Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Jazz-rock, senda vieja y olvidada, pero gratificante: Luis Giménez

Hubo un tiempo, allá por mediados de los setenta, en que el jazz-rock era género puntero, de moda. Como dicen los angloparlantes, la música cool del momento. Weather Report, Return To Forever, Herbie Hancock, Keith Jarrett, Stanley Clarke, Al Dimeola, Chick Corea, Jaco Pastorius, Lenny White, Larry Coryell, Billy Cobham, la Mahavishnu Orchestra… eran sus mosqueteros principales. Gente virtuosista, educada en el clasicismo del jazz pero reacia a seguir repitiendo las mismas coordenadas de sus más gloriosos antepasados, desde Charlie Parker a Coltrane, Gillespie…y el mismo Miles Davis. Fue este, precisamente, siempre atento al viraje de moda e innovador implacable, el que dio el golpe de mano para que el género cogiera alas en los setenta. No solo grabó un par de discos seminales –los gloriosos 'In A Silent Way' y 'Bitches Brew'- sino que a su vera, estaban buena parte de quienes luego serían los verdaderos protagonistas del nuevo género.


La montaña de discos que dejaron todos ellos durante apenas un lustro fue tan inmensa como inabordable en la época. Cada semana aparecía una buena remesa de discos, no solo a cargo de los consagrados sino también de las decenas de acólitos que fueron surgiendo en el resto del mundo, desde Terje Rypdal en Noruega a Jean Luc Ponty en Francia o el Michael Urbaniak Group en Polonia. En España, Cataluña, y su denominado rock layetano, fue la región que más aportó al panorama patrio.


Pero como ocurre en este negocio, el jazz rock, capaz de ofrecer exquisiteces como obras desmesuradas e intragables, fue vapuleado por las hordas punks y a finales de los setenta quedó enterrado, demodé. Efecto curioso: los puristas del jazz clásico se encendían con estos músicos advenedizos, irreverentes, indocumentados –póngase cualquier apelativo despectivo- que tuvieron la desfachatez de manchar  un género sagrado y puro e incluso de mezclarlo con instrumentos eléctricos. Una blasfemia, según era fácil constatar en los círculos más ortodoxos. Sin embargo, una vez producida la quema, todos aquellos músicos emigraron a los festivales de jazz clásico, a sus discos y a sus conciertos y durante años fueron, y siguen siendo, cabezas de cartel de grandes eventos. De apestados a estrellas. C'est la vie.


Escribo esto mientras desempolvo alguno de aquellos gloriosos discos jazz-rockeros debido a que estos días ha llegado a mis manos un insólito disco -no son tiempos propicios para este género, más valor aún- del guitarrista zaragozano Luis Giménez, formado en el prestigioso Berklee College Of Boston, que me ha raspado el cerebro para de nuevo volver la memoria a aquellos discos que tan feliz me hicieron -también que tanto dolor de cabeza me dieron en algunos momentos..., que había cada  'plastada'- y, cómo no, para recomendar este disco de Giménez, quien rodeado del pianista uruguayo afincado en Zaragoza, Coco Fernández, el contrabajista colombiano Juan Pablo Balcázar y el batería mirandés Gonzalo del Val, ha publicado un notable disco –'Capítulo III'- que echa la mirada a aquel tiempo. Suena pues la guitarra a lo MacLaughlin, el piano eléctrico Rodhes a lo Zawinul, el hammond, el bajo a lo Pastorius… Hacía tiempo que no escuchaba sonoridades antañonas, pero es muy gratificante volver a hacerlo, máxime con el oficio con que está confeccionado este disco. La música popular no tiene fechas, tiene snobistas e indocumentados, que es otra cosa.


Aquí, una pieza en directo en el Festival de Jazz de Zaragoza de 2008. Lo siento, pero no hay nada más reciente. El grupo es exactamente el mismo que ha grabado 'Capítulo III'


http://www.youtube.com/watch?v=CxhkmK5jecE&feature=related

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