Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

EL 11 DE SEPTIEMBRE EMPEZÓ DOS DÍAS ANTES EN AFGANISTÁN

Herat (Afganistán)


El 11 de septiembre de 2001 empezó dos días antes en Afganistán con el asesinato del comandante antitalibán Ahmed Shah Masud. El atentado que costó la vida al popular señor de la guerra fue perpetrado por presuntos miembros de Al Qaeda que se hicieron pasar por periodistas.


Aunque nunca se ha podido probar la conexión entre este atentado y el de las Torres Gemelas ocurrido dos días después, el asesinato del hoy considerado héroe nacional descabezó la alianza antitalibán y perjudicó la estrategia de Estados Unidos de poner fin a la dictadura talibán apoyándose en una fuerza puramente afgana.


Masud era amado por sus partidarios y odiado por sus detractores con la misma energía. Sus buenas relaciones con periodistas extranjeros, especialmente franceses, habían magnificado sus grandezas bélicas y empequeñecido sus crímenes.


Sin duda era el mejor comandante que combatió a los soviéticos en los años ochenta y fue apadrinado por la CIA. Su zona de influencia en el valle del Panjshir fue escenario de derrotas humillantes para los soldados del Ejército Rojo y se volvió inexpugnable para otras milicias islámicas enemigas, incluidos los talibanes.


Su funeral fue una manifestación de dolor de centenares de miles de seguidores, su tumba es visitada diariamente por centenares de partidarios y el estado afgano decretó la fecha de su asesinato como “Día del Mártir Nacional”.


Sus biógrafos limaron sus peores actuaciones en el terreno político y militar. A pesar de ser adorado en Francia donde algunos parlamentarios lo promocionaron para el Premio Nobel de la Paz tras su asesinato, Masud era un fundamentalista radical que participó en la guerra civil que desangró Afganistán en la primera mitad de la década de los noventa.


En su lucha personal y étnica contra su principal rival, el pastún Gulbudin Hekmatyar, Masud no tuvo escrúpulos a la hora de bombardear la capital afgana y convertir a la población civil en rehén de sus intereses. Sus milicianos, de origen tayiko como él, estuvieron involucrados en crímenes de guerra como masacres, torturas, decapitaciones y violaciones sexuales masivas.


Se puede decir que Masud y otros comandantes, firmes candidatos a un Tribunal Internacional por crímenes de guerra aunque hoy ocupen escaños parlamentarios, fueron los responsables de que los talibanes, desconocidos hasta su ocupación de la capital afgana en septiembre de 1996, fueran bien recibidos por la población después de años de violencia y saqueos.


Diez años después de la muerte del carismático señor de la guerra su retrato preside dependencias gubernamentales, incluidos muchos cuarteles y oficinas policiales, especialmente en Kabul, bajo control de sus partidarios.   


Su muerte fue una liberación para unos y una pérdida insustituible para otros. Sus principales lugartenientes siguen copando puestos de alto relieve en las fuerzas armadas afganas, en el gobierno del presidente Hamid Karzai y en el parlamento afgano.


Sus comandantes intermedios se pasean por las calles de la capital con coches de gran cilindrada imponiendo su peligrosa manera de conducir.


Hoy están previstos múltiples desfiles en diferentes ciudades habitadas y gobernadas por la minoría tayika en Afganistán y en algunos países europeos.


No sería de extrañar que sus enemigos más acérrimos hayan preparado su propia celebración bélica.

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