Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

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Gervasio Samchez 95-34a RET
Gervasio Samchez 95-34a RET

Nuestro primer día en el cerco de Sarajevo no pudo ser más violento. Los radicales serbios pasaron la mayor parte del día martilleando la ciudad con una lluvia de proyectiles. Nos instalamos en el hotel Belvedere y salimos a buscar información. Fuimos al cuartel general de la Defensa territorial y hablamos con el general que defendía la capital bosnia.


Las caras de los soldados que nos encontrábamos en las barrivadas, muchos sin experiencia en el combate, eran un poema. No tenía armas suficientes para defender la ciudad y todos recordaban que meses antes los paramilitares serbios, apoyados por el ejército federal yugoslavo. habían roto las líneas de defensa croata en Vukovar y habían pasado por las armas a centenares de resistentes.


En unas horas conseguimos información e imágenes suficientes para armar unos buenos textos. Al anochecer me puse a escribir a toda velocidad mi crónica para HERALDO. Escribía a mano y los párrafos bullían solos. Sólo era necesario narrar lo que habíamos visto para que la crónica pusiera los pelos de punta.


Sarajevo llevaba más de dos meses cercada. Me preguntaba si una ciudad habitada por centenares de miles de personas podría sobrevivir mucho más tiempo. Las conexiones telefónicas todavía funcionaban.


Después de darle varias vueltas en la cabeza decidí llamar a la Cadena Ser. Nunca había hecho radio, pero me parecía transcendental transmitir desde un lugar como aquel, situado en la trastienda de la Europa de los privilegios, reconvertido en una ratonera.


Tuve que llamar a información en España para que me dieran el teléfono que desconocía. Le dije a la telefonista de la SER que estaba en Sarajevo y que me pasará con el responsable de la sección internacional. Pensé que lo mejor era que me llamará él, pero todavía me podía permitir los dos marcos por minuto que cobraban en el hotel.


Un par de minutos después escuché una voz de mujer. “Me llamo… Soy un periodista freelance, estoy en Sarajevo y querría saber si estaríais interesados en que os mandara crónicas desde aquí”, le expliqué. “No nos interesa. Ya tenemos un corresponsal en la zona”, me dijo con sequedad. “Ya lo sé, es amigo mío, pero vive en Viena”, le contesté. “Ese no es tu problema. Es la política de la casa y a ti no te importa las decisiones que aquí se toman”, me respondió. Antes de contestar oí el sonido del clic que ponía fin a la llamada.


Volví a marcar, pedí de nuevo que me pusieran con aquella persona y le dije: “Disculpa, estoy pagando la llamada, lo menos que te pido es que me trates con respeto. Me gustaría saber si hay un superior a ti con el que pueda consultar este tema”.  La mujer se envalentonó: “Yo soy la responsable de Internacional. Si quieres hablar con otra persona llama el lunes”.


Dos milicianos lloran después de conocer la muerte de un compañero el lunes 8 de junio de 1992 en Sarajevo. Fotografía de Gervasio Sánchez


Dos años después, en julio de 1994, empecé a colaborar con la SER desde Ruanda. Antes de viajar le dije a los máximos responsables de la cadena lo que me había ocurrido. Antonio García Ferreras, subdirector de Informativos en aquel tiempo, me contestó: “Sé de quien hablas y siento ese trato vergonzoso. Pero la echamos de esta casa muy poco tiempo después por actitudes como ésta y otras mucho peores”.


Minutos después de pasar aquel mal trago volví a llamar a Información en España y pedí el teléfono de Radio Nacional. Se puso el jefe de Internacional y me dijo que le interesaba mucho: “Te podemos pagar tanto por crónica. Sé que es poco, pero te aseguro que haremos varias conexiones diarias y te saldrá a cuenta”, me explicó educadamente. Le dije que aceptaba con una condición: las llamadas tendrían que pagarlas a parte. Le pareció perfecto y empezamos a trabajar.


