Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

LA MUERTE NO TIENE NOMBRE EN AFGANISTAN

Kabul (Afganistán)


Aeropuerto de Herat, nueve de la mañana. Un pasajero extranjero repasa una revista ilustrada con decenas de fotografías de los atentados del 11 de septiembre de 2001 mientras espera el embarque en una fila ordenada. Las fotos son grandes y están muy bien impresas. Muchas de ellas son muy conocidas. Han sido publicadas decenas, centenares, miles de veces.


Otro pasajero afgano mira por encima del hombro. A medida que las páginas van pasando aumenta su curiosidad hasta que se decide a preguntar: “¿De dónde son esas fotos?” El extranjero no da crédito a lo que oye y piensa que se trata de alguien con un sentido del humor muy negro.


Pero así es: el hombre admite que había oído hablar de unos atentados horribles en una ciudad lejana, pero es la primera vez que se enfrenta a fotografías de aquel desastre.


Es muy posible que muchos afganos, habitantes de aldeas aisladas, no hayan visto nunca imágenes del derrumbe de las Torres Gemelas. Que desconozcan la principal razón por la que su país está invadido por decenas de miles de soldados de 40 países.


Incluso algunos pueden que confundan a los soldados actuales, con armamento e indumentaria más moderna, con los soviéticos que invadieron su país hace 30 años.


Los escenarios bélicos están repletos de civiles y también de militares que no saben por qué su país está en guerra, por qué mueren o son heridos. Es el pan nuestro de cada guerra en Asia, África y América. A pesar de la revolución tecnológica Afganistán es un país con amplias zonas apagadas a la información más básica.


Tampoco sería de extrañar que en Estados Unidos hubiese ciudadanos que desconocen que la consecuencia más relevante de los atentados del 11 de septiembre fue la invasión de Afganistán con el objetivo de poner fin al régimen talibán y encontrar a los responsables de Al Qaeda que patentaron el horrendo crimen.


Lo que sí es cierto es que todas las víctimas de aquel 11 de septiembre fueron buscadas entre las cenizas y los cascotes y todos los restos encontrados fueron individualizados y entregados a sus familiares. El gobierno de Estados Unidos no escatimó en gastos y especialistas. Creó programas de ordenador que han revolucionado la identificación por ADN y que han ayudado después a identificar a miles de desaparecidos en países como Bosnia, Colombia o Guatemala.


Cualquier ciudadano estadounidense o de cualquier país puede conocer las historias de todas las víctimas del 11 de septiembre. Los homenajes han sido continuos en la última década. Y los despliegues informativos espectaculares coincidiendo con este décimo aniversario.


Aunque muchos desaparecieron en las terribles explosiones y no fue posible encontrara ni el más mínimo resto, sus sonrisas están volcadas en fotografías guardadas en álbumes familiares como oro en paño.


Sólo en el año pasado murieron en Afganistán 2.800 civiles, un número muy cercano a la cifra de los atentados de las Torres Gemelas. Muchos de los muertos eran niños, mujeres, ancianos obligados a vivir en medio del fuego cruzado hasta la llegada de la muerte.


No hay listas de nombres, ni ha habido homenajes, ni siquiera hay una cifra fiable del número real de muertos. No hay fotografías de sus rostros, desconocemos cuáles eran sus sueños. La muerte no tiene nombre en Afganistán.  


Las víctimas de las Torres Gemelas eran tan inocentes como las de Afganistán. Sólo algunos tenían conocimiento de geoestrategia terrorista. Sabían que se puede morir en un lugar por una orden dictada a miles de kilómetros. Sabían que los dementes que organizan atentados macabros  persiguen un impacto psicológico que derribe la fuerza de la naturaleza humana y disfrutan sádicamente cuando el resultado de su crimen produce un gran dolor generalizado.


Las víctimas de las Torres Gemelas sufrieron y murieron en directo ante las miradas de centenares de millones de televidentes. Las víctimas de Afganistán suelen morir solas alejadas de testigos incómodos.

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