Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

LA HEROÍNA DEL CAUCA

Inés Mejia en el río Cauca
Inés Mejia en el río Cauca

Marsella (Colombia)


La sangre se diluye en el agua lanzada con un barreño y se desliza por la acera cubriendo varios metros cuadrados Un menor de edad, pistolero por un día, ha matado a bocajarro y a plena luz a un comerciante en la plaza central de Marsella. Nadie explica la razón aunque todos saben por qué. Los ajustes de cuentas entre los cárteles de la droga vuelven a cubrir las páginas de los diarios. El número de asesinatos se ha duplicado en el último año en ciudades como Medellín.


“Volvemos a ser noticia por otro crimen que no nos corresponde. Seguro que el asesino ha llegado de lejos para cumplir su contrato criminal”, explica uno de los jefes de la policía. “Nuestro cementerio está repleto de tumbas sin nombre, pero ninguno pertenece a Marsella”, comenta un representante municipal.


La municipalidad tiene jurisdicción sobre el río Cauca, uno de los más caudalosos de Colombia. Los cárteles de la droga y los grupos armados ilegales, especialmente los paramilitares, utilizan el río para deshacerse de sus víctimas. Los cuerpos flotan durante varios días y circulan por aldeas y pueblos sin que nadie se preocupase. Hasta que llegan a la altura de Marsella y son rescatados.


Esta tarea empezó en 1982, hace casi tres décadas. En 1990 se rescataron 96 cuerpos, dos años después 54. Así durante toda la década de los noventa. Entre 2000 y 2009, el número descendió no tanto porque ya no hubiera cuerpos flotando sino por órdenes de las autoridades cansadas de llevarse la palma de pueblo violento y también por amenazas directas de los asesinos.


Los últimos cuerpos, cuatro en 2008 y dos en 2009, se recuperaron por encargo. Es decir, los familiares de las víctimas avisaron de las características del finado y se comprometieron a pagar una cantidad de dinero por el rescate de sus restos.


El funcionario del Instituto de Medicina Legal de Marsella enseña varios libros con fotografías de decenas de los 587 cuerpos rescatados, de los que 400 siguen en el cementerio sin identificar. Un auténtico catálogo del horror se desliza ante los ojos del visitante. Muchos cuerpos están desmembrados, otros decapitados y la mayoría presentan señales muy evidentes de torturas. Los cuerpos de mujeres siempre aparecen desnudos con signos de violencia sexual y también hay niños de corta edad entre las víctimas.


María Inés Mejía Castaño, de 50 años, sería una heroína en cualquier país sin los índices de impunidad de Colombia. Pero aquí tiene que mantener un perfil bajo si quiere seguir viviendo. Su pecado: haber recogido más de un centenar de cuerpos del Cauca entre 1996 y 2001 como funcionaria del ayuntamiento y, a partir de esa fecha, por motivos humanitarios.


A pesar de que nos dirigimos hasta el río protegidos por un importante operativo de seguridad, Inés se lo piensa dos veces antes de acompañarnos. “No me gusta volver a ese lugar porque siempre hay personas vigilando y ya he tenido bastantes problemas”, explica con humildad.


Hace cinco años recibió un escueto mensaje: “Debe desocupar la vereda en ocho días. No estamos bromeando”. Veinte días después la amenaza se cumplió: quemaron su casa con todas sus pertenencias.


El viaje hasta el río transcurre por fincas inmensas pertenecientes a grandes terratenientes. “Esa es de Carlos Mario Jiménez Naranjo, alias Macaco, un narcotraficante que ha sido extraditado a Estados Unidos”, cuenta Eisenhowerd D´Jamon Zapata, un abogado golpeado por la violenta historia de la región.


En los años ochenta 13 familiares directos fueron asesinados al negarse su padre a venderle sus tierras a un terrateniente. En los años noventa, la guerrilla impuso “una vacuna” (impuesto revolucionario) imposible de pagar. Desde entonces 10 hermanas y su hijo de 17 años viven en España. Hace 18 meses recibió un disparo en la cabeza que le destrozó la boca. Los sicarios eran menores de edad. Un juez dictó medidas cautelares y, desde entonces, lleva protección permanente.


“Mi primer levantamiento fue una pierna”, recuerda Inés a unos metros del río. Con guantes y una mascarilla comprada con su dinero conseguía acercar los cuerpos al remanso. Antes de meterlos en una bolsa de arroz fotografiaba los restos con una cámara de su propiedad.


“Había días que veníamos a por un cuerpo y nos llevábamos varios. Otros días recuperábamos una cabeza o sólo el tronco. Nunca olvidaré a un niño al que le habían atado con alambre un yunque de siete kilos para que se hundiese”, recuerda Inés.


Para Inés su única satisfacción es “haber logrado que muchas familias recuperasen los restos de sus seres queridos y que hoy no formen parte de la lista de desaparecidos”. Con algunas familias mantiene una relación de amistad.


Inés intentaba hacer un trabajo profesional. Firmaba el acta de levantamiento del cadáver y mantenía la cadena de custodia hasta que se hacía la necropsia y se le daba sepultura. Uno de los curas del pueblo tomó la decisión de pintar de blanco todos los nichos con cuerpos sin identificar. Hace unos años, la Fiscalía ordenó la exhumación de un hombre cuyo principal rasgo de identificación era un diente de oro. Los sepultureros tuvieron que abrir 70 nichos durante tres días hasta que lo encontraron.


¿Cuántos muertos ha transportado el río Cauca? Inés cree que sólo se ha recuperado un número menor de victimas. Héctor Emilio Mesa, que vive desde hace 33 años en la veda del río, asegura que “ha visto bajar cuerpos desde que era un niño”. ¿Cuántos? “El número supera el millar, contando sólo los que han pasado de día.” ¿Siguen bajando? “Por supuesto. Pero ya nadie los recoge”.

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