Blog La voz de mi amo

por Matías Uribe

Labordeta en discos

En homenaje a Labordeta, reproduzco el capítulo íntegro que le dediqué en 2003, en mi libro 'Polvo, niebla, viento y rock'. Creo que ahí queda trazada su semblanza musical al completo, faltando por razones obvias su último trabajo compartido con sus colegas Carbonell y Eduardo Paz, ¡Vayatrés!, amén de su recital conjunto en la Multiusos y la opulenta reedición de casi toda su obra por Warner, en 2004. Reproduzco ese capítulo no por pereza, sino, por supuesto -y como he comentado-, en homenaje a su carrera y porque es la hora del panegírico y de las voces fútiles pero, lamentablemente, no de resaltar aquello por lo que realmente se dio a conocer: por su música y su poesía. Labordeta fue ante todo cantautor y músico, pero, a lo que se ve, interesan más sus devaneos políticos y mochileros, no digamos su estruendoso 'a la mierda', que lo realemente sustancial de su carrera: sus discos. Humildemente tracé ese camino en el capítulo mentado. Es extenso para la medida habitual de las entradas en este  blog pero te invito a leerlo serenamente y, a poder ser, con la compañía de unos de sus discos, especialmente el primero, 'Cantar i callar', que es su cima artística. Ha muerto el cantautor aragonés por antonomasia.


La voz de las arcillas, el temple recio de los campos, el viento liberador, la poesía conmovedora, la socarronería del páramo, el canto sobrecogedor de la tierra estéril. José Antonio Labordeta fue el catalizador máximo del Aragón intelectual y luchador de los setenta, el símbolo mayor de esta tierra a la que él mismo le creó el himno más hermoso que haya dado la canción popular de aquí: "Aragón". Imborrable ya por los siglos de los siglos.


Grabó tres primeros discos inmensos en los setenta. Al inicio de la década de los ochenta se adentró, con gran fortuna, en la música tradicional aragonesa, después de abrirle su primer portón en el 77, a través de un disco en directo en el que rescató el tema "Chinchecle", para luego transitar la década sometido a unos vaivenes de modernidad que no le sentaron muy bien y que acabaron derrotándole para la industria del disco y para las grandes actuaciones, para el bissnes, como él decía, con lo cual emprendió una retirada a medias que afortunadamente nunca se llegó a completar del todo.


Su proclive tendencia a la depresión y sus limitadas facultades como músico, sordera de un oído incluida, sin embargo, lejos de yugularle el instinto creativo, se aliaron con él y con sus magnífícas dotes para la poesía, así como con su rebelde inquietud por romper el "silencio de hierro", como cantaba, impuesto por la Dictadura franquista, y de esa manera esculpió monumentos sonoros de enorme belleza: el mentado "Aragón", "Canto a la libertad", "La vieja", "Canta compañero canta", "Canción de amor", "Ya ves", "Que no amanece por nada", "Albada", "Somos", "Mar de amor", "Trilce" o "Banderas rotas". Monumentos que todavía conmueven más y sorprenden si se tiene en cuenta la sencillez de los arpegios sobre los que Labordeta montaba sus temas. Y es que ése ha sido uno de sus grandes méritos: solemnizar canciones con tan apenas un rasgueo de guitarra, lo sublime alumbrado desde la sencillez e incluso desde la carencia musical.  Y es que el genio no siempre habita en los grandes palacios de la sinfonía. Además ha tenido especial habilidad para combinar canciones reivindicativas con otras amorosas, por lo que no hay que olvidar su cara tierna, ocultada para muchos por la del grito de protesta.


También, es cierto, tuvo numeroso tropiezos, especialmente desde los años ochenta, seguramente porque nunca tuvo un control firme y claro sobre su obra y sobre su propio camino artístico, dejándose llevar por productores, músicos y arreglistas de toda clase hasta dejarse destrozar no pocas canciones. Otras veces fue él mismo el que, con su improvisación, su escasa formación musical reconocida por él mismo, su permanente estado de duda y sus prisas por hacer canciones, por no someterlas a un filtro mínimo de control de calidad, se descarrió, dando lugar al fin y a la postre a esa discografía tan irregular que lleva en la mochila desde el año 68 en que editó su primer disco.


