Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Los relatos lápida de Velibor Colic

Memorial serbio en Srebrenica
Memorial serbio en Srebrenica

EUROPA EN GUERRAS (11)


Sanki Most (Bosnia-Herzegovina)


Cada 12 de julio se celebra un funeral serbio en una colina de Srebrenica a la que se llega por una carretera salpicada de baches. Es la forma de reivindicar a sus muertos y recordar que ellos también fueron víctimas.


Saben que casi todos los periodistas extranjeros que se acercan al pequeño santuario no están allí por ellos sino por los centenares de musulmanes exhumados e identificados de la matanza de Srebrenica que se inhuman cada 11 de julio, justo el día anterior.


Los participantes vienen preparados para un gran ágape después del servicio religioso. El alcohol comienza a correr desde bien temprano. Cerveza, pero sobre todo rakia, el aguardiente balcánico.


Algunos serbios muestran sin tapujos sus brazos desnudos con los tatuajes de su pertenencia a grupos armados paramilitares vinculados a crímenes de guerra.


Varón con gorro de lana chetnik. en el memorial serbio de Srebrenica. Fotografía de


Uno de los participantes va vestido de chetnik, una organización guerrillera, monárquica y partidaria de la Gran Serbia creada en la Segunda Guerra Mundial, responsable de atrocidades contra la población no ortodoxa.


En la guerra de Bosnia de los años noventa se crearon varias unidades chetniks que se involucraron en la guerra sucia. Las Águilas Blancas fue la más conocida y violenta.


El chetnik no tiene reparo en confesar que participó en atrocidades hace 20 años. Sólo permite que le tome fotos aquel que le cae bien. A nadie le molesta que vaya con un traje tan remarcable.


El escudo que cuelga del gorro de lana negra muestra una corona real arropada por dos águilas y una calavera que entrecruza dos espadas. La calavera también resaltaba en el gorro de las SS nazis.


Aprovecha un descuido de una periodista española para tocarle un pecho mientras se hace una fotografía. Se tambalea risueño por tal ejemplar hazaña. Sorprende el ambiente patético en un funeral por los muertos de una guerra. Parece más un día de picnic que de luto.


Un sacerdote religioso bendice el memorial serbio en Srebrenica. Fotografía de Gervasio Sánchez


Abandono Srebrenica y viajó bordeando la frontera Serbia hasta el norte del país. Estoy obsesionado por visitar una localidad llamada Modrica, muy cerca de la frontera de Croacia, y del campo de exterminio de Jasenovac, donde 750.000 serbios fueron asesinados en la Segunda Guerra Mundial durante el régimen ustacha, tan criminal como el nazi.


El año pasado cayó en mis manos un librito titulado Los bosnios,  escrito por Velibor Colic. Me lo leí de un tirón y quedé brutalmente golpeado por el ritmo narrativo de los relatos, que como se dice en la contraportada, “parecen más lápidas que capítulos”, y que transcurre en Modrica.


Colic era un joven de 28 años que fue reclutado forzosamente cuando estalló la guerra, desertó del ejército bosnio, fue hecho prisionero, se escapó y llegó a Francia como refugiado. En 1994 publicó este libro estremecedor que ha tardado 20 años (gracias a una pequeña editorial llamada Periférica) en ser traducido en España.


Detengo el coche delante de la mezquita y visito el cementerio. Cuando llegó a las lápidas de 1992 empiezo a leer la primera historia-lápida contada por Colic: “El 17 de mayo de 1992, cuando el ejército serbio entró definitivamente en Modrica, el gitano Ibro se negó a huir, pese a ser musulmán. No mostraron piedad alguna con él. Los soldados serbios le cortaron el cuello, como a su mujer y a su hijo y, como en tiempos de los turcos, plantaron las cabezas sobre las estacas de la empalizada que rodeaba la casa. Según nos contaron los testigos, en el patio había, sobre la mesa, una botella de rakia y café recién hecho. Para dar la bienvenida a los militares, si venían."


