Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

Las cigüeñas que paseaban por la calle

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La historia la contaba Emilio Colás al final del verano de 1935 y no deja de sorprenderme: ¡Cigüeñas caminando por las calles de un pueblo y acercándose a la gente! La foto, aunque borrosa, parece probarlo. Así lo contaba, con su brillante escritura, Emilio Colás:

Al borde de la carretera que va hasta Jaraba, y a su paso por el pueblecito de Ibdes, se alza una humilde vivienda. Una casita como tantísimas otras de cientos de pueblos españoles. Esas casitas que tienen como principal habitación una amplia cocina, con los bancos adosados al hogar bajo. Y en donde las alcobas guardan un penetrante olor a romero y tomillo. Y en el desván se amontonan los frutos de la tierra. Y en el corral se crían con mil cuidados las gallinas, y los conejos, que huyen al trotecillo de los cerdos cuando éstos salen de sus cochiqueras...

En esta humilde vivienda de nuestra historia, que es verídica y real, de una sencillez primitiva, pero con todo el suave encanto de los tiempos patriarcales, habita un honrado matrimonio. Teresa Ibáñez, ella; Jesús Donoso Escolano, él. ¡Y cuatro o cinco chiquillos sanotes y alegres, para completar la felicidad del hogar y del dichoso matrimonio!

Tal es el escenario y tales son los personajes de este relato, que nuestro buen corresponsal don Joaquín Melendo, intrépido andarín y rebuscador de emociones pueblerinas, nos ha transmitido, y nosotros queremos dar a conocer a los lectores.

Pues señor. Que allá a principios del mes de agosto del año anterior, una buena mañana acertó a caer en el corral de la casita una pobre cigüeña. Quien más, quien menos, todos habréis visto alguna vez cigüeñas. Y sabréis que anidan, por lo general, en lo más alto de las torres de las iglesias. Allí donde suenan más broncas las campanas y se divisa más azul el espacio. Pero esta cigüeña, que es la heroína de nuestra historia, estaba herida. Presentaba una de sus patas rota, maltrecha... Sin duda, en uno de sus vuelos se había quebrado su fragilidad. Y la infeliz, sin fuerzas ni ánimos para remontarse por los aires, había buscado un refugio en el corral de aquella casita situada al borde de la carretera -es decir, en la calle de José Cabeza- que pasa por el pueblo de Ibdes.

Andaba ocupada en sus menesteres la buena Teresa y acertó enseguida a ver el animalito que se le había entrado en casa sin saber cómo.

Teresa -como hubiera hecho en su caso aquella otra mujer, homónima suya, la Santa de Ávila- no vaciló, una vez percatada de la desgracia de la cigüeña, de atenderla y curarla solícitamente. Con agua sublimada -una botella que ella guardaba en la alacena para alguna necesidad doméstica- lavó cuidadosamente la pata del animal. Y guiándose por su instinto, más que por otras nociones, entablilló el miembro herido, no sin colocarle antes una fuerte venda y haber cubierto los bordes de la herida con un poquito de ungüento, del que ella suele emplear en casos análogos de heridas en las ovejas o en los corderos. Hecho lo cual descansó, con la satisfacción del deber cumplido. Un deber de humanidad, que, a pesar de ser el más corriente, no es el más conocido de todos...

Y luego, cuando vinieron su marido y los chicos, fue contándoles lo que había sucedido en la casa. Una novedad verdaderamente singular, que sirvió de comentario para todo el día. El marido y los chicos rodearon a la cigüeña para conocerla. Y el animalito, que permanecía en un rincón del corral, junto a unos maderos y unas pajas que, sin duda recordarían su nido, parecía querer expresar su agradecimiento a toda la familia.

Y pasaron días y más días. Y la cigüeñita, que se alimentaba de muy distinta manera que las restantes aves del corral -porque para eso estaba enferma- con carne, despojos y hasta pececillos, y

que a fuerza de cuidados y de curas iba ya estando sana, parecía ya -en aquel pequeñito mundo del matrimonio, los chicos, la pareja de mulas, los cerdos, los conejos, las gallinas...- un habitante más que había unido su suerte a la de todos ellos. Y entraba y salía, una vez la rotura de la pata unida, por todas la habitaciones de la casa, compartiendo los juegos con los niños, que ya se habían acostumbrado a la presencia del animalito, y era el predilecto de todos. Y que con su instinto agradecido bien despierto, al pasar y repasar entre los pequeñuelos, cuidaba mucho de no lastimarles con sus enormes alas, que se deslizaban rozando por las ropas de sus amiguitos...

En fin. Todos la mimaban y la querían. Y la cigüeña correspondía con ese sincero afecto de los animales que, a falta de palabras, tiene sumisión y docilidad, que es puro amor.