Pero no sólo la guitarra, también la pluma, la geografía rural y la política. Su devoción por la Literatura, su afición a viajar por los recónditos lugares del territorio español y, especialmente, su compromiso político -que le llevó a tomar parte, primero, en la fundación del seminal PSA y, luego, como aspirante a diputado con el PCE para terminar ejerciendo de diputado de la CHA en las Cortes de Aragón y a continuación de diputado en el Congreso de los Diputados, también por la  CHA- hacen pensar en un cantautor por accidente más que por devoción, lo que no resta mérito alguno a su notable obra musical, sino, al contrario, la engrandece, desde el momento que alguien que no busca premeditada y vitalmente notoriedad en un campo, sin embargo, la encuentra dados sus hallazgos creativos.


Llegó al mundo de la canción y al de los discos muy tarde, a una edad, bien rebasados los 30 años, infrecuente en el de la industria musical. Nacido en Zaragoza en 1935, se licenció en Filosofía y Letras tras intentarlo primero en Derecho y abandonar. Destinado como profesor de instituto a Teruel, allí empezó sus primeros devaneos con la canción aunque desde crío ya cantaba rancheras y canciones populares latinoamericanas. Precisamente, en 1966, el eco de Atahualpa Yupanqui, los primeros discos de Paco Ibáñez y Raimon, y quizá Dylan, y, sobre todo, su estremecedora visión de unos campesinos transportando leña para venderla en el duro invierno turolense fueron el chispazo que encendió su primera canción "Los leñeros", aunque antes, en el 64, había balbuceado otra, en francés, "Le metro". A raíz de ello, aunque peleando más por abrirse camino en el mundo de la Literatura, comenzó su inquietud porque alguna compañía discográfica le hiciera caso. Y le hizo la casa Edumsa, de Barcelona, que tras escuchar una cinta grabada en los estudios de Radio Teruel, le editó su primer disco en el año 68. Algo así como un coitus iterruptus: a los pocos meses, en pleno estado de excepción del 69, el disco, con cuatro canciones de "aspecto sospechoso", fue secuestrado por la autoridad competente,  cerrada la compañía y encarcelados algunos de sus propietarios. Y él, a silbar a la vía durante mucho tiempo porque no había nada que hacer en las discográficas.


Tendría que esperar hasta el año 74 para ver editado su primer LP, el sobrecogedor "Cantar i callar" (así, con i latina en medio, porque el disco se editó en una compañía catalana y a tal punto de papanatismo empezaba ya a llegar lo de las lenguas vernáculas y las autonomías que se le cambió la conjunción para que no se notase mucho que el disco estaba cantado en castellano). El álbum, con trece canciones, acompañadas por la guitarra del propio José Antonio y unos sutiles arreglos de Salvador Pueyo, tras un intento de grabación con grupo musical y unos ampulosos arreglos que -afortunadamente- no cuajaron, era una visión trágica y desolada del mundo rural aragonés a través de la dura vida de leñeros y masoveros, de la emigración y el abandono de los pueblos, de las arcillas viejas y pobres de esta tierra, de ese Aragón, en fin, polvo, niebla, viento y sol, entonces camino de nada. Un disco emocionante en el que Labordeta, en un estilo insólito y novedoso, lanzaba su voz al aire dejando las sílabas flotando con la misma profundidad y rajo con que lo hacen los cantaores flamencos, sin que ello suponga una comparación estilística. En él, con un texto especial de Tuñón de Lara y un saludo de Ovidi Montllor en catalán (de nuevo los ultras vernaculares), encerró algunas de las cimas de la canción aragonesa: "La vieja", "El poeta", "Todos repiten lo mismo" y, cómo no, "Aragón". A otro nivel, claro, aquel disco venía a ser el "Freewheelin'"   de Dylan  o el "Nebraska", de Springsteen.


Fue, obviamente, el mejor disco labordetiano y, con él, la apertura de las puertas hacia una canción autóctona que, coincidiendo con los estertores del franquismo, se derramaría inmediatamente por pueblos y ciudades de la región e incluso fuera. Su recuerdo hoy de aquel disco es bien simple pese a la trascendencia que tuvo y a la belleza que encerraba. "En ese disco -comenta Labordeta, al pedirle un repaso telegráfico a su discografía para este libro- hubo cuatro cosas importantes: la portada de Gonzalo Tena, el saludo de Ovidi Montllor, el texto de Tuñón de Lara y toda mi ingenuidad".


