Blog - Tinta de Hemeroteca

por Mariano García

¿Cuál fue el oficio peor pagado en Aragón durante el siglo XX?

cartero
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Imagino que el texto de hoy suscitará cierta controversia. Porque es imposible saber cuál ha sido el oficio peor pagado del siglo XX en Aragón, porque no existe un método científico que compare el sueldo medio de los profesionales con las horas trabajadas y lo penoso de la labor realizada. Así que, al final, hay que elegir un criterio, tan bueno y malo como cualquier otro. Y, ya que estamos en un blog de noticias antiguas publicadas en HERALDO, si nos atenemos a los reportajes-denuncia aparecidos en estas páginas, la profesión peor pagada del siglo XX en Aragón fue... la de cartero rural. En las primeras décadas del siglo, raro es el año en que no se publicaron amplias informaciones, o incluso reportajes sobre casos concretos, donde se denunciaba la situación de este colectivo. Seguramente acabaré publicando aquí algún reportaje más pero, dentro de las posibilidades que se me presentaban, he elegido este texto, de agosto de 1932, sobre Modesto Rubio, el cartero de Alagón. Aunque parezca increíble, para prestar un buen servicio como cartero el bueno de don Modesto casi tenía que pagar dinero de su propio bolsillo. En la foto pueden verlo a la puerta de su casa/estafeta. Léanlo.

Modesto Rubio Ferrer se llama este hombre que tenemos ante nuestros ojos y que es el jefe de todo lo relacionado con el servicio de Correos en la importante villa de Alagón. Nada menos que en la villa de Alagón, a cuatro pasos de Zaragoza y con sus cinco mil habitantes.

Modesto Rubio Ferrer luce una hermosa barba de cinco días. Es mucho lujo el afeitarse dos veces a la semana y el hombre se afeita solamente cuando puede. Digámoslo de una vez. Modesto es el cartero de Alagón, administrador de Correos, oficial de giros, certificados y valores, repartidor de la correspondencia y ordenanza de la oficina. Todo eso en una pieza, y además padre de familia que ha de velar por el porvenir de sus retoños. Y que ha de sacarlos adelante con el enorme jornal de un real diario, un cuproníquel cada veinticuatro horas. ¡Y aún hablan de milagros las Sagradas Escrituras! Para  milagros los que ha tenido que hacer este ciudadano, en diez y ocho años que lleva desempeñando esa canongía...

¿Quién no conoce esta simpática y vecina villa? Alagón, con su Azucarera, con sus comercios, con su tráfico agrícola, es uno de los pueblos zaragozanos más ricos y más importantes. Con sensación de riqueza y de bienestar en todas sus calles y en casi todas sus casas. Un pueblo grande, muy grande, en el que naturalmente se reciben y se expiden todos los días cientos de cartas. Un pueblo en el que ya hace mucho tiempo se echa en falta la necesidad de una Estafeta de Correos bien organizada. Con su oficial del Cuerpo, sus carteros -en plural, carteros-, su ordenanza y su edificio o simplemente local para oficinas, bien instalado. Todo eso y más merece por el número de sus habitantes y su importancia comercial, la villa de Alagón. Y sin embargo, por todo tener vais a ver lo qué  tiene la 'Administración de Correos': una casuca de las más feas del pueblo, y en su piso principal, la habitación vivienda del cartero y su prole y las oficinas de Correos.

El comedor hace las veces de sala para el público, y en una de las paredes un ventanuco señala la divisoria entre el espacio destinado a la concurrencia y el Santa-Santorum del administrador. Señala la comunicación entre el empleado y las gentes que a diario allí acuden, para sus necesidades postales.

En el comedor, la esposa de Modesto Rubio está dale que le das, buena parte del día a los pedales de una máquina de coser. ¡Destrozan tanta ropa los chicos! Y, claro está, en el vertiginoso voltear de las horas cotidianas, la buena mujer tiene que desgranar mil conversaciones con las personas de toda condición social que acuden a imponer un certificado, o un giro, o a evacuar una consulta simplemente.

Quiere decirse que la esposa de Modesto Rubio es la mejor colaboradora de las sacrosantas funciones que con tanto celo y diligencia cumple el bueno de su marido. La habitación destinada a oficina propiamente dicha, es ya otra cosa... ¡Pero otra cosa peor! Es una pieza que casi sirve de alcoba para el cartero, y en la que el hombre tiene la mesa de distribución de correspondencia, con sus casilleros correspondientes. Y su mesa despacho para las anotaciones necesarias. Y su caja para los fondos de la administración, que no es más que una hucha de esas que emplean los niños, desvencijada, sin llave ni candado alguno. 

