Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Spotify, el nirvana de la música

Es verdad que, hace ya unos cuantos años, cuando me hablaron de Spotify, lo recibí con cierta indiferencia, incluso con desprecio. Mi afición a tocar y oler los discos, amén, claro está, de meterlos en el reproductor o en el giradiscos, y el hecho de que no estuviese todo el material que consideraba y me interesaba, me hizo torcer el gesto.


Pero, ahora, con el tiempo, y comprobando la cantidad de música que encierra, y hasta la practicidad que le estoy encontrando para este mismo blog, permitiéndome enlazar los discos que comento, me está haciendo mover el gesto en dirección contraria. Es innegable su utilidad y su comodidad: a un golpe de ratón, toda una galaxia discográfica y sin tener que ir a la estantería, no digamos a la tienda.


¡Ah, si con 15 o 18 años, tengo a mi alcance tamaña mina! ¿Hubiera comprado, coleccionado y conservado los cientos de discos que me rodean? Seguramente que no. ¿Para qué, si abrir este programa es como abrir la gran biblioteca de Alejandría en versión discográfica? No está todo, obviamente, pero sí mucho de lo que ha dado y sigue dando la historia de la música, desde el rock al jazz o la clásica. Algo abrumador. Me asombra repasar discografía de artistas y ver como el cursor baja y baja, como perforando la mina y esta no se agota. Música para una vida entera y seguirían faltando años. Gran invento con todos los pros y contras que se quieran.


La empresa sueca ya ha cumplido más de una década y, pese a la incertidumbre con que llegó al mundo virtual, se ha asentado como la gran despensa musical del mundo. Junto a ella, otras más recientes como Deezer, Pandora, Soundhalo o Grooveshark. Por ahora, todo son excelentes augurios, hasta el punto de que en el pasado MIDEM de Cannes, un alto directivo de las más potentes agencias artísticas del mundo, WME, que lleva a Lady Gaga o Adele, anunció eufóricamente que el 'streaming', es decir, lo que hacen Spotify o Deezer, es 'el santo grial', 'el nirvana' de la música en un futuro a corto plazo de diez años. O, por mejor decir, el Apocalipsis que va a barrer del mundo al disco físico.


Es posible que ello ocurra al paso que corren los tiempos tecnológicos y los hábitos de consumo de las generaciones más jóvenes. Pero antes, creo que tendrán que modificarse drásticamente tres vectores: la cuota anual, 120 euros, es todavía elevada, máxime teniendo en cuenta que es el público más joven su usuario más directo (aunque, si se traga los anuncios, sale gratis; y ya no hay límites de escucha). Muchos artistas están descontentos con los pagos exiguos, por lo que algunos, caso como es sabido de Radiohead, han retirado sus canciones o no han dado permiso para su inserción, caso también de Los Beatles, aunque no son pocos los que se contentan con al menos estar en el escaparate mundial, que es lo más importante que asegura el invento sueco. El tercer vector resistente es el de los usuarios más veteranos y fetichistas que han crecido comprando discos y, por tanto, valorando no solo el contenido sino también el continente: créditos, libretos, fotos… Un cuarto sería el de la calidad de sonido, el traído y llevado mp3, pero este, me temo que hasta que las redes mundiales de Internet no corran a 100 megas y los servidores sean capaces de albergar torrentes de gigas, será una quimera.


Pero si estas plataformas consiguen darle la vuelta a esos inconvenientes, es decir rebajar cuotas, abonar a los artistas cantidades más suculentas y menos irrisorias (dan para púas, como mucho, dice un artista nacional de relieve) e introducir créditos, libretos o cuando menos portadas y contraportadas legibles así como información, es posible que el clic en Spotify sea hábito permanente, adicción; que el fin del disco físico como objeto de consumo masivo, y ya lo vaticiné tiempo atrás, esté cada vez más cerca. Aunque se escuche un gran lamento universal.


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