El álbum tuvo una excelente acogida, poniendo al cantautor en movimiento permanente de un sitio a otro, ofreciendo recitales. Su continuación fue otro álbum del mismo corte, acústico y sobrio, editado en el año 75: "Tiempo de espera". Otro puñado de canciones, profundas, tristes, desgarradoras, sólo despejadas por el tono festivo del Labordeta jocoso y socarrón, heredado de Brassens, aunque no por ello menos corrosivas, que empieza a revelarse a través de las "Meditaciones de Severino el Sordo". Y como remate, el segundo himno labordetiano: "Canto a la libertad", que tantas manos e ilusiones unió en los días álgidos de la lucha por la democracia. "Todo se hizo con escasos medios pero todos pusimos voluntad, desde Lasala en la portada, hasta Gambino en los arreglos y Plácido en la producción". Bendita escasez de medios que propiciaron una de las más bellas entradas de un disco hecho en esta tierra: el breve dueto de guitarra y chelo dibujando la melodía de "Aragón" como preludio de "Canción de cuna sobre la tierra estéril".


Le siguió, en 1976, un tercer álbum, "Cantes de la tierra adentro", donde se incrementaba la instrumentación livianamente y siempre de manera acústica, rubricando magníficas piezas como "Canción de amor", tierna balada con injertos de jota, aunque descendió unos grados el nivel compositivo. Seguía, sin embargo, revelándose el Labordeta combativo y animoso que alentaba a "caminar hasta el instante en que en la lluvia crezca la libertad". La voz era más brava si cabe que en los discos anteriores. "Me      giré hacia este viejo país, siguiendo la trayectoria de Atahualpa Yupanqui, fundamental en mi".


España se había echado a la calle gritando libertad y autonomía. Había palos, carreras delante de la policía, multas y cárcel, pero la democracia se oteaba en el horizonte y los cantautores acrisolaban la voz del pueblo. Labordeta incrementó el número de actuaciones, apretó el acelerador del coche y de las emociones para acudir donde le llamaban, que era desde muchas partes de Aragón y de fuera. Y era tal el ajetreo que tuvo que pedir una excedencia para acudir a cantar a Alemania y Francia ante viejos exiliados y brigadistas que desde fuera seguían con entusiasmo y esperanza el renacer de la España democrático.  Aquel calor que vivía la calle y crepitaba en el corazón de la izquierda se palpaba en el latido del disco en directo que, grabado en el teatro Olimpia de Huesca y en el Argensola de Zaragoza, salió en el 77. Arreglos e instrumentación deliciosa de Alberto Gambino y Luis Fatás y ambiente enfervorizado. Una voz del público gritó "Viva Aragón libre" y el público a su vez respondió a coro con otro retumbante "¡¡viva!!". Y más adelante, nuevos coreos: ¡¡Aragón, unido, jamás será vencido!!" Tiempos de tantas ilusiones que todo lo que ayudase a ventilar el aire político era bien recibido. "Entonces me creía lo del socialismo, luego me quedé con cara de tonto", comenta 25 años después un Labordeta, como tantos otros, decepcionado por un socialismo que acabó enfangándose en la corrupción.


Hubo, por fin, elecciones democráticas en el 77, en el 78 se aprobó la Constitución y las aguas de la protesta y la reivindicación acabaron remansándose. Y con ellas las de la canción popular. Labordeta rebajó su nivel explícito de compromiso a cambio de primar la poesía y en el 78 entregó el LP "Que no amanece por nada", canto de aliento a seguir en la lucha, "a defender lo alcanzado, los salarios, los panizos, los ríos y la igualdad entre los hombres" porque se olía que todo no estaba hecho ya, como así ocurrió. Musicalmente fue, sin embargo, un disco flojo, o como él mismo señala hoy, "desgraciado".


Entre 1979 y 1981, el anuncio del 77, en el álbum en directo, de búsqueda y recopilación de piezas tradicionales del folk aragonés, le llevó a grabar dos discos enteramente dedicados a ello: "Cantata para un país" y "Las cuatro estaciones". En el primero, con un Labordeta más musical que nunca y exhumando todos sus fantasmas más queridos, según anotaba en el texto interior, es decir, "mi tierra, mi gente, los desiertos, la emigración, la muerte y la huida socarrona de una realidad excesivamente dura y agobiante", entonaba piezas variadas procedentes de Magallón, Jasa, Teruel, Villanueva de Gállego, Belchite, Bajo Aragón... etcétera. De ellas, "Albada" pasó a formar parte del cancionero de oro del autor, una pieza de una solemnidad sobrecogedora que iba creciendo en intensidad progresivamente mientras un tambor le inyecta profundidad emocional a unos crudos textos, de nuevo, sobre la emigración.  "Cantata" es el álbum del que hoy Labordeta asegura que más orgulloso se siente. Con él recorrió España entera con muy buena acogida.