Modesto Rubio se las ve y se las desea para desenvolver su misión en aquel espacio tan arbitrario. Pero con su buena voluntad suple lo que el Estado le niega.

Disfruta Modesto de un sueldo que, con descuentos, queda reducido a la irrisoria cantidad de cinco reales diarios. Ahora bien, como a él le sería materialmente imposible desempeñar todas las funciones anejas a la administración y efectuar a la vez el reparto de la correspondencia y Prensa, se ha buscado un colaborador. Un colaborador que le ayuda en ese ingrato menester de recorrer calles y caminos para la entrega de cartas y objetos postales a los destinatarios. Labor ímproba si las hay... ¿Qué menos que dar al ayudante una pesetilla?... Véase, pues, cómo Modesto se ve obligado a reducir su exigua mesada para mejor servir al público. Y cómo los cinco realazos que disfruta de sueldo diario se le quedan reducidos a veinticinco céntimos de peseta. Un real por cada veinticuatro horas de servicio, que son -aparte el cuidado y la vigilancia de la oficina- catorce horas de trabajo esforzado y continuo. Porque por Alagón pasan muchos trenes y, de ellos, varios correos. Y hay que entregar y recibir en todos ellos.

Una vez, hace pocos meses, Modesto Rubio cayó enfermo en cama. ¡Grave conflicto! Ni la mujer ni los chicos iban a encargarse de los menesteres del cabeza de familia. El Ayuntamiento tuvo que hacerse cargo del servicio de Correos. Todas las sacas de la correspondencia se amontonaron en una de las dependencias del Municipio. Peero hacía falta distribuir la correspondencia. Los derechos que adquiere el público al depositar en el buzón una carta son sagrados. El Ayuntamiento estudió el caso y se vio en la necesidad de buscar los servicios de tres hombres. Tres vecinos, a los que hubo de dar un jornal de ocho pesetas diarias. ¿Por qué menor cantidad iba un ciudadano a enfrascarse en la distribución de correspondencia? Es decir, que al Ayuntamiento de Alagón le costó la enfermedad del cartero durante todo el tiempo que duró ésta, la suma de veinticuatro pesetas diarias.

Menos mal que Modesto echó fuera el mal pelo en unos cuantos días y volvió a hacerse cargo del servicio. Si la enfermedad le dura unos cuantos meses, el Ayuntamiento se arruina y el vecindario de Alagón estaría en lo tocante al Correo, tan mal servido como la peor aldea de las Hurdes.

Hemos dicho que Modesto disfruta un real diario de sueldo. Pero no vayan ustedes a creerse que este real es todo íntegro para sus necesidades y sus vicios... De ese real ha de sufragar los gastos de material de oficina, la tinta, las plumas, los lápices, el papel... Es el moderno sastre del Campillo, aplicado el oficio a las postas. El hombre tiene que valerse de mil medios si quiere comer. Ahora acaba de instalar una tiendecita de comestibles para que sus hijos mayores puedan sacarse el condumio diario. Modesto ha escrito una y cien cartas a varios diputados, directores generales, ministros y demás personajes de la política. Pero como si hubiera escrito a la Luna. No ha tenido la menor contestación. Claro está que este mal radica en la supresión de los derechos de reparto de correspondencia a domicilio. Antes de eso, mal que bien, el hombre iba pasando. Pero cuando se acabó aquello de entregar la perra chica al cartero, se le acabó la luz del Sol. Y desde entonces vive el hombre entre sombras.

La Dirección General de Correos ha nombrado ya un oficial para que se haga cargo de la Estafeta de Alagón y quede este importante servicio en el importante pueblo a la altura que le corresponde.

Pero el oficial nunca llega. Y Modesto desconfía de que llegue... Y en tanto la tragedia sigue su curso normal. La tragedia de defender por veinticinco céntimos diarios un servicio que al Tesoro le proporciona al cabo del año muchos miles de pesetas...


Y ahora, el turno de los lectores. Habrá algunos, carteros rurales, supongo, que estarán de acuerdo con la afirmación del principio. Pero otros muchos disentirán. Así que ánimo y a participar. ¿Cuál ha sido el oficio peor pagado de Aragón durante el siglo XX?


Y mañana...

La grúa que cayó sobre un autobús en el centro de Zaragoza

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