Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

20 DE SUMBULÁ DE 1370

Kabul (Afganistán)


Hay que empezar diciendo que en Afganistán el 11 de septiembre de 2011 es el 20 de Sumbulá (mes sexto) de 1370, según el calendario afgano conectado directamente con el persa.


Se tiene que partir de esta premisa para iniciar cualquier conversación sobre los atentados ocurridos hace una década. Sino es como hablar con una pared.


Muchos afganos carecen de televisión o radio en sus hogares, no leen periódicos porque son analfabetos o porque no hay distribución en los lugares donde viven.


Muy pocos saben que se conmemora un aniversario muy triste para Estados Unidos y el resto del mundo. Cuando un ciudadano convive con la violencia desde hace 30 años es difícil que se interese o conmueva con el sufrimiento lejano.


El bombardeo de imágenes y noticias de los últimos días parece difícil de eludir en un mundo intercomunicado como el nuestro. Dudo que haya un solo español o un europeo que no sepa lo que ocurrió aquel aciago día. Hasta los más pequeños se han visto atrapados por las imágenes reiterativas que repican las televisiones. 


En nuestras conversaciones habremos recordado qué hacíamos aquel 11-S sobre las tres de la tarde cuando el primer avión se estrelló contra una de las torres. Muchos dirán que vieron en directo el ataque contra la segunda torre aunque no sea verdad, pero nadie podrá pobrar que mienten.


Por eso sorprende darte cuenta de que las imágenes más famosas de aquella tragedia histórica son prácticamente desconocidas en Kabul. Es suficiente con dar un paseo y mostrarlas impresas en una revista a quienes te vas cruzando.


Una de las fotografías es muy conocida, fue y ha vuelto a ser publicada en todo el mundo. En ella se ve una nube de polvo provocada por el derrumbamiento de la primera torre que ya cubre los rascacielos aledaños mientras decenas de personas corren despavoridas.


Pero Mohamad Didar, cambista callejero de origen pastún, ve nubes que amenazan una gran tormenta y hombres y mujeres que corren para ponerse a cubierto. Este antiguo soldado, que luchó en la guerra civil y que perdió una pierna al pisar una mina, se sorprende cuando se le dice que son imágenes de los atentados del 11-S. “O sea que no iba a llover”, comenta con gran inocencia.


El tayiko Abdul Halid Sharifi  habla de contaminación “en una ciudad estadounidense” y de personas “huyendo para no caer enfermas”. Cuando se le muestra una imagen en la que se ve el avión impactando contra la torre responde sin dudarlo: “Se trata de un accidente por culpa del mal tiempo”.


Otro ciudadano Shirin Gul no tiene dudas: “Esto es Palestina.  La he visto anteriormente”. Basir Ajirakil es el único que casi acierta al afirmar que “parece una explosión” aunque no sabe identificar el lugar.


Otra foto muy conocida en blanco y negro muestra a una quincena de neoyorquinos cubiertos de polvo alejándose de la zona atacada por los aviones kamikazes.


Sicandar Kufian piensa que se trata de “una manifestación en una ciudad extranjera”. Abdul Halid ve una ciudad con mucha basura aunque no le sorprende los rostros trastornados de los viandantes.


Podría parecer que los afganos que describen las imágenes se están riendo de nosotros. Que carecen de compasión ante la monstruosidad que están viendo. Pero no es así. Muchos de estos hombres pasan jornadas maratonianas en las calles para llevar un puñado de euros a casa y alimentar a familias numerosas. Llegan a cuchitriles que sufren continuos cortes de luz. No tienen posibilidad de manejar un mando a distancia o un dial de radio y pocas veces hablan de temas que no tengan que ver con sus problemas más acuciantes.


Nuestros hijos aprenden primero a leer imágenes. Antes de entender que la b con la a es ba, un niño de cuatro años se ha enfrentado a decenas de historias animadas. Con el paso del tiempo nos hemos vuelto adictos al mundo en movimiento y captamos de manera mecánica lo que hace un siglo provocaba pavor en las primeras salas de cine.


Afganistán vive todavía en un mundo alejado en décadas o quizá en siglos del nuestro. No sólo no es fácil estar informado sino que casi siempre es imposible.

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