Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Diario de la infamia iraquí

La embajada iraquí me aseguró en enero de 2003 que no tendría problemas para viajar a Irak antes de que empezara la guerra. “Tu visado ya tiene el visto bueno de Bagdad. No te preocupes”, me explicó un funcionario. Con mucha tranquilidad decidí volar a Sierra Leona a continuar con mi trabajo sobre la rehabilitación de niños soldados que había empezado tres años antes. Pasé tres semanas en el país africano.


El 3 de marzo aterricé en Madrid y llamé a la embajada. Mi idea era pasarme por la oficina consular para que me estamparan de una vez el visado en mi pasaporte. A pesar de mi existencia no conseguí comunicarme con ninguno de los responsables.


Unos días después se me hundió el mundo cuando me informaron que los visados habían sido suspendidos. Intenté por todos los medios buscar alternativas. Hablé con contactos kurdos y algunas organizaciones humanitarias. Pero fue imposible.


Estaba tan deprimido que me ofrecí a Heraldo de Aragón para escribir un artículo diario desde mi casa en Zaragoza. Fue la primera vez que escribía sin estar en el lugar de los hechos. Pero valió la pena.


El serial se tituló Diario de la infamia. Los primeros textos medían poco más de 2.000 caracteres. A partir del cuarto día la columna empezó a publicarse en la página tres  y el texto se agrandó hasta los 3.500 caracteres. Fueron 27 días seguidos sin parar.


En mi vida he tenido que esforzarme tanto para escribir. Nada más acabar el texto y mandarlo a la redacción ya estaba obsesionado por el del día siguiente. Dos de aquellos textos fueron leídos en las manifestaciones multitudinarias que se celebraron en la capital aragonesa.


Muchas veces he contado que ejercer el periodismo en un lugar conflictivo puede ser más cómodo y fácil que al lado de tu casa. La cantidad de información que se genera en el campo de batalla asegura unos contundentes primeros párrafos. Además, las presiones son menos insistentes.


Todos sabemos que es más sencillo hablar de la corrupción que ocurre a miles de kilómetros que al lado de nuestra casa. Por eso admiro a los periodistas de las secciones locales. Ellos sí que deben lidiar cada día con poderes ocultos que intentan ejecutar el periodismo puro.


Quizá puedan pensar que soy algo ingenuo pero aquellos días escribí lo qué quise y cómo quise sin preguntarme si mis artículos podían molestar a los dueños de Heraldo de Aragón. Muchos meses después supe que los responsables de la redacción habían tapado todas las compuertas por las que se pudiese colar la más mínima crítica sobre mi trabajo. “No queríamos que te despistases”, me confesaron.


Sé que mis artículos más duros sobre la política bélica del presidente José María Aznar no gustaron a los dueños del diario, pero también puedo asegurar que nadie me hizo llegar un recado envenenado. Es decir, nadie me llamó al orden o me tocó una coma.   Así da gusto trabajar.


Empecé este serial, que hoy termina, hace casi un año coincidiendo con el 25 aniversario de la publicación de mi primer artículo en Heraldo (finales de marzo de 1987). En los 26 años que llevo colaborando con el diario aragonés he publicado artículos que hubiesen sido censurados en la inmensa mayoría de los diarios españoles, incluidos aquellos que se autoproclaman de referencia.


Volvamos al Diario de la infamia. Un día caminaba por Zaragoza pensando en mi siguiente artículo cuando me topé con varios cargos socialistas. “Muy bien, Gervasio, dales duro que se lo merecen”, me comentó uno de ellos. “No os equivoquéis. Escribiría igual si vosotros estuvieseis en el poder. Además, el malestar contra la guerra también está instalado entre los votantes del PP. Por eso las encuestas reafirman que el 91% de la población española está en contra la guerra”, les contesté.


