al cine en 1993 por Steven Spielberg en otra película inolvidable titulada La lista de Schindler.


El empresario consiguió que todos los trabajadores de su fábrica, que producía utensilios de campaña para los soldados, fueran judíos. Llegó a un acuerdo con el responsable de un campo de trabajos forzados para usar mano de obra judía proveniente del gueto de la ciudad, la más barata en aquellos tiempos. Schindler acabó implicado en la suerte de sus trabajadores y evitó que fuesen deportados pagando sobornos millonarios. De esta manera salvó la vida de 1.100 personas.


Escrito de Roman Polanski en el güeto de Cracovia cuando tenía ocho años


La antigua fábrica es un hoy un Museo muy interesante que muestra la historia de la ciudad entre 1939 y 1945  y recrea la vida cotidiana de los ciudadanos durante la ocupación nazi. Se puede ver cómo eran las habitaciones en las que vivían hacinados los judíos en la fábrica de Schindler,  y se puede descender por un paso subterráneo entre estaciones de trenes similar a los de la época.


Un texto escrito por el propio Roman Polanski cuando tenía ocho años resume la dramática experiencia en el gueto: “De repente me di cuenta que teníamos que vivir entre muros. Me asusté tanto que rompí a llorar”.

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