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por Mariano García

Escándalo mayúsculo durante una boda en el Pilar

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'Boda y escándalo', titulaba HERALDO una información que aparecía en primera página del periódico el 15 de mayo de 1903. Contaba, sin nombres propios, que no era conveniente escandalizar más de la cuenta, lo que todos hemos visto en algunas comedias románticas, pero que siempre hemos pensado que no sucedía en la vida real:

El  jugar con fuego tiene riesgos graves, y tan peligroso como manejar la brasa es el juego del amor, cuando se ha conseguido dar a la pasión el rojo blanco.

Dígalo, si no, el protagonista y víctima en una pieza del suceso que anoche se desarrolló en las naves del templo del Pilar.

A no ser por el respeto ssgrado que el lugar nos merece, diríamos que el hecho fue reproducción viva de un cuadro del género chico, modelo en los sainetes de más seguro éxito.

Concretémonos a la narración de lo sucedido.

A las nueve de la noche debía verificarse en la iglesia del Pilar el enlace de un joven comerciante de esta plaza, el cual había tenido amores anteriores a los que iba a santificar ante Dios y ante los hombres con una agraciada muchacha.

De estos amores parece que hubo, fruto de bendición, una linda niña, que no fue lazo suficiente para sujetar al lado de la madre al desviado galán.

Este creyóse sin duda relevado de todo compromiso, y entró en relaciones, que formalizó para llevarlas al altar.

Ayer debía verificarse la boda. Ignoramos lo que hasta ayer habría ocurrido, pero es lógico suponer que la amante abandonada debía amargar al referido industrial las vísperas dulces de su matrimonio, por la participación que aquella tuvo anoche en el desenlace del último idilio del desdeñoso mancebo.

En el acto de la boda, la mujer abandonada, llevando en brazos a su hija, protestó violenta y ruidosamente de la bendición del matrimonio, dando lugar a un escándalo mayúsculo.

Los devotos acudieron al punto del vocerío, quedóse pasmado de asombro el cortejo, pálida de emoción la novia y rojo de coraje el novio.

Por fortuna para éstos, eran ya marido y mujer, y así salieron del templo, disimulando la impresión de lo ocurrido con palabras de ternura.

Tras de ellos salió la autora del escándalo, lamentando su mala suerte, maldiciendo de los juramentos de los hombres y desesperada por lo inútil que le había resultado poner el grito en las bóvedas del Pilar.

En la capilla del templo quedaba apagando los cirios que habían alumbrado la ceremonia, un sacristán, testigo mudo de la escena, indiferente y socarrón, que rumiaba entre dientes:

-¡Cuestiones del querer! ¡Se ve cada cosa en estos tiempos!...


Ya ven. La realidad supera a la ficción. Casi siempre.


Y mañana...

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