Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Al frente en taxi

TAXI DE LOS QUE PARTICIPO EN LA BATALLA DEL MARNE ROJO Y PEUGEOT
TAXI DE LOS QUE PARTICIPO EN LA BATALLA DEL MARNE ROJO Y PEUGEOT

EUROPA EN GUERRAS (5)


Meaux (Francia)


El año que el Córdoba, el equipo de mi ciudad natal, empezaba su calvario que desembocó en la pérdida de la división de honor y una travesía por el desierto durante 42 años,  me compré con los ahorros de varios meses dos libros de la Gran Guerra, La Batalla del Marne y Verdun, escritos bajo la dirección de  P.Wedelman y publicados en España por el Círculo de Amigos de la Historia en 1971.


Me los leí con12 años en los ratos libres que me dejaban las tareas escolares y un trabajo iniciático como ayudante de mi abuelo, el cartero de una pequeña localidad tarraconense, y soñé muchas veces que atravesaría Francia para recorrer los escenarios de las batallas más importantes de aquella guerra que destruyó los sueños de una generación de jóvenes europeos.


Por fin este verano, justo días después de que mi Córdoba haya regresado a Primera División en el último minuto del tiempo añadido de un partido surrealista jugado en Las Palmas, he podido visitar los lugares donde se desarrollaron ambas batallas y también las de Somme y Camino de las Damas.


Los ahorros sirven para ayudar a la patria francesa


Francia vivió aquel 1914 un magnífico verano como no se ha conocido otro en años. En muchas ciudades españolas se pueden alcanzar los 40 grados en el mes de agosto, en casi todas superar los 30, pero en el norte francés puede llover y las temperaturas rondar los 15 grados máximos. Sorprende que la guerra se iniciase con la climatología ideal para tumbarse en una playa. Durante el primer mes los soldados avanzaron, fueron derrotados y regresaron sin pisar un charco de agua.


El 31 de agosto las tropas alemanas hicieron su entrada en Amiens y prosiguieron su avance hacía Paris. Los franceses destruyeron todos los puentes sobre el río Marne. Las fortalezas que se habían construido en la frontera alemana no habían servido para contener  el avance.


Años antes el mariscal alemán Helmuth von Moltke, con mucha visión de futuro, había gritado en su propio país: “No construyáis fortalezas, construid ferrocarriles”, tal como recuerda el historiador y periodista Joaquín Armada en Historia y Vida. Dice el texto de Armada que “sólo un cuerpo de ejército alemán necesita 70 vagones para sus oficiales, 965 para la infantería, 2.960 para la caballería, 1.905 para la artillería y 6.010 para los suministros. En total 140 trenes. ¡Y los alemanes tienen 40 cuerpos de ejército cuando estalla la guerra”.


La situación comenzó a ser muy inquietante al anochecer del 6 de septiembre, el primer día de la ofensiva francesa. No había manera de avanzar.  El general Josep Gallieni, encargado de la defensa de la capital, ordenó enviar una división de refresco. Preguntó: “¿De qué medios de transporte disponemos?” “No tenemos suficientes vagones. Tendremos que transportarla en dos veces”, respondió uno de sus oficiales superiores. “Utilice los automóviles militares”, mandó el general. Pero no hay suficientes. “Entonces utilice los taxis. Requisición. Una parte de las tropas deben partir esta misma noche”, ordenó Gallieni.


Uno de los taxis que participó en la batalla del Marne. Se puede ver en el Museo de la Gran Guerra en Meaux


Media hora después los policías municipales empezaron a detener a todos  los taxis de París. Una elegante dama cargada de paquetes fue obligada a descender de uno e irse a su casa andando. El extraño cortejo formado por 670 taxis, la mayoría del modelo Renault AG de color rojo, emprendió la marcha.


Al llegar a su primer destino los soldados acostumbrados a andar no daban crédito. “Nos lleva al frente como a la gente rica”, dijo un cabo. Los taxistas marcharon con el contador puesto. Los dueños enviaron las facturas al gobierno militar que hizo el pago inmediato. Cada taxista cobró el 27% de la cifra recaudada.


En el campo de batalla se hacinaban dos millones y medios de soldados en unos 250 kilómetros de frente. Durante los cinco días que duró la Batalla del Marne medio millón de soldados murieron, fueron heridos o desaparecieron.


La lluvia apareció al cuarto día. Las trincheras se refrescaron. Semanas más tarde se inundarán de barro y desolación y los vivos y los muertos vivirán en un espacio conjunto. Pero, en los primeros días de septiembre, la lluvia otoñal refrescó y lo limpió todo.


Los soldados franceses recibieron la orden de avanzar y no encontraron resistencia. El ejército alemán se había retirado apresuradamente abandonando miles de cadáveres en las trincheras y mucho material bélico. El olor era nauseabundo. “Los boches  se han ido”, gritaban las primeras unidades. Los franceses llamaban a los alemanes boches que significa cabeza de asno o cabeza cuadrada.


Soldados en un blindado


En el cuartel general se decidió preparar un comunicado dirigido a las tropas. Se buscó un nombre para denominar a la batalla. Un general comparó al ejército alemán “con un nuevo Atila”. Otro aportó el nombre de “París-Verdún” que a Joseph Joffre, jefe del ejército francés, le pareció que sonaba  a “una etapa de carrera ciclista”. “¿Y por qué no simplemente el Marne?” Joffre escribiría más tarde en su autobiografía que “no sé quién venció en la batalla del Marne, pero sé quien la habría perdido”.


En la ciudad de Meaux hay un museo excepcional sobre la Gran Guerra.. Se puede ver uno de esos  taxis originales que se utilizaron en el Marne, el primer carro de combate que se usó en una guerra, todo tipo de munición y curiosidades manuales que realizaban los soldados, muchos de ellos trabajadores manuales antes que militares, en las trincheras. Desde objetos religiosos y protectores como crucifijos y manos de la virgen de Fátima hechos con proyectiles hasta un artesanado erótico y sensual.


Lo más impactante ocurre en un escenario que recrea el interior de una trinchera. Sobre las paredes aparecen imágenes reales y en movimiento de la vida de los soldados. Limpiando las armas, avanzando, vigilando, fumando, escribiendo a sus seres queridos, recibiendo el correo, bajo la lluvia y el frío, enterrados en el barro.


La nacionalidad del soldado queda diluida a medida que se van concretando las dramáticas vivencias en el fragor de los bombardeos. El ruido de las explosiones se amplifica y se vuelve ensordecedor. Los soldados saltan por los aires y quedan atrapados en las alambradas. Es la siembra de cadáveres. Las ratas se adueñan de los cuerpos inertes, destrozados por la metralla.


La última imagen es el primer plano de un hombre bien vestido que se va alejando mientras la cámara va abriendo el plano. Al final es un diminuto punto en un pueblo completamente destruido. La guerra ha exterminado la vida, posiblemente para siempre.

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