Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El camarero que no quiso ser millonario

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Si alguna vez se organizan unas olimpiadas de la honradez, seguro que un aragonés se sube al podio, y perdónenme que hoy tire del tópico y del cliché. En las Navidades de 1968-69 un zaragozano saltó a las primeras páginas de los periódicos porque tuvo la oportunidad de comprar lotería premiada (valiéndose de saber que el número que le ofrecían había sido elegido, lo que desconocía el vendedor) y prefirió ser honrado. Así lo contaba Alfonso Zapater en enero de 1969:

Hace unos días tan sólo su nombre salió a la actualidad nacional. Don Eladio Sarasa Salcedo fue el hombre que dejó pasar de largo cinco millones y medio de pesetas para que fueran a parar al revendedor José Antonio Sancho Murillo, que ofrecía participaciones del segundo premio del sorteo del Niño cuando éste había salido ya por los bombos de la suerte. Ahora, el Ayuntamiento zaragozano ha tomado el acuerdo de abrir expediente para concederle la Medalla de Plata de la ciudad. El director general de Empresas Turísticas, don León Herrera Esteban, le ha felicitado a través de la Delegación Provincial de Información y Turismo, anunciándole el envío de cinco mil pesetas. Con lo que se demuestra -afortunadamente- que la honradez también tiene su premio.

Hay que ponerse la mano en el pecho. Don Eladio pudo adquirir las participaciones con el número premiado, puesto que estaban a la venta. El revendedor estaba nervioso porque le quedaba mucho papel y el sorteo estaba llegando a su fin. Pero el camarero del típico Tubo zaragozano -pertenece a Casa Teófilo- se limitó a advertir al revendedor de su buena suerte, acompañándole hasta el banco más próximo para que ingresara las participaciones favorecidas con el segundo premio. Setenta y cuatro participaciones en total, de veinticinco pesetas cada una. ¿Cuántos ciudadanos habrían observado un comportamiento semejante? Sí, hay que ponerse la mano en el pecho... Tan pronto como hemos tenido noticia de la decisión municipal hemos ido en busca de don Eladio.

-Entra a la una -nos han informado en Casa Teófilo.

Cuando regresamos a la hora citada, nuestro hombre ya lucía la chaquetilla blanca. Estaba dispuesto para iniciar el trabajo. El mismo trabajo de todos los días.

-Así llevo ya veinte años -dijo-. Y espero continuar muchos más.

-¿Siempre fue ésta su profesión?

-No. Antes era pintor industrial.

Nació en Tabuenca, en nuestra misma provincia. De niño vino a la capital y se quedó aquí definitivamente. Desde que contrajo matrimonio, su vida ha discurrido en el Tubo.

-Don Eladio, nos han dicho que su gesto estuvo inspirado también por la amistad con el revendedor y su familia.

-Conocía a José Antonio desde hace muchos años. Venía por aquí a vendernos lotería, particularmente los domingos.

-¿Y esta vez no le trajo la suerte también a usted?

-No.

-¿Nunca le ha tocado la lotería?

-Sí que me ha tocado. He cobrado diez pesetas por peseta. Me conformo con la pedrea.

Don Eladio Sarasa Salcedo explica su encuentro con José Antonio Sancho Murillo.

-Fue en otro bar, cuando yo venía al trabajo, llevaba dos talonarios, uno de ellos con el número correspondiente al segundo premio. Le dije que no siguiera vendiendo, que lo ingresara en el Banco Zaragozano. Llamé a María Aladren, una lotera con la que José Antonio había cambiado el número, y le pedí que nos acompañara. Quise evitar así posibles suspicacias.

-¿Cómo reaccionó José Antonio al conocer la noticia?

-Dio un grito y comenzó a saltar de alegría. Luego echó a correr. Lo calmé y conseguí que me acompañara al banco. La gente se arremolinó en seguida.

-¿No sintió en ningún momento la tentación de adquirir alguna de las participaciones premiadas?

-Ni remotamente. Era un crío y me dio pena. Volvería a proceder igual si se me presentara una ocasión semejante.

-¿Cómo ha correspondido con usted la familia de José Antonio?

-Me llamó su madre por teléfono para darme las gracias. Dijo que lo tendría en cuenta.

Don Eladio Sarasa le quita importancia al hecho. Cree, simplemente, que cumplió con su deber y no necesita más recompensas que la de su propia satisfacción. Por eso está abrumado ante los acontecimientos.

-No creo que sea merecedor, por tan poca cosa, de la Medalla de Plata de Zaragoza. Ni de que me felicite oficialmente el director general de Empresas Turísticas.

Sin embargo, estas recompensas riman perfectamente con su actitud altruista. La honradez, por cuanto encierra de ejemplaridad, debe tener su premio. Desgraciadamente, no quedan demasiados hombres capaces de renunciar a cinco millones y medio de pesetas de lotería para resignarse a cobrar una modesta pedrea.


Y ahora tu turno lector. ¿Somos los aragoneses realmente más honrados de lo normal? ¿O es lo que nos gusta pensar? ¿Conoces algún otro caso como éste? Cuéntanoslo.


Y mañana...

A palos en Zaragoza por motivos religiosos

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