Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El loco que arrojaba zaragozanos a la acequia

demente
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En la Zaragoza que estaba a punto de inaugurar la Exposición Hispano-francesa, en marzo de 1908, un loco empezó a sembrar el terror en las calles. Su obsesión era arrojar gente al agua. Prefería actuar junto a la acequia de San José, pero se movía por toda la ciudad. El 'loco' mantuvo en vilo a los zaragozanos durante varios días. Había miedo, mucho miedo. Esto es lo que se publicaba el 16 de marzo:

En la mañana del viernes último desapareció el departamento donde estaba asilado en el Hospital Provincial el alienado Rufino S., natural de Gallocanta. Del suceso dimos cuenta oportuna a  los lectores.

Desde el momento de la fuga hasta ayer tarde en que Rufino, pues no puede ser otro el protagonista del suceso, agredió a tres personas arrojándolas a la acequia de San José, nada se sabía de su paradero, como tampoco se tenían noticias del sitio elegido por Rufino para refugio.

El demente merodeaba desde anteayer por el barrio de Montemolín. Según manifestaciones de una mujer, el sábado por la tarde encontró a un hombre desconocido en uno de los caminos que afluyen a  la carretera del Bajo Aragón; el cual hombre le infundió algún temor por las frases incoherentes que pronunciaba. La mujer apretó el paso poniéndose fuera del alcance del hombre misterioso.

Próximamente a las tres y media de la tarde marchaba ayer por el Camino de las Torres un joven de 20 años de edad, muy conocido en esta población. El joven se encaminaba a una torre inmediata al lugar del suceso. Al llegar al molino sito frente al camino de las Damas, acercósele un hombre bastante  mal trajeado; reclamándole un cigarro en forma algún tanto descompuesta.

-No fumo, buen hombre -dijo el joven- pero tome usted diez céntimos para comprarlos.

No contestó el peticionario a las palabras del joven; limitándose a seguirle los pasos. Cuando llegaban al puentecito existente entre el molino y el camino de las Torres, abalanzóse el desconocido y, de un tremendo empujón, arrojó al joven a la acequia de San José, que desde hace días lleva más agua que de ordinario.

Mientras la corriente, que era impetuosa, arrastraba al joven con grave peligro de su vida, el agresor huyó hacia Montemolín no sin realizar en el camino otras barbaridades. La víctima fue seguidamente extraída de las aguas por Francisco Freguas, ayudado de Pascual Rocel y Francisco Pandos, que fueron testigos de la escena. Quedó en el molino, siendo más tarde trasladado en un coche a su domicilio. 

Rufino, el temido demente, tomó como decimos la dirección de Montemolín. Al pasar por frente a la fábrica de hielo de doña Pilar Lana, vio a una niña llamada Rosa Luna, de nueve años de edad, habitante en el barrio de Torrero, que se encontraba cerca de la acequia. Dirigióse apresuradamente hacia la niña Rufino y, de otro empujón, le hizo caer de cabeza en la acequia. La escena fue tan rápida que no se dio cuenta de ella una mujer que caminaba a pocos pasos de la niña y que, como sus compañeros de infortunio, tuvo la mala suerte de tropezar con el loco. 

Vicenta Viñas Pascual, de 44 años de edad y habitante en una casa del expresado camino de las Torres, fue también víctima de los furores del Rufino, sufriendo el consiguiente remojón. A los gritos de Vicenta Viñas, que asióse fuerte a la maleza de la orilla al objeto de no ser arrastrada por la corriente, acudieron los vecinos que salvaron al aludido joven, consiguiendo extraer del agua a la mujer y a la niña, sin más consecuencias que el remojón y susto consiguiente. Las dos fueron asistidas en la fábrica de doña Pilar Lana.

En cuanto en las oficinas municipales se tuvo conocimiento del suceso, salieron para el camino de las Torres el jefe de la guardia municipal, sr. Ruiz; subjefe, señor Laviñeta; y dos guardias, dando una batida, sin resultado, por el barrio de Montemolín. Anoche se ignoraba en absoluto el paradero de Rufino. Se han dado órdenes a los guardias municipales y de consumos para que procedan a su captura a fin de evitar un suceso de mayor gravedad que el relatado.

Les locos no pueden ni deben estar un momento libres. Su residencia debe ser el manicomio.


En los días siguientes no se hablaba de otra cosa en la ciudad. El 18 de marzo se aseguraba que se le había visto en Montemolín, Torrero y el camino de las Torres, donde golpeó a un muchacho que transportaba carbón al hombro. Decían que dormía "en una vaquería cercana al puente de América". El 19 se aseguraba que vagaba por el barrio de Sepulcro, que luego fue a la Quinta Julieta, que desde la orilla del Canal arrojó piedras a los trabajadores de la tejería de Machetti.  El 21 se le avistó de nuevo en Torrero:

Algunos vecinos de dicho barrio observaron que un hombre merodeaba por el callejón que comunica el paseo de Torrero con los jardines interiores del cuartel. El hombre, qua vestía traje oscuro, alpargatas blancas y gorra, iba en mangas de camisa, llevando la chaqueta al hombro. Frente al establecimiento del Sr. Pinedo y a una distancia de cien metros, formóse un grupo de hombres y mujeres que espiaban los movimientos del sospechoso. Cuando mayor era la intranquilidad en el grupo, entró en el callejón la familia de un capitán del regimiento de Castillejos, que se retiraba a su domicilio, la cual vióse desagradablemente sorprendida con la presencia del sujeto en cuestión. El sospechoso dirigióse rápido al encuentro de la familia.

-Yo no soy loco -dijo sin más preámbulos.

-Bueno y qué -parece que le replicaron-.

-Pues que no estoy loco y ahora me voy a mi casa.

Y acto seguido abandonó aceleradamente las proximidades del cuartel marchando por la orilla del Canal.

Después se supo que el individuo había pedido al centinela cinco céntimos para comprar cigarros y que el soldado pasó las de Caín para quitárselo de encima. Según manifestaciones de varios testigos de esta escena, el sospechoso no era otro que el loco fugado, el desgraciado Rufino.


Después de realizar varias detenciones, pero sin dar con el loco, y con la ciudad dominada por la sicosis colectiva, las autoridades acabaron por 'exculpar' a Rufino. Esto es lo que se publicaba el martes, 24 de marzo, doce días después de su fuga:

El loco fugado del Hospital Provincial, el verdadero Rufino S., es un perturbado místico, incapaz de hacer daño a una mosca; y según las averiguaciones practicadas, el pobre hombre debe de estar a la hora presente acoquinado en casa de algún pariente, allá en el pueblo, pidiendo al cielo con fervor que le conserve el juicio más que la vida. Queda, pues, desvanecida la sospecha de que sea Rufino el audaz lanza-vivos a la acequia de San José.

De las diligencias practicadas por las autoridades se desprende que el vagabundo del camino de las Torres es otro individuo a quien también le falta algún tornillo; pues sus actos no le abonan como una inteligencia privilegiada. Las señas de ese segundo loco no coinciden con las de Rufino, y bien podría ocurrir que su familia le haya recogido y encerrado para que no vuelva a meterse en tan molestas aventuras. Y por eso no parece por parte alguna el 'hidroterápico' de las afueras. Pueden vivir tranquilos los moradores de Torrero y Montemolín... al menos que no se presente algún otro perturbado que les haga la Pascua después de la Cuaresma.

Nadie está libre de 'un pronto'.


Con esto, parece que de forma tácita el periódico sabía que las aguas habían vuelto a su cauce, que Rufino no tenía nada que ver en lo ocurrido y que la familia del verdadero autor se había hecho cargo de él y ya no había nada que temer.

¡Ja!

El 26 de marzo se publicaba que...

Pues señor... esta novela del loco hidroterápico se pone cada día más climatérica. Ayer tarde en la plaza de la Constitución, se acercó al guardia municipal numero 59, que se llama Pascual Remón, el joven Sr. I. remojado por el supuesto loco en el camino de las Torres. El Sr. I. dijo al guardia:

-Yo soy la víctima de aquella ducha de inmersión.

-¿Qué? -contestó el guardia.

-Que yo soy el joven a quien el loco arrojó a la acequia de San José.

-¡Bueno! ¿Y qué es lo que usted desea, señorito?

-¿Ve usted aquel hombre? -interrogó el Sr. I. señalando a un individuo que estaba tomando el sol enmedio de la plaza.

-Pues ese -añadió -ése es el que me tiró al agua; y no está loco sino cuerdo: vamos a buscarlo.

La víctima y el guardia se aproximaron al individuo aquel, y sin duda reconoció al Sr. I. porque verle con el municipal y echar a correr como un gamo fue todo cosa de un instante. No fue posible seguir al fugitivo. Por las señas, se trata de un exguardia municipal y licenciado de presidio. Esto viene a demostrar que el loco por la pena es cuerdo.


Y aquí es donde la historia se enmaraña sin remedio. En los días siguientes a esta noticia ya no se publicó nada más ni de Rufino, ni del segundo 'loco', ni del exguardia municipal licenciado de presidio. El caso del loco que arrojaba gente a la acequia es otro misterio zaragozano sin resolver.


Y mañana...

El mago que conducía la moto con los ojos vendados

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