Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Somme, la tumba de barro británica

Oficiales
Oficiales

EUROPA EN GUERRAS (8)


Albert (Francia)


Impresiona que un general sea el responsable de la muerte de 19.240 soldados, a los que hay sumar otros 38.500 heridos, cuando apenas ha transcurrido un día de combates. Impresiona la sangre fría con la que hay que actuar para llevar al desastre a varias divisiones al mismo tiempo. Impresiona que la vida de los otros no valiese nada para quien mandó a las tropas británicas al matadero en el primer día de la batalla de Somme, “la tumba de barro del ejército en campaña “, tal como la describió un oficial participante.


Pero lo que más impresiona es que ese general británico, de nombre Douglas Haig, no fuera sustituido inmediatamente y degradado tras un consejo de guerra y, que además, obtuviese después de la guerra los títulos de conde, vizconde y barón, un sueldo obsceno y un funeral de estado a su muerte. Impresiona cómo la ambición, la soberbia y la falta de escrúpulos cabalga por la historia de la humanidad.


Retratos de soldados británicos desaparecidos en la batalla de Somme. Fotografía de Gervasio Sánchez


Los franceses, que defendían Verdún desde hacía meses, no pudieron desplegar en Somme el número de combatientes comprometidos por lo que el peso recayó en los británicos cuyas divisiones habían sido diezmadas en los dos primeros años de la guerra. El ejército británico tuvo que crear unidades de la nada, ascender meteóricamente y de forma artificial a miles de oficiales como Douglas Haig.


El 1 de julio de 1916 empezó la ofensiva. A los pocos minutos el campo de batalla estaba lleno de cadáveres. Los alemanes mataron  a una gran parte de los oficiales británicos que todavía combatían con un uniforme distinto al de la tropa.


¿Qué había ocurrido? Los soldados británicos recibieron la orden de avanzar a campo abierto sin que la artillería hubiera aplastado las defensas del enemigo. Los alemanes habían acorazado sus trincheras y estaban bien pertrechados a varios metros de profundidad. Las ametralladoras alemanas hicieron el resto.


La batalla del Somme duró casi cinco meses. El resultado para los británicos fue desastroso. 420.000 soldados murieron, desaparecieron o resultaron heridos. El golpe psicológico sobre la sociedad británica tardó años en superarse.


No fueron los únicos que se enfrentaron a la catástrofe. Las tres divisiones australianas que combatieron en uno de los frentes de Somme sufrieron en semanas más pérdidas que en los ocho meses que duró la batalla de Galípoli contra los otomanos el año anterior. Los alemanes también pagaron un alto precio en vidas.


Un millón 200.000 soldados de diferentes nacionalidades murieron, desaparecieron o fueron heridos para una progresión de apenas 15 kilómetros en los casi cinco meses que duró la batalla.


Ovejas pastando en los escenarios rugosos de la batalla de Somme. Fotografía de Gervasio Sánchez


Gerald Brenan, el hispanista británico autor de obras importantes como El Laberinto español o Al sur de Granada, estuvo presente con 22 años en Somme y describió el desastre bélico en Relato de un superviviente: “Al caer la noche se hablaba de historias terribles, de un número de víctimas atroz, de batallones enteros reducidos a treinta o cuarenta hombres. Lo mejor de nuestros jóvenes, los primeros en ofrecerse como voluntarios para la guerra, estaban muertos y nuestro frente no había sido capaz de ganar ni un metro”.


Brenan, que sería herido más tarde y que se negaría a abandonar el campo de batalla, escribió que en Somme “había tenido lugar algo de lo que no se había oído hablar en esta guerra: un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, a campo abierto, con bombas y bayonetas. Lo que parecía extraordinario era que todos los cuerpos yacían tal como habían caído, como si los estuvieran guardando para exhibirlos en un museo de la guerra”.


Cementerio canadiense de Vimy. Fotografía de Gervasio Sánchez


En Vimy los canadienses han construido un monumento en memoria de sus soldados muertos y, sobre todo, desaparecidos, que ascendieron a 11.285. Han restaurado varias trincheras y túneles a diez metros de profundidad. Las guías, estudiantes canadienses, te cuentan que la separación entre las líneas fue de apenas 25 metros en algunas zonas. Las ovejas pastan en un terreno rugoso y accidentado resultado de la intensidad de los bombardeos.


Descender a las entrañas de la tierra es una experiencia que te retrotrae a las vivencias de los soldados. Puedes sentir como el frío y la humedad se hace insoportable a los pocos minutos de vagar por las cavidades desnudas.


Los británicos también construyeron un memorial en Thiepval que recuerdan sus 78.000 desaparecidos de Somme. El pequeño centro de información te recibe con una pared llena con los retratos de 600 de estos desaparecidos.


A pocos kilómetros, en la aldea de Bailleulmont, hay 33 tumbas de británicos en el cementerio civil. Resalta, si se lee las leyendas y los nombres, la del soldado A.Ingham. La inscripción tallada en el monolito funerario explica que el 1 de diciembre de 1916 fue fusilado al amanecer. Sorprende que la familia no haya escondido el motivo de su muerte. Incluso han escrito: “Uno de los primeros en alistarse. Digno hijo de su padre”.


Entender la vulnerabilidad del ser humano en condiciones extremas es lógico. Es fácil criticar al soldado que queda paralizado en la trinchera porque el miedo le impide avanzar o que resuelve desertar por su incapacidad para sobreponerse al pánico ¿Qué haríamos cada uno de nosotros en condiciones parecidas? Lo he visto a lo largo de mi vida: muy pocas veces aparece el heroísmo. Los combatientes aceptan órdenes absurdas porque saben que la alternativa es un consejo de guerra.


El cementerio alemán de Fricourt acogió durante cinco años al héroe de guerra más admirado: Manfrend von Richtofen, más conocido como el Barón Rojo. Abatió 80 aviones entre 1916 y 1918. Su cuerpo fue inhumado en 1920 y cinco años después, en noviembre de 1925, su hermano Bolbo trasladó sus restos a Alemania.


Durante la Primera Guerra Mundial el alcalde de Albert, la localidad más importante afectada por la batalla de Somme, decidió construir siete refugios para evitar el éxodo masivo de la población. Uno de los más grandes, de 250 metros de largo y con capacidad para 1.500 personas, es hoy un interesante museo subterráneo acondicionado para entender la vida en el subsuelo mientras reventaban las grandes bombas lanzadas por la aviación y la artillería pesada.


Memorial a los desaparecidos en Vimy. Fotografía de Gervasio Sánchez


Al final de largo túnel y antes de salir a la superficie tienes que recorrer un trecho de 25 metros a oscuras guiado por el resplandor y el estruendo de las explosiones. Es un espectáculo de luz y sonido que ha conseguido reproducir fielmente el ambiente durante los bombardeos. Vale la pena avanzar y retroceder varias veces y ponerse en el lugar de niños, mujeres, ancianos que sufrieron las mismas  condiciones durante meses que tú apenas vives durante unos minutos.


Me viene a la mente la reflexión que hizo el gran poeta Walt Whitman sobre la guerra secesión de Estados Unidos: “Los años del futuro jamás conocerán el rabioso infierno, el negro e infernal trasfondo y las interioridades de la guerra, y es mejor que sea así. La auténtica guerra jamás llega a los libros”.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión