Blog - Al Alba

por Mariano Gistaín

España no puede competir en corrupción

España no puede competir en corrupción. No por falta de eficacia o de recursos, sino porque hay una ola de aparente escándalo que parece cuestionar ese mundo de comisiones, sobornos y puertas giratorias: así no se puede trabajar en paz.


Como es lógico, la parte corrompible del COI no ha querido saber nada de una sociedad que, en apariencia, cuestiona las prácticas básicas.


La corrupción, como todo, necesita un consenso, una paz social. La sociedad ha de estar de acuerdo en lo básico. A eso se refirió Rajoy el 1 de agosto en el Congreso cuando dijo que habían cobrado "como en todas partes". El argumento de fondo de los que mandan ante los leves aguijonazos de los jueces es siempre el mismo: el país entero estaba (¿está?) de acuerdo en este modus operandi, no hemos hecho nada que no obedezca a un pacto de la constitución no escrita. Cada cual muerde lo que puede, según su posición, y nadie se muerde entre sí.


El desliz de Pascual Maragall al decir que el problema de CIU era el 3% (de comisiones) alteró ese pacto tácito. Maragall retiró sus palabras pero el sistema se llevó un susto que desde entonces (2005) no ha hecho más que crecer. La conmoción que causaron esas palabras aún colea.


España no puede competir en corrupción global porque al estar cuestionada nadie se fía. Esa parte de los votos del COI, si es que existe, estaba perdida desde el principio. La parte honrada, si es que existe, menos aún.


Nos hemos quedado en un punto muerto. No afrontamos la corrupción como problema pero tampoco podemos volver a la casilla anterior a la crisis, en la que la sociedad compartía el pacto tácito. Hay una parte del país que no quiere dejar pasar los innumerables escándalos como si nada. O eso parece. (Tal vez la mayoría se inclinaría por aceptar de nuevo aquel pacto, sin el cual no se hubiera podido robar tanto, siempre que volviera a fluir el dinero aquel. Sobre esto no hay encuestas).


Esta zona intermedia es poco operativa en los proyectos globales como los JJ.OO. El criterio básico para el COI -tanto el corrupto como el incorrupto- es que haya pacto social de futuro, acuerdo en lo esencial. Y España, al menos en apariencia, está dividida.


Los que mandan proponen seguir con lo mismo, y aspiran a que una leve mejoría y mucha propaganda bendigan esa continuidad en las urnas, como ya ha pasado otras muchas veces. El COI no tiene claro que lo consigan.


O corrupción estandarizada y silenciosa o girar a la honradez y la transparencia en tiempo real -un camino inédito, una aventura que por ahora está descartada. Quedarse en medio, como le ocurre a España, es poco operativo. Nadie se fía. Tanto la zona honrada del mundo -si la hay- como la zona corrupta miran con recelo a un país que duda abiertamente sobre su modelo. Que ni siquiera admite cuáles son las opciones.