Pocos días después escribí un artículo titulado “Detrás de la pancarta” en el que me preguntaba dónde estaban algunos de los que encabezaban las protestas cuando morían civiles en Bosnia, Ruanda, Congo, Afganistán justo unos años antes. “Hoy escriben artículos de opinión (que no leo por higiene mental) alzando la voz contra guerra. Hay que ser valiente cuando se tiene poder real y no sólo cuando se está detrás de la pancarta”, comentaba en un párrafo.


Siempre ocurre lo mismo: las críticas que creen que no son para ellos las aplauden y, en cambio, se enfadan cuando les das un coscorrón ideológico. Hace tres años, en diciembre de 2009, mis palabras leídas durante la entrega del Premio de Derechos Humanos, que me otorgó el Consejo General de la Abogacía Española, no gustaron a una amiga y alto cargo socialista que estaba presente en el acto. Como estaba en Colombia no pude decirle: “Este discurso lo hubieras aplaudido hace una década. Quizá la que has cambiado has sido tú”.


Intenté durante aquel mes acercar mis emociones a los lectores. Dedicaba horas y horas a leer libros relacionados con el colapso de la guerra y entresacaba algunas reflexiones que me parecían interesantes.


Ernesto Sábato me recordó que habíamos empezado el siglo como acabamos el anterior: “Entre los delirios de la razón y la crueldad del acero”. Releí El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad, ese libro que engloba la violencia más oscura que el hombre es capaz de ejercer en circunstancias  extremas.


Lo que más me impresionó es que el muerto 600 iraquí coincidió con el primer entierro masivo en Bosnia de 599 hombres y una mujer encontrados en fosas comunes e identificados. Era víctimas de una guerra balcánica que había terminado (¿Cuándo acaba una guerra?) ocho años antes y era entonces cuando se empezaba a ordenar el caos en los cementerios.


Escribí que podríamos inventar la profesión de cartógrafo del horror que sirviese, después de cinco años de universidad, para buscar todos los huesos que las guerras olvidan en desiertos, selvas, mares, muchas veces sepultados por paladas de desprecio.


Mis últimos artículos coincidieron con la muerte de Julio Anguita Parrado y José Couso, dos notarios de la barbarie alcanzados por la metralla. Los periodistas no deberían ser noticia, pero sus muertes en zonas de conflicto dinamitan todos los deseos.


Te preguntan por todas partes y muchas veces tienes que falsificar excusas para no sentir. Coincidí  hace un par de años con la madre de Julio Anguita, pero aquel día de abril de 2003 me sentí satisfecho (¿blindaje contra el dolor?) por no conocerlo personalmente. Los que mueren se van pero siempre quedan madres, esposas, hermanos, hijos que aporrean tu conciencia y a los que intentas cuidar como si fueran las mejores flores de tu jardín.


Desde el pasado marzo he escrito cada domingo un capítulo de este serial que recupera mis mejores artículos y reportajes en Heraldo de Aragón. He pasado revista a 15 años de mi vida profesional. Hoy escribo sobre lo que ocurrió hace 10 años en Irak. Mañana viajo de nuevo al país asiático y describiré lo que pasa en la actualidad. Quizá el periodismo sea eso: acercar historias ocultas lejanas o cercanas a personas que pueden aprender y emocionarse con su lectura.


Querido lector, muchas gracias por su atención.


AQUI PUEDEN LEER ALGUNOS ARTICULOS DEL SERIAL


1.- Vetos y Mentiras (Diario de la infamia).  Publicado el 18 de marzo de 2003


2.- El honor del guerrero (Diario de la infamia). Publicado el 22 de marzo de 2003


3.- Campos de muerte (Diario de la infamia). Publicado el 25 de marzo de 2003


4.- Detrás de la pancarta 1 (Diario de la infamia). Publicado el 28 de marzo de 2003


5.- Detrás de la pancarta 2 (Diario de la infamia). Publicado el 29 de marzo de 2003




Publicado el 29 de marzo de 2003

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