Blog - Al Alba

por Mariano Gistaín

Nuevos números caducados: el cero crece

El algoritmo secreto de las bolsas, como un grillo, va cantando los números de la lotería del mundo. Cri cri crunch crack.


El algoritmo durmiente nunca cesa de croar, muere en cada operación y resucita a las dos milésimas en el precio del trigo.


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Independencia de cada cual respecto a sí mismo. Es la fe del momento.


Respecto a sí mismo ¡y su pasado!


Grandes temas políticos de la intimidad. Si la intimidad abierta, social, no les da salida, se expanden a lo público, inmenso infinito diverso. Válvula de olla express chiflando alegremente como un canfranero de muestra.


Yo soy yo y mis algoritmos.


El de Facebook, el de Google, los que mueven las bolsas...


Creencia en el cambio interior, forzado por las cosas y los números.


La ermita, la bici, el huerto solar.


El viento que trae los transgénicos. ¡Glisofatos!


¿Recuerdas cuándo la clave era diversificar? Ahora sería atomizar, pulverizarse, como la laca ya prohibida.


Budismo en milésimas. Zen de sábado entre las nuevas cifras ya desbordadas, rebasadas por el tiempo yéndose: cada minuto crece el interés, los festivos no cuentan para las deudas.


Los festivos no existen en el nuevo mundo real.


Puedes estar en el sofá o en la cola del súper o en el fútbol pero sabes que algo está pasando ahí debajo, chisporrotear de números y sube una décima algo.


El informe Wyman, nada más nacer, se está degradando como las gomas de un fórmula 1. Le quedan tres vueltas, cuatro.


Independencia interior, huida metafísica hacia dentro; donde, por falta de práctica, quizá no hay nada o menos que nada. ¡Pero empezar desde cero sería un alivio!


Ese es el otro anhelo imposible de naciones y personas. El cero máximo. El cero quieto.


Pero hasta el cero crece.


El interés es lo único independiente.


Los nuevos números aumentan en la sombra de las bolsas apagadas, los paneles de valores sueñan por dentro.


Los dijeron en viernes para dar un respiro, pero hay tantas inversiones automáticas, que giran locas, en algoritmos inasibles, que esta pausa es un espejismo, de cuando las bolsas iban a mano, con traders, supersticiones y barruntos. Ah, qué tiempos astrológicos, cuando los taxistas inspiraban el compravende de los inversores.


El algoritmo va solo, invierte y desinvierte en la superstición aleatoria de que se podrá vencer/vender a sí mismo. (El programilla es humano de segundo grado, derivado).


Así que 59.300 millones de euros y pico ya no significan nada, un hito antiguo, una expectativa póstuma hasta que los mercados, los procesadores, macerados en su runrun de gatos cuánticos, dictaminen si existe el lunes y cuánto vale nuestra sombra.