El siguiente álbum siguió la misma línea, incluyendo incluso un villancico, pero ya sin "fantasmas familiares" y menos ingenioso que "Cantata". Además, como apunta el cantante, "estaba cambiando España y el gusto de la gente", por lo que el disco apenas se vendió y la compañía le dio la carta de libertad.


Era el momento más duro para los cantautores en general y para los aragoneses en particular. La llegada del PSOE al poder perfiló nuevos tiempos y nuevas músicas, como la famosa movida madrileña y el tecno pop, que les sentó mal a todos ellos y les hizo un daño tremendo. La Bullonera y Carbonell desaparecieron de circulación y el mismo Labordeta se quedó sin compañía discográfica, por lo que pasó tres años en blanco (discográfico) hasta que en el 84 reapareció con "Qué queda de ti", ambicioso musicalmente, con un gran despliegue instrumental e invitados como Serrat, Aute y La Trinca, pero de melodías apenas chispeantes. Con tanta carga de instrumentistas y con una temática descreída y socarrona, despareció el Labordeta "profundo" de los tres primeros álbumes en favor de un Labordeta amoroso y de voz amansada. "Somos", preciosa balada, fue lo más relevante del disco aunque Labordeta recuerda más la colaboración de La Trinca, "algo muy majo y divertido".


Y desde entonces, en una España invadida por la posmodernidad y el diseño, un Labordeta que personalmente mantiene el tipo como puede, e incluso vive un repunte de popularidad con la edición de un doble álbum grabado en directo y "entre amigos" en el Teatro Salamanca de Madrid, pero que musicalmente se mete, o le meten, en terrenos del rock y el pop, poniéndole trajes de guitarras eléctricas y teclados sintéticos que le caen mal, rematadamente mal en algunos casos, aunque los textos siguen rezumando poesía, sarcasmo y acidez contra los poderosos, los burócratas y demás fauna pesebrera que va sedimentando en las arenas, cada vez más pardas, del PSOE. De esta época son los discos "Aguantando el temporal" (85), un insólito Labordeta eléctrico; el mentado doble en directo, "Tú y yo y los demás" (86), con Sabina, Imanol, Paco Ibáñez y Ovidi Montllor, entre los invitados;  "Qué vamos a hacer" (87), Labordeta ¡haciendo reggae!, blues, rock y baladas más propias de Julio Iglesias o Raphael que hasta suenan en "Los 40 Principales" ("Joven paloma"), previo pago, según evoca el propio Labordeta, de un millón de pesetas, "lo que tenía"; y "Trilce", un disco homenaje a su poeta más reverenciado, César Vallejo, estropeado por unos arreglos de sintetizadores y unas baterías electrónicas ya pasadas de moda en aquel momento aunque con hermosos textos y melodías muy logradas, caso de la fenomenal "Banderas rotas". Esta canción estaba urdida en torno al desencanto de la derrota tras el inicio de los desvaríos del PSOE y lucía un excelente arreglo pianístico del zaragozano Benjamín Torrijo que la salvó  de la quema musical general del disco.


Su visión hoy de aquellos discos: "'Aguantando el temporal" no sonaba a raíz. Iba más por la canción francesa o italiana y aquello no gustaba mucho al personal. En "Tú y yo" estuvieron gente de primera fila a la que nunca agradecí bastante que estuviesen       conmigo en el teatro Salamanca". Con "Qué vamos a hacer" intenté hacer un disco más 'pop'. No salió del todo mal pero el personal ya andaba muy lejos de todo esto". Con 'Trilce' se me cayeron las lágrimas reales cuando después del esfuerzo que hice vi que a nadie le importaba un pito lo que había  cantado. La canción que daba título al disco y 'Banderas rotas' son dos temas que amo todavía".


Desmoralizado y cada vez sintiéndose más incómodo en medio del "gran negocio de la música", Labordeta decidió retirarse en octubre del 91 y así lo confesaba amargamente  a quien esto escribe en las páginas del Heraldo: "Me retiro y me retiran, este tipo de música no funciona. Ves cómo otros cantautores han grabado un disco y tan apenas les han salido actuaciones. No hay entusiasmo desde la base, y para vivir de la caridad de las instituciones, sin tensión, es mejor dejarlo". En la despedida, en plenas fiestas, y en una plaza del Pilar abarrotada, hubo pañuelos, lágrimas y emotivos gritos de "¡Labordeta, no te vayas!"


