Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

La gitana apuñalada en el ex convento de Jesús

gitana
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Otro episodio, uno más, de violencia de género. En esta ocasión en unas circunstancias especialmente dolorosas. Ocurrió en enero de 1903:

En las primeras horas de la noche desarrollóse ayer un sangriento suceso en esta población. Una gitana había sido muerta por su amante en el exconvento de Jesús (Arrabal).

La primera impresión que se recibió del crimen no dejaba lugar a ninguna duda: tratábase de un suceso vulgar, en el que habían intervenido dos gitanos, unidos por el vínculo de la mancebía, errantes, sin domicilio conocido y viviendo la vida miserable del azar. Obligados por el deber de informar al público sobre lo ocurrido, allá fuimos nosotros, salvando cenagales, para ser testigos de la escena que se había desarrollado en el antiguo convento.

El jefe de la guardia municipal, señor Fernández, fue quien primeramente tuvo noticia del sangriento suceso, dando aviso a las autoridades, y pasando el parte correspondiente al Juzgado. Cuando nosotros supimos lo ocurrido eran las nueve de la noche. El crimen se había cometido a las ocho.

En el trayecto nos unimos al agente de Vigilancia sr. Arqué, quien, acompañado de una pareja de orden público, se dirigía al lugar del crimen.

El acceso al exconvento de Jesús fue verdadera epopeya, según estaban de intransitables los caminos y dispuestos para una caída peligrosa por lo resbaladizo de las sendas que conducen al lugar donde se había realizado el hecho.

El cuadro que se ofreció a nuestra vista al atravesar el corral del convento y penetrar en el claustro, era emocionante. Alumbrado débilmente el claustro por candilejas de aceite, al principio notábase solo como una sombra vaga, informe; y se oía el murmurar de los curiosos, vecinos y autoridades que habían acudido al lugar del suceso. Poco a poco fueron distinguiéndose los objetos a los cuales se proyectaba la luz de las linternas que traían los vigilantes nocturnos.

Enfrente, y a la entrada del claustro, álzase la escalera que conduce a las galerías superiores. En los escalones, unas cuantas personas se agitaban contemplando el efecto del cuadro. Eran los moradores del edificio, a quienes sorprendió en el primer sueño la noticia de la sangrienta ocurrencia.

En el suelo, entre los baches fangosos veíase un montón de ropa, hecha girones, ensangrentada, repugnante por su aspecto de pobreza y suciedad.

-Ese es el cadáver -nos dijeron.

Junto a él, un muchacho, con las pupilas dilatadas, inmóviles y fijas en nosotros, sostenía un candil.

-Es el hijo de la  gitana -nos dijeron los vecinos, que apenas pronunciaban algunos monosílabos con los que respondían a nuestros requerimientos. No había motivos para otras manifestaciones de tristeza.

Allí se conocía a los gitanos hacía pocas horas; nadie se enteró de su presencia hasta que su víctima demandó auxilio en la agonía de la muerte. Su cadáver, envuelto entre las ropas, yacía en el suelo, en posición decubito supino, en medio de un gran charco de sangre, mezclada con el lodo del pavimento. El cadáver, horriblemente ensangrentado, presentaba una herida de arma blanca, inciso-perforante en  el ángulo interno del ojo izquierdo. Según la opinión del forense, la cuchillada fue tan terrible que alcanzó hasta la garganta, produciéndose la muerte por hemorragia.

Según se desprende de las manifestaciones del hijo de la víctíma, único testigo presencial de la terrible escena, su madre y el amante, como de costumbre, sostuvieron fuerte altercado por motivos que él no puede penetrar y que no debió ser otro que los celos que atormentaban al gitano. Tanto llegó a agriarse la cuestión y tan duros eran los insultos del amante que ella se abalanzó furiosa sobre el gitano y entonces éste, echando mano al cinto y empuñando el cuchillo que de ordinario llevaba, le asestó un golpe tremendo, derribándola.

Inmediatamente huyó, suponiéndose que, como práctico y conocedor de los caminos, amparado por las sombras de la noche, en poco rato salvaría una buena distancia.

A poco de ocurrido el crimen, acudieron al exconvento el activo juez del Pilar, Sr. Hueso de la Orden; el actuario, Sr. Moliner; el forense, Sr. Moro; el señor Bueno; el inspector, Sr. Gonzalvo; y varios agentes del Gobierno y del municipio; también vimos allí al teniente de alcalde, Sr. Puertas.

El juzgado instruyó las primaras diligencias sumariales tomando declaración al niño y a dos gitanas albergadas en aquel edificio. Seguidamente ordenó el levantamiento del cadáver, que fue recogido por la piadosa hermandad de la Sangre de Cristo.

Florencio G., de 40 años, natural de Tafalla, conoció hace unos años en su vida errante a Miguela G., de 28, nacida en Sobradiel y viuda de un gitano llamado Ángel A., de quien tuvo un hijo, llamado José, que ahora cuenta 14 años.

Florencio y Miguela vivían maritalmente y hace tres días salieron de Villamayor en dirección a Zaragoza. Ayer mismo trasladaron su domicilio desde la arboleda de Macanaz al claustro del exconvento.

La lluvia echólos de su primer albergue.

Ambos reñían frecuentemente y en varias ocasiones Florencio apaleó a Miguela y llegó a amenazarla de muerte.


Y mañana...

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