No tenía ni idea de cómo hacer una crónica de radio. 10 años antes había hecho prácticas en la universidad, pero era insuficiente. Aquellos días tardaba mucho tiempo en preparar las crónicas. Antes de transmitirlas en directo las leía varias veces con un bolígrafo colocado a lo largo de la boca para dificultar la lectura y parecer más fresco cuando me daban el paso desde Madrid.


Mandé decenas de crónicas que me pagaron, pero el gerente de turno se negó a abonarme 63 dólares en llamadas. Protesté, hablé con varios responsables a mi regreso a casa, pero al final se impuso la actitud del hombre del dinero. Juré que nunca más haría una crónica para Radio Nacional y he cumplido. Todavía guardo la factura. Son anécdotas que ocurren en el periodismo y que tanto daño han hecho a este oficio.


El lunes 8 de junio de 1992 amaneció bajo una lluvia de proyectiles. Los bosnios musulmanes habían lanzado una contraofensiva nocturna para poner fin al cerco que fracasó durante las primeras escaramuzas. Un ejército profesional acosaba la ciudad sin tregua y un ejército de voluntarios mal armados intentaban contener las violentas arremetidas.  


Encendí la grabadora mientras esperaba el turno en la ducha cuando un silbido me hizo tirarme al suelo. El edificio tembló tras la tremenda explosión ocurrida a unas decenas de metros. Dormíamos en el lugar equivocado. Los proyectiles de los artilleros serbios sobrevolaban nuestras cabezas a menudo y se estrellaban contra edificios colindantes.


A las ocho de la mañana llegamos a la morgue. Dentro ya había un centenar de muertos. La habían cerrado porque ya no cabían más cuerpos. En media hora hice fotografías estremecedoras en color y en blanco y negro. Recogí unos testimonios impresionantes.


Vi a hombres llorando, algo que parece ajeno a la guerra en donde suelen llorar las mujeres y los niños, pero que se produce más veces de lo que pensamos. Vi a un grupo de milicianos bajar el cuerpo de un compañero muerto y regresar al combate después de rezar durante unos minutos. Vi rostros de civiles marcados por la desesperación y el miedo. Vi los rostros de mis compañeros golpeados por aquella violencia que nos pasaba por delante de la mente y la conciencia como si fuera una película de terror y que no sabíamos cómo enfrentar.


Regresamos al hotel con mucho material. Santi tenía que enviar las fotos que al día siguiente cubrirían las portadas de los diarios de todo el mundo y yo tenía que preparar mis crónicas. Llevábamos 48 en Sarajevo y nos habíamos olvidado de comer. Pedimos a los dueños del hotel que nos cocinaran algún plato de pasta italiana que nos pareció el mejor manjar.


Llamé al diario El País con el que colaboraba desde hacía algunos años y les dije que en un par de días les haría llegar unos rollos en blanco y negro. Unos minutos después me llamaron de la sección Internacional. “¿Podrías hacernos crónicas escritas para nosotros?”, me preguntaron. Les dije que trabajaba para HERALDO y que era imposible hacer dos crónicas distintas en aquellas condiciones.


Alfonso Rojo, enviado especial de El Mundo, también estaba en la ciudad, competencia directa de El País. De hecho éramos los únicos periodistas españoles. Aquella guerra brutal se estaba cubriendo con apenas una quincena de periodistas de todo el mundo.


Mientras hablaba con el responsable se me ocurrió la solución: “Os puedo mandar mi crónica de HERALDO y la podéis publicar con su copyright. Evidentemente me la tenéis que pagar”. Pensé que me dirían que era imposible, pero aceptaron. Pactamos un precio y una hora para dictársela a una persona de la redacción. Fue un pequeño gran triunfo para un diario regional. El País estaba acostumbrado a publicar reportajes de Time, Stern, The New York Times. Pero aquel copyright era de HERALDO.


Un desesperado contraataque bosnio no logra romper el cerco de Sarajevo (1) 


Reportaje publicado el 9 de junio de 1992


Un desesperado contraataque bosnio no logra romper el cerco de Sarajevo (y 2)

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