Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

La batalla que creó la Cruz Roja

EUROPA EN GUERRAS (9)


Solferino (Italia)


Un hombre llegó la tarde del 24 de junio de 1859 a Solferino, una pequeña localidad lombarda del norte de Italia, y se encontró con un espectáculo dantesco. 39.501 soldados estaban diseminados heridos, agonizantes o muertos por el escenario de una batalla que acababa de concluir. Las hostilidades habían empezado entre las 3 y las 6 de la mañana. Unas 13 de horas de duros combates entre soldados piamonteses, franceses y austriacos provocaron un derramamiento de sangre descomunal. Una terrible tormenta fue la puntilla final de la jornada bélica.


Grabado de la batalla de Solferino


El hombre, un filántropo de origen suizo llamado Henri Dunant, decidió organizar a los civiles, mujeres y adolescentes, para dar asistencia a los combatientes sin tener en cuenta si eran amigos o enemigos. Organizó la compra de material sanitario (se le considera el inventor del botiquín de primeros auxilios), ayudó a instalar tiendas de campaña e, incluso, consiguió que un grupo de médicos austriacos capturados por los franceses fuese liberado.


No fue una batalla ocurrida en la trastienda de Europa. En el campo de batalla estaban presentes tres ejércitos poderosos comandados por sus principales mandamases. 315.000 soldados en total. 163.124 austriacos bajo las órdenes del emperador Francisco José, 106.121 franceses que obedecían a Napoleón III y 45.234 piamonteses seguidores del rey Victor Manuel II. Hablamos de la flor y nata de los ejércitos europeos de la época, los que luchaban en la división de honor de las guerras fratricidas entre potencias que hoy son aliadas.


A su regreso a Ginebra unas semanas después, Henri Dunant decidió escribir un libro titulado Recuerdo de Solferino,  en el que describió lo ocurrido en la localidad italiana, analizó el caos sanitario y contabilizó los costes de la batalla. Publicado en 1862, tres años después, tuvo un gran impacto social.


Dunant abogó por formar cuerpos de socorro para evitar desastres similares al de Solferino. “¿No se podrían fundar en tiempos de paz sociedades de socorro compuestas por abnegados voluntarios altamente calificados cuya finalidad sea prestar o hacer que se presten asistencia a los heridos en tiempos de guerras?”, se preguntó en su libro.


Torre de Solferino donde se combatió durante la batalla de 1859. Fotografía de Gervasio Sánchez




El 17 de febrero de 1863, una comisión de cinco personas formada por un jurista, un general, dos médicos y el propio Dunant se reunió en Ginebra para estudiar sus ideas y decidir si eran factibles. El Comité Internacional de la Cruz Roja considera esa fecha como el acta de su fundación.


Seis meses después catorce estados buscaron una solución para mejorar la atención a los soldados heridos. En 1864 se firmó el Primer Convenio de Ginebra para Aliviar la Suerte de la Condición de los Heridos de los Ejércitos en Campaña, que se ha ido actualizado en diferentes revisiones, la última de las cuales tiene fecha de 1949.


El tratado, que acaba de cumplir 150 años de vigencia, se aplica desde entonces en caso de guerra aunque una de las partes no la haya reconocido o de ocupación territorial. Prohíbe los atentados contra la vida o dignidad personal, la toma de rehenes, las condenas dictadas y las ejecuciones sin previo juicio ante un tribunal legal y con todas las garantías procesadas aseguradas. Insiste en que los heridos y los enfermos tienen que ser evacuados del campo de batalla y asistidos sanitariamente.


Grabado que muestra a ciudadanos de Solferino ordenando los restos de combatientes sin identificar recogidos en el campo de batalla.


También hace hincapié en el comportamiento que hay que tener con los combatientes. “Todas las personas que no participen en las hostilidades, incluidos los miembros de las fuerzas armadas que hayan depuesto las armas y las personas puestas fuera de combate, serán tratadas con humanidad, sin distinción alguna”, afirma el tratado.


En 1901 Henry Dunant y el pacifista francés Frédéric Passy recibieron conjuntamente el primer Premio Nobel de la Paz. “No hay hombre alguno que merezca más este honor, pues fue usted, hace cuarenta años, quien puso en marcha la organización internacional para el socorro de los heridos en el campo de batalla. Sin usted, la Cruz Roja, el supremo logro humanitario del siglo XIX probablemente nunca se hubiera obtenido”, escribieron los organizadores del galardón para justificar la entrega.


En su honor cada 8 de mayo, día de su nacimiento, se celebra el Día Mundial de la Cruz Roja y la Media Luna. La medalla Henri Dunant es la máxima condecoración otorgada cada dos años por este organismo internacional.


Solferino es hoy un pueblo soporífero a primera hora de la tarde veraniega sin apenas tráfico, al que se llega cómodamente abandonando la autopista entre Milán y Venecia, poco después de haber pasado por Brescia.


Vale la pena detenerse unas horas para visitar los escenarios de una de las batallas más cortas y cruentas de la historia. En 2009 varios miles de voluntarios del Movimiento de la Cruz Roja y de la Media Luna Roja de todo el mundo acudieron al pueblo de 2.300 habitantes para recordar los 150 años del acontecimiento bélico. Hay desde entonces una exposición permanente.


23 paneles diseminados por la plaza principal te permiten seguir la batalla desde el primer disparo hasta su conclusión con la retirada austriaca. Son 23 párrafos muy periodísticos que funcionan como un parte de guerra.


Dunant explicó en su libro que las cargas de la caballería provocaron muchas víctimas al principio de la batalla. “Las herraduras de los caballos aplastaron a muertos y a moribundos; un pobre herido tenía la mandíbula arrancada, otro tenía la cabeza escachada, un tercero, a quien se podría haber salvado, tenía el pecho hundido", narra el filántropo suizo.


Osario de Solferino. Fotografía de Gervasio Sánchez


Los ataques y contraataques se desarrollaron durante toda la mañana a pleno sol. Los gritos se confundían con las descargas de los mosquetones y los cañonazos. Los soldados combatían cuerpo a cuerpo a bayoneta calada. La orden de retirada también fue caótica, “una desbandada total” que provocó el abandono de heridos y pertrechos.


Los austriacos sufrieron 22.310 muertos, heridos o desaparecidos y los aliados franceses y piamonteses, 17.191. Aunque la batalla duró apenas 13 horas las consecuencias se pagaron durante años. Miles de cuerpos quedaron desparramados sin identificar. Soldados de todos los bandos mezclados como su sudor y su sangre. Se tardó años en ordenar el caos y almacenar los restos.


La iglesia más antigua de Solferino, dedicada a San Pedro y gravemente afectada durante la batalla, fue restaurada y reconvertida en un osario imponente. Desde 1870 acoge los restos de los soldados sin nombre.


Sus calaveras rellenan de forma ordenada todas las paredes del ábside. Ante tan estremecedor mosaico de la insoportable levedad del ser humano me viene a la mente la reflexión de Platón: “Sólo los muertos ven el final de la guerra”.

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