Llevo una hora dando vueltas por el pueblo y, como en Gospic, nadie recuerda lo que pasó. Le enseño el libro de Colic a unos musulmanes que han llegado de Tuzla.


“Ese nombre es croata”, me responde cuando les comentó si lo conocen o lo han leído. “Pero cuenta con pelos y señales lo que pasó aquí”, les digo.


Me aseguran que mi interlocutor ideal para hablar de lo que ocurrió en Modrica es el almuédano que varias horas después todavía no se ha presentado.


Leo otro relato-lápida, la historia de la niñita anónima: “Ante una de las escasas casas musulmanas del barrio serbio de Modrica descubrieron, en una mezcladora de cemento, el cadáver machacado de una niñita de nueve años, desnuda. Desde el principio de la guerra no había electricidad en Modrica, por tanto debían de haber hecho girar la mezcladora a mano”.


Tumbas musulmanas de 1992 del cementerio situado al lado de la mezquita de Modrica. Fotografía de Gervasio Sánchez




Una hora y media después llego a Prijedor, otras de las capitales del crimen en Bosnia. En la primavera y el verano de 1992 tuvo lugar en esta ciudad una gran matanza de civiles. Destacan los 117 niños asesinados, entre ellos uno de dos años. Todavía se buscan los cuerpos de otros 70 menores.


En noviembre de 2013, los restos de 430 víctimas civiles fueron exhumados en una fosa común en Tomasica, al sur de Prijedor. Sólo 274 estaban completos.


El resto era esqueletos incompletos que habían sido sacados de las fosas originales y revueltos en diferentes lugares para dificultar la identificación. Los asesinos nunca descansan y siguen maquinando años después.


Me dirijo hacia Tomasica mientras en mi cabeza revolotea otro relato-lápida: “Beko, hombre con fuerza de gigante y cerebro de mosquito era prisionero de los serbios. Su tarea, bajo amenaza de muerte, era pegar a sus conciudadanos también cautivos. Una mañana no pudo golpear a un joven de 17 años. Cuentan que cuando vio al adolescente muerto de miedo, sus dos enormes puños cayeron como sin vida. El mismo día, por la tarde, los serbios degollaron a Beko con un cuchillo afilado”.


Doy vueltas y vueltas hasta que consigo dar con la carretera que se dirige a Tomasica. Sé que es posible ver la fosa descubierta y limpia, la más grande de Bosnia sin contar las encontradas en los alrededores de Srebrenica.


Algunas personas me miran con desconfianza y se fijan en la matrícula extranjera. A veces es bueno ir acompañado para avanzar por caminos desconocidos. Pero voy solo con el coche cargado con el equipaje, el portátil, las cámaras, dinero en efectivo. Se está haciendo de noche y no estoy cómodo. Desisto.


Llego a Sanki Most sin luz natural. Al día siguiente visito el centro de identificación. Durante los últimos 15 años, casi 4.500 cuerpos exhumados han sido almacenados en sus bodegas. 284 cuerpos están preparados para ser enterrados en un funeral masivo. Otros 300 están ordenados en estanterías a la espera de ser identificados en el futuro. Aquí podemos ver la magnitud de la tragedia: 600 esqueletos en unos cuantos metros cuadrados.


Acabemos conociendo dos últimos relatos-lápida, primero la historia de Adem, un lisiado que se movía encorvado y que vivía con su madre: "Por primera vez en su vida, Adem estaba erguido. Estaba de pie contra la pared de su casa natal, empalado en una estaca. Le habían roto la columna vertebral para enderezarla”.


Y la de Alma: “Tenía siete años y vivía de la caridad, brutal y voluble, de los borrachos a los que vendía flores y su sonrisa de niña en los cafés. La primera bala que un francotirador disparó desde lo alto de las colinas alcanzó en plena garganta a esta abejita diligente y desenvuelta. Conseguimos enterrarla”.




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