La retirada, sin embargo, fue una retirada a medias. Se retiraba de los "grandes" conciertos, de la obligación de mantener un equipo permanente de luces y sonido, de contar con un grupo musical fijo, de tener que vérselas con mánagers y ejecutivos discográficos..., del 'bisnes', como él decía, pero no de cantar en solitario con su guitarra. De manera que, como en los viejos tiempos, siguió y sigue ofreciendo recitales allá donde le reclaman. Y, con ello, recuperamos la emoción y al Labordeta más genuino.


Incluso, en el 93, regresó con un disco, que aunque no nuevo por completo, casi lo parecía. Contenía canciones amorosas nuevas y viejas que había rehecho para un disco sufragado por el Gobierno de Aragón y Cajalón y al que tituló de manera apropiada: "Canciones de amor", otra de sus más hermosas obras, concebida además con un motivo desmitificador: el de que los cantautores no sólo cantaron canciones políticas. "Quise demostrar que no era verdad aquello de la 'canción protesta', que en muchas letras había mucho amor. Y aquí estaba todo lo que fui capaz de escribir".


En el 95, y esta vez con la ayuda del Auditorio de Zaragoza, hizo un recital en directo, acompañado de un grupo de diez músicos y un coro, y de él salió  "Recuento", una vuelta aunque irregular, al redil del que quizá nunca debió irse: al de la música acústica y el folk, aunque algunas instrumentaciones y, sobre todo, la batería machacasen la noche. "Un nuevo disco en directo. Emocionaba porque fue en el Auditorio. Hay canciones mejor versioneadas, pero en otras me sigue gustando más el sonido viejo"


En realidad, Labordeta llevaba ocho años sin editar discos "nuevos". Y tal como iba la evolución del mercado en los noventa y su propio desencanto personal, amén de sus cada vez más intensas inquietudes políticas, no se esperaban más discos suyos. Parecía que lo del retiro era completamente definitivo. Pero a este Labordeta imprevisible y ciclotímico se le hincharon de nuevo las meninges de la creación y en el 97 reapareció con "Paisaje", un disco sorprendente por la reaparición y por las buenas canciones que de nuevo se encerraban en él. "He aquí un buen fiasco de mi falta de visión comercial. Sali de Fonomusic para caer en PDI, pura ruina. Hay canciones que amo mucho y que me gustaría un día liberar y rehacerlas, "Suceso francés", "Si tus labios supieran a madrugada"...


Labordeta era ya desde mucho tiempo antes un símbolo en esta tierra para muchas gentes, aunque no así para las más jóvenes y más rockeras. Mas los años y la razón meten en cintura al más pintado y al cabo de varios lustros aquellos grupos que le daban al rock y la modernidad y volvían la espalda a las formas más tradicionales, mientras él ya había transitado los setenta convertido en icono de la canción aragonesa, volvieron la  vista hacia él y, en vivo y en directo, en el escenario de Lanuza, y en una noche -dicen- de cielo estrellado, le rindieron homenaje de manera sentida y eficiente, interpretando un puñado de sus canciones en formatos de trip-hop, rock latino, flamenco-tropical o soul-pop. Sorprendentes ropajes que le pusieron atrevidamente grupos como Distrito 14, Soul Mondo, Especialistas, Enfermos Mentales, Acolla... Labordeta aún guarda retazos de la emoción que le embargó aquella jornada del festival Pirineos Sur dedicada a él:  "Fue hermosa la noche y fue hermoso el trabajo de todos los grupos. De vez en vez, cuando ando deprimido, me lo vuelvo a escuchar".


Finalmente, en 2001 Labordeta ve realizado uno de sus viejos proyectos: la edición en disco de su espectáculo de los ochenta, "Con la voz a cuestas", en el que combinaba poesía y canción. Lo editó Prames en un bello disco-libro y allí estaba  el cantautor aragonés dando cuenta de un festín sombrío de canciones y recitados por el que desfilaban las amargas evocaciones de la guerra fratricida, la infancia entre latinajos y aulas grises, sus maestros musicales, sus dudas como docente, el paisaje duro de la tierra, las banderas rotas por el desencanto político...   Un Labordeta íntimo y artístico, poético y recogido, el más auténtico. Lástima, como él se queja, de que apenas tuviera  eco. "Nadie o casi nadie se ha enterado de la existencia de este trabajo. Durante años me quemé el culo por los escenarios haciéndolo y sólo hubo críticas regulares. Hoy cuando veo el producto me parece que no estaba nada mal". Desde entonces, desde la edición de esta emotiva obra, no hay noticias discográficas suyas. ¿Volverá a haberlas?  Ojalá.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión