Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

Un robo en el Banco de España

Banco copia
Banco copia



He tenido un poco abandonado el blog, por motivos laborales, pero mi compañero Mariano Banzo me ha dejado encima de la mesa uno de esos recortes jugosos que no me queda otro remedio que compartir con la mayor rapidez con todos ustedes. El suceso no es gran cosa: unos cacos que vienen a 'trabajar' a Zaragoza. Pero está contado con la gracia de las crónicas de principios de siglo. Yo, confieso mi ignorancia, he descubierto palabras que desconocía. A ver qué les parece. La noticia se publicaba a principios de diciembre de 1910.

Cuando el expreso de la madrugada de ayer llegó a Zaragoza, descendieron de distintos vagones dos señores viajeros llevando a la mano excelentes maletas y mantas de tren y vestidos con elegancia. Antes de llegar a la puerta de salida juntáronse ambos viajeros, como por casualidad, y entre ellos se cambiaron estas palabras:

-Mañana a las diez; ya sabes.

Salen al exterior del andén, ya separados, como si no se conocieran. El uno ocupa un asiento del coche del hotel Continental, en donde se hospedó, y el otro marchóse al hotel de la Paz.

A la llegada del expreso, encontrábase de servicio en la estación el inspector don Emilio Andeyro. Extrañóse este inspector de la cita que se daban los dos viajeros; sorprendió aún más que, siendo amigos como lo habían dado a entender en su rápido coloquio, se separaran enseguida y hospedáranse en hoteles distintos.

El Sr. Andeiro vio en todo lo que ocurría materia para dar juego a sus aficiones policiacas y se constituyó en perseguidor de los recién llegados. Durante toda la noche una pareja de policía vigiló el Continental y otra La Paz con órdenes de no perderles la pista. 

Ya tenemos a nuestros dos huéspedes fuera de sus respectivos hoteles disfrutando de la vida y olfateando para dar con la víctima de sus hazañas. Pero, ¡ay! que no cuentan con su compañera, es decir, con la huéspeda, en forma de policía, que les persigue y les acecha. Dan par de vueltecitas por la plaza de San Francisco, llegan hasta cerca del final de la calle de Alfonso y a su regreso entran en el Banco de Aragón. En una de las ventanillas un señor cobraba respetable cantidad en billetes del banco.

-¡Eureka! -debieron decirse los dos forasteros- ¡éste es nuestro hombre!

¡Alah, nos los manda!

-¡Alah... a seguirle!

En el Banco de España, en el local destinado al público que va a realizar operaciones en la Caja, penetran un señor y los caballeros, al parecer. El primero es una persona conocidísima en Zaragoza, corresponsal del Banco de España en una ciudad de Aragón. Atentos a ruegos del interesado, no consignamos su nombre. Los caballeros no son otros que los llegados en el expreso. Fácil es presumir que van tras de los billetes que el mencionado corresponsal había cobrado momentos antes en el Banco de Aragón.

Uno de los cacos se dirige a un empleado del Banco y le hace diversas preguntas sobre giros y otras operaciones. No le interesan las respuestas, pero sí el hacer tiempo a que el señor de los billetes se ponga a tiro. Se acerca éste a la ventanilla de la Caja para hacer entrega de varios miles de pesetas. A derecha e izquierda se colocan los descuideros, y mientras el uno le hace volver la cabeza para que le conteste a una pregunta que cortés y finamente le dirige, el compañero se apodera también finamente de seis Gabarruses y ambos abandonan filosóficamente el local, dueños y señores de las seis mil pesetas.

El corresponsal ya citado nota la falta de su dinero y, percatado de que ha sido víctima de un robo, maldice -¡cómo no!- de los ladrones. Preséntase en aquel momento en el Banco de España el jefe de policía Sr. Fernández, que durante toda la mañana había recorrido los establecimientos de crédito, conocedor de la llegada de los caballeros del expreso. Desde el Banco marchó el jefe de policía en busca de los ladrones, pues ya conocía su paradero, como sabía también que el inspector Sr. Andeyro les seguía los pasos. Mientras el inspector Andeyro detenía a uno de los cacos, el jefe conducía al otro a presencia del señor que había sido robado.

-¿Es éste el caballero en quien usted sospecha?

-Me parece que no -contestó el interrogado- el que estaba junto a mí en la ventanilla de la caja vestía de negro, peinaba el bigote a la borgoñona y, en vez de gorra, cubría su cabeza con sombrero Frégoli.

-Perfectamente -replicó el jefe-y dirigiéndose al detenido le dijo:

-Sígame usted.

Ambos marcharon al hotel y el caballero detenido, cumpliendo órdenes del jefe de policía, cambiábase de ropa y se peinó los bigotes a la borgoñona; es decir, como los llevaba el señor en quien la víctima de robo sospechaba. Y así vestido y peinado, volvieron policía y detenido al Gobierno civil. En cuanto el señor robado vio al sujeto que llegaba con el jefe, abalanzóse sobre él y con el natural enfado exclamó:

-Este es el ladrón; este mismo.

¡Pobre caballero, qué poco resultado le dieron sus aptitudes de perfecto transformista, a pesar del Frégoli!

Ya tenemos a los detenidos en las Oficinas de Vigilancia, contestando a las generales de la ley.

-¿Cómo se llama usted?

-Alberto Núñez.

-¿De dónde es usted?

-Oriental; de Montevideo. De 47 años de edad y de profesión sportman.

El otro dijo que se llamaba Juan Ruiz de 39 afíos, natural de San Roque (Cádiz) y domiciliado en Córdoba, en la calle de Sister, número 7.

-¿Piso?

-Toda la casa.

Al primero se le ocuparon siete billetes de a 100 pesetas y dos de a 25, y al otro dos de 100. Antes de ser detenidos ya habían girado a Madrid 2.500 pesetas por el Banco de Aragón. El paradero de las otras 3.000 pesetas se desconoce hasta ahora.

Cuando terminaron loa detenidos de dar sus nombres y responder a las demás preguntas, salieron del despacho de la Oficina. Cuando caminaban a alguna distancia, el jefe de Policía dijo en voz alta:

-¡Céspedes!

-Y al oir esta voz volvióse para responder el caballero que confesó llamarse Núñez.

Céspedes; ese es su apellido. ¡Pícara memoria!

Alberto Núñez, custodiado por el inspector Sr. Andeyro y los agentes Calderón y García, fue trasladado al Hotel Continental, en donde se hospedaba, para en su presencia hacer un registro de su habitación y maletas y bolso de viaje. En el interior del elegante y bonito cabás, se encontraron un magnífico reloj de oro, un valioso alfiler de corbata, un collar de señora, varias monedas francesas y una porción de pinturas y cosméticos, que sin duda eran sus útiles de transformismo. El mismo registro practicaron el inspector Sr. Español y los agentes Miralles y Torres en la habitación que en el hotel de la Paz ocupaba el otro detenido. Por la tarde fueron conducidos los dos cacos a la cárcel a disposición del juez del Pilar. 

El  jefe de Policía felicitó ante el cuerpo de Vigilancia al inspector Sr. Andeyro por el excelente servicio que había prestado. Justo es reconocer el acierto y discreción con que en este asunto han obrado los señores Fernández y Andeyro, pero no se duerman en los laureles y trabajen por tener siempre la misma fortuna.


Y no me quiero despedir sin ofrecerles más datos acerca de una de las informaciones que aparecían aquí hace un año. Una de esas que les deja con ganas de saber más. Gracias al blog localicé a la familia del protagonista. Con su ayuda, unas horas de trabajo buceando en la hemeroteca, la colaboración de un especialista y lector habitual del blog, y tras pedir diversa documentación a la Oficina de Patentes y Marcas... ¡voilá!

En la información hablaba de Rafael Suñén Beneded, un aragonés que a principios del siglo pasado había patentado un método para producir petróleo sintético.

Y estos son los textos del reportaje publicado el domingo pasado en HERALDO:

La biografía.

Sus inventos.

Y, por último: una entrevista. Esto es lo que pretendía conseguir con el blog, y ya me gustaría hacerlo más a menudo, ya. Pero, creánme, se hace lo que se puede. Como los malos toreros.

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