Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

El hombre que rejoneaba montado en bicicleta

baulero
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Un lector fiel me comentó ya hace algunos meses que podía dedicarle una Tinta de Hemeroteca a El Baulero. Y como los deseos de los lectores son órdenes, aquí traigo este texto. Desgraciadamente, no he podido (o sabido) encontrar una entrevista que se le hiciera en vida a Pedro Díaz, así que no me ha quedado más remedio que reproducir el reportaje  que se publicó a su muerte, en marzo de 1972. El texto iba firmado simplemente con las iniciales J. J. B., que corresponden, casi sin ningún margen de error, a J. J. Benítez. Sí, muchos lectores no lo recordarán, pero el investigador de ovnis, experto en temas misteriosos y autor de la exitosa saga de 'Caballo de Troya', fue periodista de HERALDO durante un tiempo. Así lo contaba:

Ha muerto El Baulero. Este nombre posiblemente no significará gran cosa para las nuevas generaciones. Sin embargo, para el resto de los zaragozanos, sí. Y mucho.

Pedro Díaz Layús -siempre conocido por El Baulero- fue un hombre distinto. Singular. Sencillo. Entrañable. Divertido. Amigo de todos.

Don Mariano Murillo, ese veterano aficionado a los toros, lo conoció a fondo. Y nos habló de él.

El Baulero -muerto el pasado día 1 en la calle General Franco como consecuencia de un atropello- había sabido entrar sin tropiezos por la puerta grande de los corazones. Don Mariano y todos

a quienes preguntamos lo confirmación.

-Pedrito, El Baulero, supo poner en vilo durante muchos años los corazones de los zaragozanos. Parecía una centella cuando se lanzaba por esas calles de Dios, a lomos de su inseparable bicicleta.

Era algo viejo y nuevo. Su habilidad para sortear vehículos y obstáculos terminó por hacer de él -y de su bicicleta- una auténtica atracción. Una delicia.

Pedro Díaz Layús había nacido hacía ya más de setenta años. Sus primeros pasos, así como gran parte de su vida, transcurrieron entre las calles angostas del barrio de San Pablo. Allí, su padre, Juan

Díaz, le introdujo en el oficio de la construcción de baúles. Y Pedrito lo tomó con cariño. Desde entonces fue ya El Baulero. 

-Desde muy joven -y aunque el negocio lo exigía también así- El Baulero se sintió atraído hacia las bicicletas. Media vida la pasó sobre ruedas. Y consiguió lo que nadie logró nunca: cautivar la admiración y simpatías de las gentes por el simple hecho de transportar un baúl en bicicleta. Pero, ¡Dios mío!, ¡cómo los transportaba...! El Baulero amarraba su carga -su abultada carga- a la parte trasera de la bici o cargaba con ella al hombro y perdía la noción del peligro. Su paso por las calles de la ciudad era una mezcla de suspense y diversión. De pronto soltaba el manillar y extendía sus largos brazos en forma de cruz. Y Pedrito Díaz, el baúl y la bicicleta pasaban como una exhalación entre turismos, tranvías, carros y camiones.

-¡Mira! -comentaba el público-, ahí va El Baulero...

Pero Pedrito Díaz llevaba dentro, en lo más profundo de su ser, un 'gusanillo' inquieto, casi demoledor: El Baulero quería ser torero.

-Su padre, Juan Díaz, fue también torero. Y El Baulero subió ya desde muy niño a las gradas del coso zaragozano. Aquello era lo suyo. El toro pudo con él.

Y en 1927, con la seriedad que aquello requería, y con la ilusión clavada en cada lentejuela de su traje de luces, El Baulero hizo su primer paseíllo en Zaragoza. Y el éxito le dio la mano.

-Torearía tres funciones. Dos como banderillero y una como matador.



El Baulero empezaba a sonar en el planeta del toro. Después vendrían más actuaciones.

Pero el gran público recordará siempre al Baulero por aquella otra afición suya: el rejoneo en bicicleta. Pedrito Díaz tomó un día su bici y salió a la arena con arrojo. Y levantó al público de sus asientos. La admiración y el cariño por el entrañable Baulero acababa de entrar en una nueva y decisiva fase.

-Aquel singular rejoneo gustó al público. No es que siempre le saliera bien, puesto que más de una vez rodó por la arena, pero Pedrito Díaz sabía poner en sus actuaciones esa chispa inconfundible que

atrae.

Su hermana, doña Laura Díaz Layús, nos habló también de ese inagotable cariño que sentía por todos y por todo.

-Recuerdo aquel festival en el Monumental Cinema... Había tanta gente que muchos tuvieron que quedarse fuera. Actuaba El Baulero. Y actuaba como cantaor de flamenco. Los fondos sirvieron para

algo bueno. Con ellos pudo volver a su país una artista sudamericana...

Después, los años pasaron. Y El Baulero siguió con su bicicleta, su afición al toro y sus correrías por las calles zaragozanas. Todo seguía igual para Pedrito Díaz. Hasta que un día -hará ya más de ocho años- una enfermedad le paralizó parte de su cuerpo. Y su paso se volvió cansado. Pero la tristeza no pudo echar raíces en su alma. El Baulero era fuerte. Y tenía amigos. Toda Zaragoza sabía sonreírle. Toda Zaragoza había sido feliz con sus habilidades, con sus sueños, con sus tardes de sol y rejoneo. Ahora, El Baulero -el entrañable Pedro Díaz- nos ha dejado. Y con él -casi estoy seguro- se ha ido una parte de la antigua, profunda y popular Zaragoza.


La verdad es que la foto de arriba, en la que está poniendo banderillas o rejoneando sobre la bicicleta, da escalofríos. Debe ser el único de la historia que lo ha hecho así, y si no, que algún lector taurino me corrija.

Ahora es el turno de los lectores. Con lo popular que fue El Baulero, debió dejar tras de si un sinfín de anécdotas y curiosidades. A ver si las comparten.


Y mañana...

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