Pero llegaron los primeros fríos. Y una mala tarde la cigüeña levantó el vuelo y salió por los aires con rumbo a otras tierras más cálidas.

Claro que al marchar se llevaba un recuerdo de la casita y de la familia. Se llevaba prendido, en la pata que había estado enferma, un trozo de trapo y cinta, que le habían puesto para sujetar el muñón formado por la rotura del miembro. Y claro que, con su huída, había dejado un gran desconsuelo en el matrimonio y no poca pena y hasta lágrimas en los pequeños. En aquellos chiquillos que aún anduvieron unos cuantos días esperando volver a ver aparecer la cigüeñita adorada.

Hasta que... Lo ocurrido hace unos cuantos días, el 12 del pasado agosto, es tan sorprendente, que todavía no han salido en el pueblo de Ibdes de su asombro. La misma mujer, Teresa, lo ha contado

a cuantos quieren oírselo:

-Estábamos acostados. Y a eso de las dos de la madrugada escuchamos en la puerta de la calle unos ruidos extraños. Unos golpes raros, que ni mi marido ni yo acertábamos a comprender si los producían chicos o personas mayores. Pero con tanta y tanta insistencia se repetían que mi marido se levantó y salió algo alarmado al balcón...

Y el relato queda interrumpido unos segundos para que la admiración de los oyentes se haga más patente, y para coger el hilo de la relación Jesús Donoso, que dice a su vez:

-¡Qué sorpresa no sería la mía cuando vi que junto a la puerta se agolpaban varias cigüeñas!... Una de ellas, la nuestra, la 'Chiquitica', la 'Maja', como la llamábamos todos. Y junto a ella otras cuatro o seis que le hacían corro... Lleno de gozo me vestí en un periquete y bajé para abrirles la puerta, y una vez todas dentro, la cigüeña 'nuestra' no cesaba de rozar sus alas con mis piernas... ¡Como si me quisiera conocer y decirme algo!... Se pegaba materialmente a mí, y al mismo tiempo levantaba la cabeza para mirarme... Pero la alegría grande fue cuando le grité desde abajo a mi mujer... ¡Chica! ¡Teresa!... ¡Si es la cigüeña!...

Ahora es Teresa la que quita la palabra a su esposo, para expresar con toda su emoción lo que pasó entonces:

-A medio vestir bajé. Y en cuanto que vi al animalico, empecé a llamarle como teníamos costumbre... ¡Chiquitica!... ¡Maja!... La cigüeña brincaba a mi alrededor, extendía sus alas, y allá que se metió por las habitaciones interiores, recorriéndolas todas, y haciendo un sinfín de cosas con las paticas, con el pico, con las alas... Y luego llegó hasta el cuarto de los chicos, que se despertaron a los ruidos y contemplaban alelados lo que ocurría.

-Lo más notable del caso -dice Jesús- es que las otras cigüeñas iban siguiendo a la 'Chiquitica' por todas partes. Pero con naturalidad, sin hacer más movimientos que los precisos...

Desde aquella noche la cigüeña ya quedó instalada en su antiguo domicilio, es decir, en su antiguo hospedaje, como si se hubiera tratado de una veraneante que acudiese a Ibdes a pasar la temporada, en vista de lo bien que la habían tratado el verano anterior. El matrimonio y sus chicos muestran su contento por lo sucedido a todas las horas y a todas cuantas personas quieren oir la curiosa historia de la cigüeña. Y no encuentran palabras para ensalzar la gratitud, el agradecimiento del animalito, que se ha hecho ya popularísimo en el pueblo y cuenta con la simpatía de todo el vecindario. Porque todos los vecinos rivalizan en obsequiar como pueden a la cigüeña, que va y viene por las calles de Ibdes y entra en una y otra vivienda. Y otro tanto sucede con las compañeras que ha traído en este viaje... Todos son cuidados y atenciones para las cigüeñas.

Aunque un pesar domina ahora a este buen matrimonio de nuestra historia. A esta familia cariñosa, que ha preparado para las cigüeñas una habitación con su balcón a la carretera y todo... Y es el

pensar que pronto llegarán otra vez los primeros fríos. Y las cigüeñitas, entonces, levantarán el vuelo un día, y se perderán en la inmensidad azul del firmamento... Acaso ese día, en el pueblo de Ibdes,

el duelo de todos sus habitantes sea general. Porque si las cigüeñas han demostrado plenamente sus cualidades de gratitud -una cualidad del corazón que para sí quisieran muchas personas- ellos han

probado también sus generosos sentimientos... ¡Que por algo caería allí el animalito herido!...


¿Qué os parece la historia de hoy?


Y mañana...

El pueblo que no tenía ni un analfabeto

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