Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Sendero Luminoso en Perú

B-009
B-009

Aquellos primeros meses de 1990 fueron apasionantes. En febrero los sandinistas fueron derrotados en las urnas, en marzo Pinochet abandonaba la presidencia de Chile aunque se mantenía vigilante desde la comandancia del ejército, en abril el ingeniero Alberto Fujimori empataba con el escritor Mario Vargas Llosa en la primera vuelta de las elecciones generales de Perú.


Llegué de nuevo a Perú cuando faltaba tres semanas para que se celebrasen las elecciones. Había mucho interés mediático por la participación del escritor peruano. El país vivía una ofensiva de Sendero Luminoso, el grupo guerrillero más hermético y desconocido de América Latina.


Hasta su nombre era una invención de la prensa. Las huestes del profesor universitario Abimael Guzmán siempre firmaban sus proclamas con las iniciales PCP, Partido Comunista del Perú, aunque para diferenciarse de los múltiples partidos comunistas prochinos, prosoviéticos, proalbanos, que existían en el país, añadían “por el sendero luminoso de José Carlos Mariategui”, fundador del partido en los años veinte.


“¿Quién va a ganar las elecciones”, le pregunté al taxista que me trasladó desde el aeropuerto al hotel Roma. “El chinito de la suerte”, fue su respuesta. Al observar mi cara de sorpresa me aclaró que se refería a Alberto Fujimori, que era de origen japonés.


Hojeé en el periódico la última encuesta que daba como claro favorito a Vargas Llosa y vi en la cola el nombre del ingeniero japonés con apenas un respaldo de tres por ciento. “¿Pero si apenas tiene apoyo?”, le comenté al taxista. “Toda mi familia va a votar por él. Conozco a mucha gente que está a su favor”, me contestó muy seguro de sí mismo.


Quería aprovechar ese primer día para acreditarme, ver a varios corresponsales permanentes, visitar las sedes de los partidos principales. Todos los taxistas, sin excepción, me confirmaron que votarían a Fujimori. Esa reiteración empezó a obsesionarme.


Un par de días después una nueva encuesta me sorprendió: Fujimori ya superaba el 5% de los votos. Esa misma noche decidí ir a un acto de campaña de este curioso candidato. Me presenté ante su portavoz de prensa y le pedí una entrevista. Había unas decenas de curiosos y sólo un fotógrafo local que se marchó minutos después de empezar el mitin.


Al finalizar conversé unos quince minutos con Fujimori. Me pareció un hombre educado pero con dificultades para dar a conocer sus ideas. Me dijo que sus orígenes japoneses captarían el interés de los inversionistas extranjeros. Me fui más confuso de lo que llegué. Una semana después Fujimori llegaba al 13% de los votos.


Viajé a Huancayo, una de las zonas donde Sendero Luminoso se movía como un pez en el agua. Las paredes de la ciudad mostraban pintadas amenazadoras contra el proceso electoral. El grupo maoísta se había presentado en sociedad diez años antes coincidiendo con la jornada electoral que permitió a Perú recuperar la democracia tras doce años de gobiernos militares. Entonces los guerrilleros habían quemado las papeletas electorales. Ahora podían incluso atentar contra los candidatos y poner bombas al paso de las comitivas electorales.


Sentía una atracción curiosa por un grupo armado que había nacido en pueblos de montaña y que había utilizado los sindicatos de maestros para influir en las zonas más alejadas. Conseguí hablar con algunos simpatizantes que formaban parte de sus bases de apoyo. La prensa peruana apenas informaba sobre lo que pasaba en los departamentos más paupérrimos y a los periodistas extranjeros les era imposible contactar con los responsables de este grupo que basaba su eficacia en el secretismo.


El mitin de Vargas Llosa en Huancayo fue un tremendo fracaso. El ejército y la policía montaron un impresionante dispositivo de seguridad y sus guardaespaldas impidieron que el candidato se acercase a los centenares de indígenas que se atrevieron a desobedecer el boicot impuesto por la guerrilla. El escritor realizó un discurso ininteligible para aquella masa que apenas entendía el español.


Una semana después Fujimori llegó a la misma ciudad, se fue a desayunar al mercado y empezó a saludar a las amas de casa. Dos horas después una manifestación espontánea formadas por miles de ciudadanos marchaba hacía la plaza principal. Fujimori tuvo que utilizar un autoparlante de la policía para dirigirse a los asistentes.


La alarma periodística saltó cuando Fujimori traspasó el 20%.  Dos días antes de la jornada electoral convocó a una rueda de prensa con los corresponsales extranjeros. Cuando me vio en la primera fila me llamó y dijo en voz alta. “Señores, este periodista fue el primero en entrevistarme y confiar en mí”. Su comentario fue recibido con una gran carcajada.


Vargas Llosa sacó un 33% mientras Fujimori alcanzaba el 30%. Los dos candidatos tuvieron que competir en una segunda vuelta dos meses después. Fujimori ganó con el 64% de los votos. Vargas Llosa tardó muchos años en digerir el varapalo electoral.


Los siguientes días viajé a Ayacucho, cuna de Sendero Luminoso, para asistir a su maravillosa  Semana Santa. Miles de indígenas llegaron de los pueblos más alejados. Era una ocasión única para hablar con campesinos que vivían las zonas más violentas.


Tanto las fuerzas de seguridad como Sendero Luminoso habían sembrado la región de cadáveres. Los dos gobiernos democráticos de los presidentes Fernando Belaúnde y Alan García estaban implicados en miles de desapariciones forzosas.


Me había reunido varias veces con el general que mandaba el comando político-militar de Ayacucho. Quería visitar las aldeas controladas por sus soldados y ver con mis propios ojos lo qué estaba pasando. Organizaron un operativo militar y nos llevaron a Huamanguilla, a unos 50 kilómetros de Ayacucho.


Hombres, mujeres y niños nos esperaban en filas ordenadas, armados con lanzas y pistolas de madera. Algunos niños iban cubiertos con pasamontañas. Desfilaron ante los militares y sus invitados y luego nos prepararon una copiosa comida.  Aquella aldea podría ser atacada en cualquier momento tras la retirada del ejército.


En el viaje de regreso me senté al lado del periodista ayacuchano Luis Morales. Era un sobreviviente. En 1983 ocho periodistas fueron asesinados en Uchuraccay. Tres eran compañeros suyos en el diario Marka. Los informadores buscaban pruebas de una matanza cuando fueron sorprendidos por los habitantes de una aldea perdida militarizada por el ejército. La casualidad hizo que Luis Morales no fuese en la expedición, pero sí fue a recoger los cadáveres de sus compañeros. Su investigación sobre el terreno contradijo la versión oficial.


Me contó que desde entonces había recibido continuas amenazas de muerte. Un día dinamitaron su casa. Le rogué que abandonase Ayacucho y se trasladase a Lima con su familia. “La vida es lo más importante, querido Lucho”, le dije cuando nos despedimos. Poco más de un año después, el 13 de julio de 1991, Luis Morales recibió tres disparos mortales en la ciudad de Ayacucho. Nadie dudó de que los asesinos pertenecían al Ejército.


Sendero Luminoso (1)


Sendero Luminoso (2)


Sendero Luminoso (y 3)






Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión