Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

La muerte en la ciudad fantasma

Gervasio Diapo 24
Gervasio Diapo 24

Sarajevo sufría intensos bombardeos durante los primeros días de junio de 1992. Los ciudadanos se refugiaban en los sótanos de las casas y sobrevivían con los escasos víveres que tenían guardados. La ONU intentaba desbloquear el aeropuerto de la ciudad controlado por las milicias serbias y lo que quedaba del ejército yugoslavo.


Nuestra situación comenzaba a ser desesperada. En el pequeño hotel donde nos alojábamos teníamos luz gracias al generador y todavía nos podíamos duchar. Pero las conexiones telefónicas ya no funcionaban. Un día dediqué dos horas a marcar ininterrumpidamente hasta que conseguí conectar con la redacción de HERALDO y dictar algunos párrafos.


Compartía habitación con Santi Lyon, fotógrafo de Associated Press. Intentábamos descansar algunas horas por la noche después de jornadas maratonianas. Pero era difícil: al menos para mí.


Santi se tomaba una pastilla, pero sufría continuas pesadillas. Unas semanas antes había salido de la ciudad cercada con el cuerpo de Jordi Pujol, un joven fotógrafo catalán que se convirtió en el primer periodista extranjero muerto en la guerra de Bosnia-Herzegovina.


Había tenido que buscar su cadáver en la morgue, reconocerlo, buscar una funeraria que lo preparase para le repatriación y salir de la capital bosnia en un convoy en el que también iba otro compañero herido. Años después nos daríamos cuenta de que  situaciones como aquellas jamás se superaban y que quedaban alojadas en nuestro subconsciente para siempre.


Una mañana atravesamos varios kilómetros de la llamada Avenida de Francotiradores. Regresábamos del cuartel general de la ONU de confirmar que el convoy del general Lewis Mackenzie, un canadiense que siempre fue considerado proserbio, seguía bloqueado a la entrada de Sarajevo.


Íbamos a más de 140 kilómetros, la única manera de dificultar el sangriento trabajo de los siempre activos francotiradores, cuando vimos una mujer muerta en una de las plazas principales. Conseguimos detenernos en una calle protegida. Durante unos minutos evaluamos si valía la pena acercarnos para tomar alguna imagen.


La escena mostraba la desolación que vivía la ciudad. La mujer había sido alcanzada por un francotirador. Nadie se atrevía a acercarse. Era extremadamente peligroso. “Tengo que hacer una fotografía”, me dijo Santi. “Es muy peligroso. Esa plaza está muy abierta y no hay puntos de protección”, le comenté mientras empezaba a alejarse. Decidí esperarle. Ni siquiera tenía un teleobjetivo lo suficientemente preciso para hacer una fotografía desde cincuenta metros. Minutos después Santi regresó corriendo. Al día siguiente la imagen de la mujer muerta fue portada en todos los diarios del mundo.


El País siguió publicando mis reportajes con el Copyright de HERALDO. No les gustaba aquella situación. Era como si se avergonzasen de que un diario regional les estuviera suministrando la información del conflicto más mediático. Intentaron convencerme con una sabrosa oferta: “Te hacemos el seguro de vida del diario si quitamos el copyright”, me dijo alguien al otro lado del teléfono. Pero yo sabía que esa situación sólo me iba a beneficiar hasta que llegase su enviado especial que ya estaba en camino.


Los escasos periodistas que nos encontrábamos en la ciudad cercada sufríamos los mismos apuros que los ciudadanos cercados. Incluso nosotros vivíamos situaciones  más peligrosas ya que pasábamos muchas horas en la calle.


Un joven yace muerto después de ser alcanzado por un francotirador. Fotografía de Gervasio Sánchez


Un mañana llegamos al hospital en el preciso momento que era castigado por una lluvia de cohete. Habíamos abandonado el coche cuando escuchamos el silbido de un proyectil que se estrelló a pocos metros del automóvil de un par de compañeros. Si hubiese estallado unos segundos antes no lo hubieran contado.


El enviado especial de El Mundo, Alfonso Rojo, sufrió la fractura de dos costillas cuando su coche se estrelló en un cruce peligroso. Tuve que llamar a su diario y explicarles lo que había pasado. Visité al periodista en el hospital y estuve en contacto con él hasta que fue evacuado en un blindado de la ONU.


Antes de finalizar el mes de junio un periodista esloveno ya había muerto alcanzado por un proyectil de mortero y otros tres periodistas extranjeros habían sufrido graves heridas. Uno de ellos, Jean Hazfeld que trabajaba para Liberation, perdió una pierna. Una camarógrafa de la CNN fue alcanzada por una bala explosiva en la boca y necesitó 30 operaciones para reconstruírsela. La alemana Hanna Schneider, fotógrafa de Newsweek, sufrió heridas muy graves en las piernas.


Ante la falta de comida empezamos a visitar los cuarteles de la Defensa Territorial bosnia y mendigar la sopa que recibían los uniformados junto a mendrugos de pan. Allí nos encontramos con jóvenes e inexpertos soldados que intentaban defender sus posiciones con el poco armamento que tenían. Muchos se quejaban de la actitud de la comunidad internacional y era raro el día que no escuchabas exabruptos contra la ONU.


A las once de la mañana íbamos todos los días al cementerio del León. Hasta el inicio de la guerra sólo se enterraban en él a los partisanos y los héroes de la Segunda Guerra Mundial. Pero en apenas unos meses se cubrió completamente de tumbas musulmanas, católicas y ortodoxas.


Nos acercábamos a los familiares de los muertos y les dábamos el pésame. También preguntábamos si podíamos hacer fotografías. Todo el mundo aceptaba con naturalidad la presencia de los periodistas e, incluso, algunos asumían que los reportajes podían influir en las cancillerías occidentales.


Era difícil de aceptar que una capital europea, que había sido sede de los Juegos Olímpicos de Invierno en 1984, pudiese llevar cercada más de dos meses ante la inoperancia y la pasividad de los políticos y diplomáticos europeos. Nadie en sus cabales podría imaginar que aquella situación duraría tres años y medio.


Alguien nos avisó una mañana tranquila de que un joven había sido alcanzado en la llamada Avenida de los Francotiradores. Fuimos los primeros en llegar antes que los equipos de emergencia.


¿Por qué aquel muchacho había atravesado aquella zona tan peligrosa? El francotirador lo tuvo muy fácil. Estaba a 400 metros armado de un Dragunov con mira telescópica, un arma fabricado 30 años antes que se podía disparar al triple de distancia y cuya efectividad se podía comprobar cada día en la morgue.


Un grupo de hombres arrastró el cadáver hasta una zona más protegida. Uno de ellos le registró y encontró su cartera. Mientras esperaba la llegada de los servicios funerarios se sentó, sacó un pitillo, lo encendió y comenzó a dar caladas profundas. Hice una fotografía en color y otra en blanco y negro. Muchas veces he tenido que explicar que el hombre vivo no sentía indiferencia por el muerto. Lo acompañó hasta que se lo llevaron.


Los serbios atacan y retienen varias horas a un convoy de la ONU


Publicado el viernes 12 de junio de 1992

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